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lunes, 2 de enero de 2017

COMENZANDO EL AÑO CAMPEANDO POR LA SIERRA DE ANDÚJAR

     Inmejorable inicio del año. Ya empieza a ser costumbre que inaugure los años saliendo al campo. Aprovechando ayer mi día libre, que previsiblemente será de los pocos que tenga en enero, salí en compañía de Rocío, a sugerencia suya, a dar una vuelta por la sierra. Y yo le propuse ir al camino de La Lancha, a probar suerte con el lince. Salimos más bien tarde, pero el día dio bastante de si, pese a llevar un plan más bien tranquilo y relajado, y no ir expresamente en busca de nada.
     Durante el trayecto de ida paramos en alguna ocasión para fijarnos en los pajarillos que había junto al camino. Petirrojos y pinzones sobre todo, pero también algún colirrojo tizón y tarabillas. Nos detuvimos también a ver los trigueros en alambradas y encinas cercanas, y a un par de zorzales charlos, algo lejos, en una dehesa por la que pasamos. Más cerca que los charlos, vimos también una abubilla en la misma parada, sondeando el suelo con su largo y curvo pico, a la sombra de una encina. Por supuesto tampoco faltaron urracas, ni estorninos, pero no les prestamos demasiada atención. Pero me extraño no ver ni un ciervo en todo el camino.

Sierra de Andújar

     Al poco tiempo de llegar a las curvas, donde había bastante gente repartida por diferentes puntos del camino, vimos una pareja de buitres negros que nos pasaron volando bastante cerca. Se oían los arrullos de la paloma torcaz y las ásperas notas de reclamo de la curruca capirotada, y de vez en cuando también berreaba algún ciervo. También oímos el canto del águila imperial, pero tampoco se dejaba ver. Vimos un conejo al lado de un lentisco. Los buitres leonados planeaban diseminados por el cielo, en todas direcciones, en lugar de hacerlo en las típicas concentraciones aprovechando las corrientes térmicas. Alguna paloma pasaba en vuelo por el lugar. Las pocas urracas también aparecían dispersas por la zona, y aunque de vez en cuando se oían, no eran alarmas que marcaran la presencia de ningún carnívoro, como a menudo lo hacen con el lince. Y no tardó en aparecer el águila imperial, el adulto al que habíamos oído hacia un rato.
     Poco antes de almorzar, emprendimos un paseo que pronto se vería interrumpido. Habían detectado a un lince en algún lugar. Cuando una mujer nos dejó mirar por su telescopio, contemplamos a un remoto lince, a contra luz, tumbado placidamente sobre una gran roca, al sol. A pesar de las malas condiciones de luz, y la lejanía, siempre que se consigue observar un lince en libertad es un momento especial, y quizás más tratándose del primero, y espero que no el último, del año. Pero no se quedo demasiado tiempo allí, y tras acicalarse y lamerse con esmero, bajó de la roca al suelo, y entre la vegetación desapareció. Fue entonces cuando Rocío y yo nos fuimos a comer.
     Mientras comíamos sentados al borde del camino volvimos a ver un conejo, quizás el mismo de antes, junto a los lentiscos por los que se movía algún que otro mirlo. Se seguía oyendo a la curruca cabecinegra, y llegó a salir unos instantes de los lentiscos que la cobijan. Con sus habituales griteríos, de repente irrumpió en aquel mismo rodal de lentiscos donde estuvo el conejo, los mirlos y la curruca, un bando de rabilargos. Y a lo lejos, el pito real repitió seguidamente sus potentes notas sonoras, componiendo su característica estrofa.

Abeja libando el néctar de la flor del romero

     Reanudamos el paseo poco después de comer, con varias paradas para mirar a los buitres leonados, al buitre negro y al águila imperial, que también se podía escuchar con fuerza. Esta vez, además de al adulto, llegamos a ver a un damero. Vimos también petirrojos y unas perdices. Divisamos al azul roquero solitario entre granitos, mientras daban pasadas sobre la pista aviones roqueros. Las abejas (Apis mellifera) zumbaban entre los romeros en flor. No muy lejos se encontraban las colmenas, visibles desde el camino. Y al término de nuestro paseo oímos el chasquido que producen los ciervos al chocar sus cuernas. Nos asomamos un poco más adelante por si descubríamos la pelea, pero tan solo vimos un grupo de seis machos que enseguida se marcharon. En cambio un joven vareto se mostró más confiado. Parece que el hecho de que no se cace en esa finca, ha cambiado el comportamiento de los animales, mostrándose más tranquilos y confiados.
     Al comenzar a caminar de vuelta, presenciamos como el águila imperial adulta, entre cacareos, picaba sobre el damero. Más buitres deslizándose por el aire, y aviones revoloteando por los alrededores del carril. Nos paramos un rato a mitad de recorrido, y nos sentamos a contemplar los seres animados del paisaje. De nuevo repetía el macho del roquero solitario posado en su pétreo hábitat. Un petirrojo se movía inquieto por un lentisco próximo al camino. Un par de urracas, la una sobre una encina, y la otra en el suelo, se veían cláramente pese a la distancia, por su destacado blanquinegro plumaje. También vimos otro conejo, algo lejos, cerca de unos acebuches.

Anocheciendo

     No tardamos mucho en volver al coche para irnos, pues aunque todavía quedaba un buen rato de luz aprovechable, tenía cosas que preparar. Durante el camino de vuelta vimos más ciervos, separados por grupos de machos y hembras. Alguno de ellos eran portadores de grandes cuernas. Vimos también un grupo de gamos en una dehesa, algunos de los cuales, con alocados brincos y carreras, idas y venidas, y sus colas totalmente levantadas mostrando el escudo anal completamente blanco, parecían estar jugando y divirtiéndose, en lugar de indicar algún tipo de peligro inminente. Y de las aves volvieron a repetir los estorninos, los trigueros, los colirrojos, los petirrojos, los pinzones, más la abubilla, que voló no lejos de un gran ciervo macho, que corría paralelo a la valla que le impedía cruzar la pista.

(*) Fotografías: gentileza de Rocío Ferrer.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Conejo Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
  • Lince Ibérico (Lynx pardinus)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Gamo (Dama dama)
  • Buitre Leonado (Gyps fulvus)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
  • Tarabilla Europea (Saxicola rubicola)
  • Roquero Solitario (Monticola solitarius)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Zorzal Charlo (Turdus viscivorus)
  • Curruca Cabecinegra (Sylvia melanocephala)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Triguero (Miliaria calandra)

domingo, 15 de noviembre de 2015

EXCURSIÓN A LA SIERRA DE ANDÚJAR

     Con el propósito de ayudar a Laura a documentar un reportaje de viajes enfocado sobre la Sierra de Andújar, como destino turístico, la acompañamos ayer, en un recorrido por la sierra, Elena, Fran, y yo. Por mi parte, me dediqué a mostrarle los animales que íbamos viendo, quizás omitiendo o tocando con demasiada ligereza otros aspectos que hacen de la Sierra de Andújar un enclave singular, como la vegetación o su geología, aunque desde luego, el valor más destacado de este espacio natural sea su gran diversidad faunística, de la que tan solo observamos una pequeña muestra, en un día cualquiera.
     Salimos por la Carretera de la Cadena, en cuanto empezamos a transitar por la zona de Los Cerrillos, paré a ver un macho de tarabilla común posado sobre un tamujo cercano al cauce del Arroyo Mestanza. No tardamos mucho en volver a parar para ver a una garcilla bueyera caminado entre las vacas, haciendo honor a su apellido. También se movían lavanderas blancas por la hierba que tapiza las suaves lomas con un fresco verdor, y algún que otro colirrojo tizón. Carretera arriba, donde el encinar es desplazado por los pinares de Las Viñas de Peñallana, se nos cruzaron rabilargos, y vimos el planeo de los buitres leonados.
     Paramos en una vieja viña, en cuya piscina caen anfibios, y actúa como una trampa de la que no pueden salir. Por primera vez en algunos años el nivel de agua estaba lo bastante bajo que dejaba expuesto al aire parte del fondo. Encontramos allí, entre la pinocha, ocho tritones pigmeos adultos, de diferentes tamaños, y nueve gallipatos, también adultos, y aunque de tamaño variable de unos a otros, todavía no habían alcanzado la talla máxima a la que pueden llegar. Optamos por dejarlos allí, pues aunque no puedan entrar y salir libremente de la piscina, es lo bastante amplia como para que puedan vivir en condiciones óptimas, conseguir alimento, y reproducirse.

Tritón Pigmeo



























     Mientras estábamos en la zona de la piscina, escuchamos el canto del águila imperial, pero el pinar que nos rodeaba, impedía localizarla. Caminamos por el umbrío pinar, hasta el borde de un soleado talud donde se abría la vista hacia el norte de la sierra. No tardó mucho en descubrirse un ejemplar adulto de águila imperial, que de vez en cuando soltaba algún cacareo al aire, mientras se elevaba sobre el mismo. Bajo el águila, apareció al rato un buitre negro que iba siguiendo su trayectoria en la columna de aire.

Gallipato













    













     De vuelta hacia el coche, escuchamos la aguda voz del agateador cantar en el pinar. Además se nos cruzó una pequeña lagartija colilarga, que se movía con rápidas carreras. Con el coche llegamos hasta otro sitio desde el que pueden contemplar unas fabulosas vistas de la sierra. Nuestra estancia allí fue breve, pues el tiempo apremia, y anochece pronto en estos días del avanzado otoño.
     Siguiendo por el camino, poco antes de incorporarnos a la carretera, dirección a La Lancha, paré al ver a un macho de curruca capirotada ocultarse en una coscoja. Esa corta parada, en la que ni siquiera nos bajamos del coche, nos permitió oír cantar al carbonero común, y ver pasar algunos rabilargos.
     Vimos de camino hacia el Embalse del Jándula, una vez pasadas Las Viñas, urracas, pinzones y un par de zorzales charlos, pero fueron los ciervos, sobre todo los primeros que vimos, los que parecían acaparar más interés por parte de mis compañeros de ruta, y a mí mismo. Cuanto mayor sea un animal suele producir este efecto. Pero no me pasaban desapercibidos, cada vez que nos deteníamos unos momentos para ver algún ciervo, detectar a las totovías o a los petirrojos a través de sus cantos. Y donde estuvimos almorzando, nos acompañó un petirrojo que varias veces asomó entre la vegetación, y posó sobre la arena del carril.
     Al poco de retomar la marcha, paramos a contemplar la ternura con la que una cierva amamantaba a su gabato, y el contundente rechazo que mostraba frente a otra de sus compañeras del grupo al acercarse a ella, tal vez su cría del año anterior. Paramos algo más adelante, al llegar a la primera de las “curvas de La Lancha”. No tardamos en ver unos ciervos, pero junto a ellos había también un jabalí que, siguiendo su ruta, se perdió monte arriba. Últimamente, a tenor de otras observaciones que he realizado en la zona, parece que los jabalíes empiezan a dejarse ver con luz más a menudo, y también más tranquilos. Es posible que ello se deba a que ha dejado de practicarse la caza en esta finca que circunda el camino, y también sendero, al que presta su nombre, Los Escoriales. Pasaron también por allí unas palomas torcaces.
     Retomando la ruta hacia el pantano, cruzó velozmente el camino un herrerillo que siguió volando pendiente abajo, perdiéndose pronto de vista. Al llegar al embalse, aparcamos el coche y cruzamos la presa andando. Estuvimos viendo la silueta de un par de grandes peces que buceaban superficialmente, mientras que los aviones roqueros nos revoloteaban por encima. Los colirrojos tizones se movían por el muro del dique que contenía el agua embalsada al otro lado. Pasamos al otro lado del túnel excavado en el granito, y nos asomamos al rebosadero de la presa. Podían oírse las notas musicales del petirrojo, procedentes del tupido sotobosque de brezos, madroños y cornicabras que cubría la umbría ladera.
     Al volver a cruzar la presa, además de los aviones roqueros y los colirrojos, pude ver pasar un verdecillo rápidamente. Recorrimos también el corto Sendero del Mirador del Rey. El azar no nos permitió que viésemos a las cabras monteses que viven en estos roquedos. En cambio sí que vimos algún que otro cormorán venir volando desde el embalse. Y también escuchamos los graznidos de la chova piquirroja, pero no la localizamos.
     Invertimos las últimas horas de claridad en dar un paseo por las ruinas del poblado de La Lancha. Descubrí unos estorninos posados en lo más alto de un eucalipto, y pude escuchar los repetitivos pitidos del pico picapinos. Vimos algunos ciervos más en el camino de vuelta, con las últimas luces del fresco atardecer. En una última parada, envueltos ya en la oscuridad de la noche, escuchamos venir de las dehesas los bramidos de un toro, los berridos del ciervo, y el canto de los mochuelos.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Jabalí (Sus scrofa)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Gamo (Dama dama)
  • Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo)
  • Garcilla Bueyera (Bubulcus ibis)
  • Buitre Leonado (Gyps fulvus)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Mochuelo Europeo (Athene noctua vidalii)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Totovía (Lullula arborea)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Lavandera Blanca (Motacilla alba alba)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
  • Tarabilla Común (Saxicola torquatus)
  • Zorzal Charlo (Turdus viscivorus)
  • Curruca Cabecinega (Sylvia melanocephala)
  • Carbonero Común (Parus major)
  • Herrerillo Común (Cyanistes caeruleus)
  • Agateador Común (Certhia brachydactyla)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocarax)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Verdecillo Común (Serinus serinus)
  • Lagartija Colilarga (Psammodromus algirus)
  • Gallipato (Pleurodeles waltl)
  • Tritón Pigmeo (Triturus pygmaeus)

jueves, 18 de junio de 2015

UNA VISITA GUIADA HASTA LA LANCHA

     Bastante más tarde de lo que es aconsejable, pasado el medio día, iniciamos Fran, Hada y yo una jornada campera hace un par de días. Y más importante aún es salir pronto, sobre todo si se quiere observar animales, en los últimos días de una primavera que agoniza abrasada por un precoz verano, en los que la tónica habitual es el fuerte calor. Pero nuestra intención solo  era dar un paseo por la sierra, lejos de dedicarnos, pretenciosamente, a tratar de observar nada en concreto. Por suerte para nosotros, justo hasta el día anterior, había llovido, y también refrescado bastante durante la semana, por lo que disfrutamos de unas temperaturas suaves, y hasta se podía soportar estar al sol un rato.
     Hada, que vino de visita a Andújar, fue quien me propuso acompañarlos, y Fran a quien se le ocurrió que fuésemos hasta el Embalse del Jándula. A pesar de la demora con la que salimos, y que yo no iba demasiado atento al entorno, sino más bien integrado en las conversaciones con mis amigos, resultó la jornada más fructífera de lo que esperaba, deparándonos alguna grata sorpresa.
     Hasta llegar a las Viñas, no me percaté de la presencia de ningún ave, que seguro que la hubo, a lo largo del trayecto. Fueron unos rabilargos que cruzaron la carretera. Más adelante un abejaruco posado en un poste, y a continuación nos detuvimos un momento para observar un mochuelo posado en un cable del tendido eléctrico, a pleno sol, totalmente expuesto. Prestaba más atención a un grupo de urracas que a nosotros, de hecho, cambio de posición, posándose sobre el mismo tendido, pero más cerca del coche desde cuyo interior lo observábamos. Las urracas seguían apareciendo en el entorno cuando reanudamos el camino.
     Aunque lo difícil sería no ver ciervos en la Sierra de Andújar, si se tiene un mínimo interés en la fauna, lo menos es dedicarle un vistazo cuando te encuentras con los primeros, y así lo hicimos nosotros. Era una hembra acompañada por la cría del año anterior, y su moteado cervatillo de este año. La simpatía que despiertan las crías del resto de mamíferos en los seres humanos hizo que nos fijásemos más en su belleza salpicada de manchas blancas sobre una brillante librea rojiza, que en las pardas ciervas adultas. No muy lejos de los ciervos, estaba sus próximos parientes los gamos, un grupo de paletos machos que exhibían ya una cornamenta plenamente desarrollada, pero todavía cubierta por el terciopelo. Así pudimos ver las claras diferencias que distinguen fácilmente a ambas especies de cérvidos.
     La tormenta del día anterior debió ser bastante fuerte, pues en algunos tramos de carretera encontramos coladas de barro cubriendo el asfalto. Pero también dejó agua acumulada en las pozas de los arroyos, que aliviará la sed de plantas y animales, aunque solo dure unos días.
     Las tórtolas turcas preferían dejarse ver volando bajo las copas de las encinas, que posadas sobre ellas o sobre algún poste, como también lo hacían urracas y rabilargos. Volvimos encontrarnos con otra área compartida por ciervos y gamos. En esta ocasión fue un pequeño gamo, que con la gracilidad de sus trotes y saltos atrajo nuestra atención. Alguna que otra perdiz que vimos en algún momento de nuestro recorrido, seguida por sus pollos, trepaba ladera arriba, o se movía en zigzag entre las rocas y los lentiscos.
     Pero como de lo que se trataba es de hacerle a Hada una visita guiada, en la que pudiera hacerse una idea de las cosas más pintorescas de nuestro entorno, Fran hizo una parada en las tumbas esculpidas en granito que hay junto al camino. 
Descubrimos aquí, a pesar de su mimetismo, un insecto palo, al que estuvimos mirando con curiosidad.
     En las primeras “curvas de La Lancha” nos detuvimos un rato para ver un alcaudón real posado en un poste, hasta que se fue de allí. Hicimos una parada en las últimas curvas, para probar suerte. Pero tan solo vimos pequeños y dispersos grupos de ciervos sesteando a la sombra de las encinas. De vez en cuando miraba a un cielo, en el que alternaban nubes y claros, tratando de descubrir el vuelo de alguna rapaz. Y en una de estas ocasiones pasó un buitre negro a baja altura, deslizándose por el aire sin aparente esfuerzo.
     La siguiente parada fue en el Mirador del Embalse del Jándula, desde donde además de contemplar las aguas estancadas del pantano, y el paisaje que las contiene, se podía ver el infatigable vuelo de los vencejos y las golondrinas. También pude escuchar las notas del agateador y del pico picapinos, pero sin llegar a verlos.
     Bajando hacia la presa, improvisamos una parada para tratar de identificar un pequeño pájaro que al final no se dejó ver. En cambio no fue necesario parar para asegurarnos que eran perdices unas aves que se dejaron caer en vuelo desde el camino, ladera abajo. Ya íbamos buscando un lugar donde almorzar. Pensé en un pequeño rellano, junto a la orilla del embalse, pero al llegar daba el sol, y además el pasto seco no invitaba a sentarnos en el suelo. Pero desplazarnos hasta aquí nos permitió ver un arrendajo, que también nos dejó escuchar su áspera voz.
     Optamos finalmente por comer en la presa, a la sombra de la bóveda bajo la cual cría una colonia de aviones comunes. Antes de empezar a comer nos asomamos al otro lado de la presa, donde descubrimos un par de hembras de cabra montés, acompañadas por sendos chivos, al fondo del precipicio, a la orilla del río, donde nadaban plácidamente un par de ánades reales. Mientras comíamos, además de ver y entrar salir constantemente a los aviones para cebar a su prole, de escuchar sus continuos reclamos, también se vieron los gorriones comunes por el entorno de la presa. Después de comer nos volvimos a asomar a la presa, y nos dejamos maravillar por el vuelo de los aviones, que pasaban a nuestra altura, o por debajo. La mayoría comunes, pero también algún roquero, lo que nos permitía ver sus patentes diferencias. Ya no vimos las cabras, pero fijándome en los patos, que vestían el discreto plumaje de eclipse, me di cuenta que había cuatro más.
     En las siguientes horas, nos dedicamos a dar un paseo calmadamente, para bajar la comida. En torno a la boca del túnel que hay junto la presa revoloteaban los aviones roqueros, mientras que la hembra del roquero solitario permanecía posada sobre un muro de piedra. Hacia la salida al otro lado del túnel se agolpaban los opiliones en las paredes.
     Decidimos bajar al canal de desembalse previsto para cuando el pantano acumula más agua de la que puede contener. Atravesamos otro túnel que aprovechaban los aviones para construir sus nidos en el techo. En los charcos que había entre las grietas del lecho rocoso que forma el suelo viven las ranas, que no dudaban en refugiarse en sus aguas al acercarnos. Al salir sorprendimos a una lagartija colilarga.
    Nos sentamos al borde del acantilado granítico, donde estuvimos un buen rato, viendo el continuo trasiego de los aviones. Dos cabras, probablemente las de antes, caminaban por el fondo, junto al río, donde en la otra orilla sobre la lisa superficie de los granitos se soleaban un par de galápagos. Se oía el croar de las ranas. La oropéndola intercambiaba su aflautado canto con las ásperas notas de su reclamo, y vimos un par de machos persiguiéndose entre los eucaliptos del río. Se escuchaba también la melodía del roquero solitario, y acabamos viendo al macho sobre la repisa del muro en la que estuvo posada la hembra antes. Un mirlo se movía entre las adelfas y otros arbustos que crecían en la pared rocosa, y un arrendajo pasó volando alto hacia el lado del pantano. Después seguimos caminando por el desaguadero, viendo las ranas saltar a los charcos formados por la lluvia.
     Al regresar por el túnel de la presa, pudimos oír con mucha claridad los agudos chillidos de los murciélagos. Tomamos el camino de vuelta, pero teníamos previsto hacer más paradas. Nos detuvimos para recorrer a pie un corto camino. En un trecho en el que había barro se concentraban las abejas para tomar agua. De nuevo pude oír al pico picapinos, pero al igual que la vez anterior tampoco conseguí verlo. Pero sí vimos otra lagartija colilarga volviendo hacia el coche, más un pájaro que no me dio tiempo a identificar.

Pollos de Golondrina Común en el nido

     La siguiente parada fue para andorrear entre las ruinas del viejo poblado de La Lancha. En la primera de las casas a las que entramos vimos una salamanquesa en el techo. En el resto destacaba la presencia de los nidos de golondrina, sobre todo comunes, y algunos de ellos estaban ocupados con pollos. Los adultos iban y venían, entraban y salían. También vimos alguna que otra golondrina dáurica volando por el entorno del poblado, como también lo hacían las palomas torcaces entre los altos eucaliptos, bajo alguno de los cuales podía oírse el zumbido de las abejas. Y muy altas pasaron una pareja de chovas, a las que primero oímos graznar.

     Antes de llegar de nuevo a las famosas curvas, utilizadas como oteaderos para la observación por los naturalistas, paramos para mirar tres córvidos apostados en lo alto de unas rocas, que no puedo asegurar que fueran grajillas. Pararnos a mirar a las negras aves, me llevó a descubrir bajo ellas a un muflón macho que asomaba la cabeza entre las piedras, dotado de grandes cuernos, pero sin que le viéramos el cuerpo.
     Paramos un rato en otra “curva” diferente de donde estuvimos a la ida. Con la caída de la tarde, pudimos ver más ciervos, que ya empezaban a moverse. Pero yo seguía mirando al cielo, ya prácticamente despejado, extrañado por la ausencia de buitres, o alguna otra rapaz. Así mismo también estuvimos echando en falta los conejos. El pito real cantó desde alguna parte del inmenso paisaje que se abría a nuestros ojos. Un paisaje adehesado con pastos agostados y raquíticas encinas que lejanamente, contemplado bajo las luces anaranjadas del atardecer, nos recordaba a las sabanas africanas. También se oían los rabilargos, pero no las urracas. Pude ver un arrendajo en uno de los momentos que rodeé la mirada hacia el monte que se elevaba a nuestras espaldas. También vi un mamífero que no pude identificar, pero que por su silueta y su apresurada forma de moverse me recordó a un tejón, que antes que me diese tiempo a llevarme los prismáticos a los ojos, ya se había ocultado entre los lentiscos de la vaguada.
     Cogimos el coche ya con la idea de volver a Andújar, aunque íbamos despacio, casi parando a ver algún ciervo o gamo que nos llamase la atención. Y entre las muchas urracas, una cabalgaba a lomos de un ciervo usándolo como atalaya móvil para capturar los insectos  que espantara el ciervo a su paso, mientras pacía. El posible beneficio que el ciervo sacaría de portar una urraca sería una huída a tiempo en caso de que córvido se alertara. Un pito real, que voló desde un poste de madera al encinar. Los mirlos comenzaban su actividad crepuscular. Y por fin vemos conejos, aunque solo fueron cuatro. Y tras ver al cuarto, pude ver a una abubilla posarse sobre una piedra, y desplegando su cresta.
     Pues como digo, no teníamos prevista ninguna parada más, pero vi un pequeño animal que brincaba sobre el pasto, en la penumbra, que atrajo mi atención como un imán. Esos aires gatunos que gastaba al moverse me dispararon todas las alarmas en una fracción de segundo, y a grito de ¡lince!, aún sin estar seguro completamente, hice parar el coche. Ya no tardamos en confirmar que estábamos viendo un precioso cachorro de lince ibérico, cubierto por esa especie de borra que le da un aspecto rechoncho tan diferente del apretado y moteado pelaje que estiliza el aspecto de los adultos. Pero, ¿solo? Nuestra pregunta tampoco tardó en responderse, pues pronto localicé a la madre, prácticamente invisible, tumbada en el pasto. La ligera inclinación del terreno, la hierba seca y la tenue luz, nos dificultaban verlos con claridad a pesar de estar a menos de 50 metros. Pero los saltos y las carreras del cachorro nos brindaron un espectáculo inolvidable.
     Al rato, cuando llegó otro coche que se paró poco más adelante de nosotros, se levantó la madre, y se marchó monte arriba, seguida por la cría que iba trotando con enérgicos saltos que contrastaban con el pausado andar su progenitora, perdiéndose enseguida de vista, bajo las copas de las encinas. A pesar de la escasa inclinación del terreno, apenas había fondo. Después de ese rato de emoción contenida, nos quedamos allí mismo para liberarla, hablando de lo sucedido, sin deparar en que había un tercer lince adulto, que solo vimos cuando asomó media cabeza por encima del pasto, enseñándonos sus puntiagudas orejas rematadas en los pinceles. Pero después de un tiempo, también acabó largándose por donde se lo hicieron la madre y el cachorro. Es posible que pudiera tratarse de una cría del año pasado.

     En ese intermedio que hubo entre la observación de la madre y la cría con la del tercer lince, deparé en una tórtola turca posada en un poste, una hembra de pinzón sobre el camino, y un alcaudón, probablemente el común, parado en la alambrada, que enfrascado en la tertulia, no aseguré su identificación. Y volviendo a aquel símil, quizás no muy acertado, sobre dehesas ibéricas y sabanas, las encinas serían como las acacias, los ciervos jugarían el papel de los antílopes, y el lince se asemejaría al leopardo en nuestras “sabanas mediterráneas”.
     Para Hada y Fran fueron sus primeros linces, nada más y nada menos que ¡un triple bimbo lincero! Para mí, un avistamiento igualmente emocionante, fue la primera vez que veo linces en un mes de Junio. También la primera vez que veo tres juntos. Y además la primera vez que consigo ver un cachorro de la última fiera mediterránea, que representa una esperanza de supervivencia para la especie de felino más amenazada del mundo.
     En el coche seguimos hablando del extraordinario acontecimiento que acabábamos de vivir. No obstante eso no me impedía reconocer la hermosa silueta de los ciervos contra el cielo del anochecer, o distinguir aún a otro pito real que salió volando desde otro poste donde estaba posado, o escuchar los maullidos de los mochuelos a través de la ventanilla. Más adelante pude ver un mochuelo levantar el vuelo desde una piedra, y casi inmediatamente, nos detuvimos a ver a uno que salió volando desde la carretera para posarse sobre un chaparro, desde el que se cambio a un poste de la valla del camino, situándose con este movimiento aún más cerca. Y mientras se dejó ver este último mochuelo, pude llegar a escuchar al chotacabras pardo.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Conejo Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
  • Lince Ibérico (Lynx pardinus)
  • Muflón (Ovis orientalis)
  • Cabra Montés (Capra pyrenaica hispanica)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Gamo (Dama dama)
  • Ánade Azulón (Anas platyrhynchos)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Tórtola Turca (Streptopelia decaocto)
  • Mochuelo Europeo (Athene noctua vidalii)
  • Chotacabras Cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis)
  • Vencejo Común (Apus apus)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Abejaruco Europeo (Merops apiaster)
  • Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Golondrina Común (Hirundo rustica)
  • Golondrina Dáurica (Cecropis daurica)
  • Avión Común (Delichon urbicum)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Roquero Solitario (Monticola solitarius)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Agateador Común (Certhia brachydactyla)
  • Alcaudón Real (Lanius meridionalis)
  • Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Galápago Leproso (Mauremys leprosa)
  • Salamanquesa Común (Tarentola mauritanica)
  • Lagartija Colilarga (Psammodromus algirus)
  • Rana Verde Ibérica (Pelophylax perezi)

domingo, 11 de enero de 2015

AGUARDO EN EL HIDE DEL MULADAR

     En un rincón de las estribaciones de Sierra Madrona hay un muladar, desde donde a través de las ventanas de un hide, tuve una apasionante vivencia campera hace un par de días. Fui testigo de unas espectaculares secuencias que tuvieron por protagonistas a las aves necrófagas, como si estuviera visionando un documental, que aquí narro lejos de la elocuencia de haberlo podido presenciar en directo.
     En camino, por la noche, se nos cruzó un ratón en la carretera. Circulando ya por los carriles interiores de la finca, vimos una liebre con las luces de la furgoneta, e intuimos las siluetas de unos ciervos en la oscuridad, bajo el resplandor de la luna decreciente. Una vez colocados en el interior del hide, cada cual en su sitio, solo rompía el silencio el búho real con su cantar, mientras esperábamos el amanecer.
     Con el clareo de las primeras luces, pudimos ver la primera ave que hizo su aparición en el muladar, una hembra de colirrojo tizón que se posó sobre el cadáver del ciervo. Sopló el aire con cierto vigor, el rato posterior a la salida del sol que bañaba de luz las altas lomas, pero no hacía demasiado frío. Un par de zorzales se posaron en las partes altas del las encinas, mientras ya podíamos ver los buitres leonados posados en los cercanos riscos. Despegaron los primeros, pero pasaron de largo. Escuchamos al águila imperial, y también a los cuervos, pero todavía no había entrado nada al muladar. Los bandos de palomas también pasaban cerca. Unos aviones roqueros revolotearon por allí. Otro grupo de buitres cicleó sobre el muladar, pero altos, antes de alejarse, mientras una lavandera cascadeña se afanaba en la caza de insectos entorno a la carroña.
     El grueso de colonia de buitres leonados, junto algún negro, volaba, desfilando hacia otra parte. El vuelo bajo de una joven águila real junto a un viejo buitre negro sobre el muladar, creó el primer momento de gran expectación en el grupo que aguardaba que llegara a posarse alguna gran rapaz a tiro de sus objetivos fotográficos. Poco después un par de buitres leonados, dieron unas vueltas sobre el muladar, volando bajo, pero también se fueron.

Águila Imperial joven, sobre la copa de una encina

     A nuestras espaldas podían oírse los arrendajos, y mientras uno de estos córvidos se entretenía en picotear un trozo de carne en un posadero de una encina seca, se dejó caer el águila imperial, que vino a pararse sobre la copa de una encina. Era un ejemplar joven que permaneció bastante rato en el sitio que eligió de posadero, mientras simultáneamente unos milanos reales comenzaron a sobrevolarnos. Y solo cuando el águila se fue, se dedicaron los milanos a dar pasadas y hacer picados para tratar de coger con sus garras algún trozo de carne. Solo un milano se atrevió a aterrizar en el suelo, aunque por un breve momento, tras llevarse un jirón de carne. Entre tanto un joven buitre negro se paró cerca del muladar, lejos del hide, pero después de un rato se acabo marchando.
     Se sucedió el rato de actividad de las rapaces, con la calma, en el que el grupo deparaba entonces en los colirrojos tizones y los arrendajos que visitaban el muladar. Alguna paloma se adentraba en el interior de las copas de las encinas del interior del recinto acotado, mientras que de vez en cuando, algún que otro zorzal pasaba volando. También se acercaron los primeros rabilargos, que expulsaron a la lavandera cascadeña de las inmediaciones de la carroña. De todos modos, a la cascadeña le salió otro competidor más directo. Una lavandera blanca, ligeramente más grande, que también se dedicaba a capturar insectos, alejaba a la cascadeña de su lado, allá donde iba. Se oían a las perdices por detrás de nuestra posición. Un cernícalo pasó raudo sobre el muladar. Y llegó el primer cuervo, a posarse sobre una encina, desde donde emitía su llamada, hasta que poco después apareció su compañero.

El vuelo de una joven Águila Real

     De repente los rabilargos y los arrendajos desaparecieron. Y del cielo cayó una joven águila real, que en seguida se vio acosada por la pareja de cuervos, hasta posarse en interior de la frondosa copa de una encina. No podíamos verla, pero sabíamos que estaba allí. Los rabilargos, los arrendajos y uno de los cuervos marcaban su posición con sus voces de alarma. Pero el águila trepó con un aleteo hasta la percha superior de la encina, coronándola, y descubriéndose ante nuestra atónita mirada. Y desde ahí se tiró al suelo, donde anduvo y estuvo picoteando los viejos esqueletos. Alzó el vuelo para intentar apostarse en un posadero, la rama seca de una encina, pero el lance de los cuervos puso al gigante alado en retirada.

Deslizándose planeando
Aterrizando






























     Pero no esperamos mucho tiempo, cuando la joven águila imperial vuelve aparecer, parándose directamente en el suelo, bajo una encina. Y casi a la vez llegó otra vez la joven real, que fue a colocarse frente a la imperial. Los retoños de otra encina que teníamos delante no nos dejaron ver con claridad la breve escaramuza, que acabó abandonado la imperial para posarse sobre la copa de una encina. La real imitó a su competidora, apostándose en otra encina. Y en una tercera encina, la pareja de cuervos estaba tan pendiente de las águilas como nosotros. Más impaciente que la imperial, la real cambia de encina, a lo que los cuervos responden arrojándose en picado sobre ella, en el corto trayecto. Las águilas permanecieron tranquilamente sobre sendas encinas durante un largo rato. La primera en irse fue la real, y bastante después hizo lo mismo la imperial.


Levantando el vuelo
Increpada por un cuervo






























     Los milanos también retornaron con sus acrobacias aéreas, sus virajes y sus picados para llevarse algún pedazo de carne consigo. El cernícalo también volvió a aparecer por allí. Un nuevo visitante fue la abubilla, prospectando el suelo. Los cuervos siguieron por allí, y bajando a recoger trozos de carne sueltos. Los arrendajos pasaban y parecían pararse por curiosear. Los rabilargos iban y venían sobre la carcasa del ciervo. Los colirrojos tizones se dedicaban a capturar insectos, sin que mediasen enfrentamientos con las dos lavanderas. Y el desfile de buitres comenzó de nuevo, esta vez en dirección al roquedo.
     Entrada la tarde, cuando ya no se espera que llegue ningún comensal del muladar, avisamos al guarda para que viniese a buscarnos. Es muy importante seguir este procedimiento, pues aunque aparentemente no haya ningún ave cerca, si alguna llega a detectarnos salir directamente desde el hide, podría recelar. Antes de salir de la finca pudimos ver tres abubillas, unos ciervos, un gavilán y algunos muflones. Por la carretera vimos los estorninos congregados en los cables de los tendidos eléctricos, un par de cigüeñas en los campos, más un par de ratoneros sobre sendos postes de las dehesas del Valle de los Pedroches.

Fotografías: gentileza de Julen Gayarre y Luke Massey.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Ratón de Campo (Apodemus sylvaticus)
  • Liebre Ibérica (Lepus granatensis)
  • Muflón (Ovis orientalis)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Cigüeña Blanca (Ciconia ciconia)
  • Milano Real (Milvus milvus)
  • Buitre Leonado (Gyps fulvus)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Gavilán Común (Accipiter nissus)
  • Busardo Ratonero (Buteo buteo)
  • Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti)
  • Águila Real (Aquila chrysaetos)
  • Cernícalo Vulgar (Falco tinnunculus)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Búho Real (Bubo bubo)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Lavandera Blanca (Motacilla alba alba)
  • Lavandera Cascadeña (Motacilla cinerea)
  • Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
  • Zorzal Común (Turdus philomelos)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Cuervo Grande (Corvus corax)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)

domingo, 16 de noviembre de 2014

ESCAPADA A SIERRA MADRONA, POR LA SIERRA DE ANDÚJAR

     Tras varios días seguidos de lluvia, aprovechamos la calma de ayer Raimundo y yo para salir de campo. Fuimos hasta Sierra Madrona, atravesando la Sierra de Andújar. Más allá de los animales que pudimos ver, destacó la presencia del agua en el paisaje, que se precipitaba a través de los arroyos, o se acumulaba en charcos.
     Carretera arriba, hacia la sierra, me fijé en unas palomas torcaces posadas en un eucalipto, en los estorninos alineados en los tendidos eléctricos, y en los rabilargos que se movían por el entorno. En Las Viñas realizamos nuestra primera parada, corta, pero en la que nos dio tiempo a escuchar la continua y variada cascada de notas de los estorninos, acompañados del agudo canto de los petirrojos, como música de fondo, a la que de vez en cuando se le imponía los graves reclamos de algún cercano herrerillo o del pico picapinos que no acertamos a ver.
     Seguimos adelante, viendo algunas urracas por las cercanías de la carretera. La siguiente parada la hicimos al cruzar el Río Jándula para contemplar a un par de cercanas grajillas posadas en la desnuda rama de un chopo, la mayoría de los cuales están vestidos ahora de amarillo.
     Pocos ciervos y numerosos buitres fueron la razón principal de algunas de nuestras siguientes paradas. A veces resultaba difícil determinar la especie de buitre que estábamos viendo, pues aunque no volaban demasiado altos, lo hacían contra el gris oscuro de las nubes. Las siluetas nos ayudaban bastante a discernir los negros que se mezclaban con los cuantiosos leonados. Entre tanto podían escucharse a los arrendajos y al pito real, que habíamos visto cuando íbamos en marcha por la carretera, así como también rabilargos y algunos zorzales. Los bandos de pinzones también podían verse fácilmente al levantarlos a nuestro paso. Dediqué una pequeña parada a un petirrojo posado sobre la horquilla más alta de una rama seca. En otra parada nos acercamos a un arroyo, donde una rana se delató al saltar al agua. Más otra parada en la que nos dedicamos a recolectar unos cuantos madroños, tarea que mientras realizábamos, nos acompañaba con sus cantos el trepador azul, el herrerillo y los petirrojos que estaban por los aledaños.


Arroyo de la Sierra de Andújar

     Abundaban los buscadores de setas en Sierra Madrona. Podíamos ver sus coches aparcados junto a la carretera al pasar. El lugar que elegimos para campear fue el tramo alto del Río Jándula. Dirigiéndonos hacia allí, paralelos a las cumbres rocosas, podíamos ver altos a los buitres leonados sobrevolándolas. El primer sitio al que quisimos ir era la Hoz del Jándula, pero el abundante caudal de este río, al que le aunaba el del Robledillo, nos lo impidieron. Envidiamos al andarríos grande y a la garza real que podían desplazarse en vuelo sobre el río, y posarse allá donde les daba la gana. De lejos se oía al ruiseñor bastardo. Y llegamos a ver a una pequeña rana que prefería la tranquilidad de un pequeño charco, que los agitados caudales de los ríos próximos.

Hoces del Río Jándula

     El siguiente sitio al que fuimos, donde almorzamos y echamos casi el resto de la tarde, hasta que decidimos irnos, fue otra zona próxima al río. Unos pitidos cortos y de timbre agudo se repetían a un ritmo continuo sin variaciones. En mis pensamientos era incapaz de identificar al pájaro que producía semejante sonido. No podían ser los cuatro cormoranes que se movían por allí, y que paraban sobre unas piedras, aguas arriba, ni la garza que levantó el vuelo cuando nos vio aparecer. Tampoco eran los aviones roqueros, ni los lejanos buitres que con su vuelo cicleante coronaban la sierra. Dejé de prestarle atención, y entre tanto Raimundo localizó un grupo integrado por seis cabras en el roquedo de la otra orilla. Estuvimos siguiéndolas con la vista en su ascenso por la inclinada cornisa, hasta que se perdieron.

Cabras Monteses

     Apenas unos momentos después, por puro azar, dejé caer la mirada perdida sobre la corriente del río, sin estar buscando nada más allá del sosiego. Pero hay algo que irrumpe a la superficie desde el fondo oculto por las turbias aguas y me obliga a fijarme en ello. Un breve instante de desconcierto me sacude la mente, tratando de averiguar lo que es. Podría ser la cabeza de un pez, pero es una silueta más grande la que asoma en el río, avanzando aguas abajo, y que seguidamente desaparece bajo el líquido elemento. Justo en ese preciso instante, me atrevo a decirle a Raimundo que acabo de ver una nutria, aun cuando el margen de la duda, por la fugacidad del acontecimiento, estaba en mi cabeza.
     Deliberábamos los dos sin quitarle la vista al río. Cada segundo pasaba lentamente, y me hacía perder a pasos agigantados la esperanza de que volviera a emerger la señora del río. Pero lo hizo, dándome tiempo a señalársela a Raimundo. Ahora iba vadeando las aguas de tal manera que también podíamos apreciar la parte dorsal del alargado cuerpo del mustélido acuático. Y con los prismáticos, descubrimos que lleva un enorme pez atrapado entre sus fauces. Raimundo cae en la cuenta sobre la autoría en la nutria de esos repetitivos y silbantes sonidos que llevábamos oyendo desde hacía rato. Y efectivamente comprobamos que dejábamos de oírlos cada vez que se sumergía, y que nuevamente escuchábamos cada vez que asomaba la cabeza. Curso abajo se fue, hasta que la perdimos de vista y dejamos de oírla.
     Continuamos un rato más por las inmediaciones. Por aquel tramo del río se movían ahora un par de lavanderas cascadeñas. Los cormoranes estaban aguas arriba, y aguas abajo una garza real que de vez en cuando lanzaba al aire su graznido mientras volaba. Un mirlo, dando su voz de alarma, salió al descubierto desde unos sauces de la orilla. Y descubrimos un galápago sobre una piedra en medio del ya umbrío río por la caída de la luz. Pero la nutria era la protagonista del reciente recuerdo en nuestra memoria y en nuestro intercambio de impresiones.
     Los ciervos se volvieron más activos con la caída de la tarde, que vimos en mayor número al volver. Incluso paramos para ser testigos de una pelea entre machos. Aún luchan y aún berrean los señores del bosque en pleno Noviembre. Mientras los contemplábamos, un petirrojo que salió de un lentisco, se interpuso en mi campo visual. Pude ver otro más cuando íbamos circulando, y también una perdiz que se nos cruzó por la carretera.

(*) Fotografías: gentileza de Raimundo Gómez.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Nutria Paleártica (Lutra lutra)
  • Cabra Montés (Capra pyrenaica hispanica)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo)
  • Garza Real (Ardea cinerea)
  • Buitre Leonado (Gyps fulvus)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Andarríos Grande (Tringa ochropus)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Pito Real (Picus viridis sharpei)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Lavandera Cascadeña (Motacilla cinerea)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Zorzal Común (Turdus philomelos)
  • Ruiseñor Bastardo (Cettia cetti)
  • Herrerillo Común (Cyanistes caeruleus)
  • Trepador Azul (Sitta europaea caesia)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Grajilla Común (Corvus monedula)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Galápago Leproso (Mauremys leprosa)
  • Rana Verde Ibérica (Pelophylax perezi)