Tras varios días seguidos de lluvia,
aprovechamos la calma de ayer Raimundo y yo para salir de campo. Fuimos hasta Sierra
Madrona, atravesando la Sierra
de Andújar. Más allá de los animales que pudimos ver, destacó la presencia del
agua en el paisaje, que se precipitaba a través de los arroyos, o se acumulaba
en charcos.
Carretera arriba, hacia la sierra, me fijé
en unas palomas torcaces posadas en un eucalipto, en los estorninos alineados en los tendidos eléctricos, y en los rabilargos que se movían por el entorno.
En Las Viñas realizamos nuestra primera parada, corta, pero en la que nos dio
tiempo a escuchar la continua y variada cascada de notas de los estorninos,
acompañados del agudo canto de los petirrojos, como música de fondo, a la que
de vez en cuando se le imponía los graves reclamos de algún cercano herrerillo
o del pico picapinos que no acertamos a ver.
Seguimos adelante, viendo algunas urracas por las cercanías de la carretera. La siguiente parada la hicimos al cruzar el Río Jándula para contemplar a un par de cercanas grajillas posadas en la desnuda rama de un chopo, la mayoría de los cuales están vestidos ahora de amarillo.
Pocos ciervos y numerosos buitres fueron la razón principal de algunas de nuestras siguientes paradas. A veces resultaba difícil determinar la especie de buitre que estábamos viendo, pues aunque no volaban demasiado altos, lo hacían contra el gris oscuro de las nubes. Las siluetas nos ayudaban bastante a discernir los negros que se mezclaban con los cuantiosos leonados. Entre tanto podían escucharse a los arrendajos y al pito real, que habíamos visto cuando íbamos en marcha por la carretera, así como también rabilargos y algunos zorzales. Los bandos de pinzones también podían verse fácilmente al levantarlos a nuestro paso. Dediqué una pequeña parada a un petirrojo posado sobre la horquilla más alta de una rama seca. En otra parada nos acercamos a un arroyo, donde una rana se delató al saltar al agua. Más otra parada en la que nos dedicamos a recolectar unos cuantos madroños, tarea que mientras realizábamos, nos acompañaba con sus cantos el trepador azul, el herrerillo y los petirrojos que estaban por los aledaños.
Abundaban los buscadores de setas en Sierra Madrona. Podíamos ver sus coches aparcados junto a la carretera al pasar. El lugar que elegimos para campear fue el tramo alto del Río Jándula. Dirigiéndonos hacia allí, paralelos a las cumbres rocosas, podíamos ver altos a los buitres leonados sobrevolándolas. El primer sitio al que quisimos ir erala Hoz del Jándula, pero el
abundante caudal de este río, al que le aunaba el del Robledillo, nos lo
impidieron. Envidiamos al andarríos grande y a la garza real que podían
desplazarse en vuelo sobre el río, y posarse allá donde les daba la gana. De
lejos se oía al ruiseñor bastardo. Y llegamos a ver a una pequeña rana que
prefería la tranquilidad de un pequeño charco, que los agitados caudales de los
ríos próximos.
Seguimos adelante, viendo algunas urracas por las cercanías de la carretera. La siguiente parada la hicimos al cruzar el Río Jándula para contemplar a un par de cercanas grajillas posadas en la desnuda rama de un chopo, la mayoría de los cuales están vestidos ahora de amarillo.
Pocos ciervos y numerosos buitres fueron la razón principal de algunas de nuestras siguientes paradas. A veces resultaba difícil determinar la especie de buitre que estábamos viendo, pues aunque no volaban demasiado altos, lo hacían contra el gris oscuro de las nubes. Las siluetas nos ayudaban bastante a discernir los negros que se mezclaban con los cuantiosos leonados. Entre tanto podían escucharse a los arrendajos y al pito real, que habíamos visto cuando íbamos en marcha por la carretera, así como también rabilargos y algunos zorzales. Los bandos de pinzones también podían verse fácilmente al levantarlos a nuestro paso. Dediqué una pequeña parada a un petirrojo posado sobre la horquilla más alta de una rama seca. En otra parada nos acercamos a un arroyo, donde una rana se delató al saltar al agua. Más otra parada en la que nos dedicamos a recolectar unos cuantos madroños, tarea que mientras realizábamos, nos acompañaba con sus cantos el trepador azul, el herrerillo y los petirrojos que estaban por los aledaños.
Arroyo de la Sierra de Andújar |
Abundaban los buscadores de setas en Sierra Madrona. Podíamos ver sus coches aparcados junto a la carretera al pasar. El lugar que elegimos para campear fue el tramo alto del Río Jándula. Dirigiéndonos hacia allí, paralelos a las cumbres rocosas, podíamos ver altos a los buitres leonados sobrevolándolas. El primer sitio al que quisimos ir era
Hoces del Río Jándula |
El siguiente sitio al que fuimos,
donde almorzamos y echamos casi el resto de la tarde, hasta que decidimos
irnos, fue otra zona próxima al río. Unos pitidos cortos y de timbre agudo se
repetían a un ritmo continuo sin variaciones. En mis pensamientos era incapaz
de identificar al pájaro que producía semejante sonido. No podían ser los
cuatro cormoranes que se movían por allí, y que paraban sobre unas piedras,
aguas arriba, ni la garza que levantó el vuelo cuando nos vio aparecer. Tampoco
eran los aviones roqueros, ni los lejanos buitres que con su vuelo cicleante
coronaban la sierra. Dejé de prestarle atención, y entre tanto Raimundo
localizó un grupo integrado por seis cabras en el roquedo de la otra orilla.
Estuvimos siguiéndolas con la vista en su ascenso por la inclinada cornisa, hasta que se perdieron.
Apenas unos momentos después, por puro azar, dejé caer la mirada perdida sobre la corriente del río, sin estar buscando nada más allá del sosiego. Pero hay algo que irrumpe a la superficie desde el fondo oculto por las turbias aguas y me obliga a fijarme en ello. Un breve instante de desconcierto me sacude la mente, tratando de averiguar lo que es. Podría ser la cabeza de un pez, pero es una silueta más grande la que asoma en el río, avanzando aguas abajo, y que seguidamente desaparece bajo el líquido elemento. Justo en ese preciso instante, me atrevo a decirle a Raimundo que acabo de ver una nutria, aun cuando el margen de la duda, por la fugacidad del acontecimiento, estaba en mi cabeza.
Deliberábamos los dos sin quitarle la vista al río. Cada segundo pasaba lentamente, y me hacía perder a pasos agigantados la esperanza de que volviera a emerger la señora del río. Pero lo hizo, dándome tiempo a señalársela a Raimundo. Ahora iba vadeando las aguas de tal manera que también podíamos apreciar la parte dorsal del alargado cuerpo del mustélido acuático. Y con los prismáticos, descubrimos que lleva un enorme pez atrapado entre sus fauces. Raimundo cae en la cuenta sobre la autoría en la nutria de esos repetitivos y silbantes sonidos que llevábamos oyendo desde hacía rato. Y efectivamente comprobamos que dejábamos de oírlos cada vez que se sumergía, y que nuevamente escuchábamos cada vez que asomaba la cabeza. Curso abajo se fue, hasta que la perdimos de vista y dejamos de oírla.
Continuamos un rato más por las inmediaciones. Por aquel tramo del río se movían ahora un par de lavanderas cascadeñas. Los cormoranes estaban aguas arriba, y aguas abajo una garza real que de vez en cuando lanzaba al aire su graznido mientras volaba. Un mirlo, dando su voz de alarma, salió al descubierto desde unos sauces de la orilla. Y descubrimos un galápago sobre una piedra en medio del ya umbrío río por la caída de la luz. Pero la nutria era la protagonista del reciente recuerdo en nuestra memoria y en nuestro intercambio de impresiones.
Cabras Monteses |
Apenas unos momentos después, por puro azar, dejé caer la mirada perdida sobre la corriente del río, sin estar buscando nada más allá del sosiego. Pero hay algo que irrumpe a la superficie desde el fondo oculto por las turbias aguas y me obliga a fijarme en ello. Un breve instante de desconcierto me sacude la mente, tratando de averiguar lo que es. Podría ser la cabeza de un pez, pero es una silueta más grande la que asoma en el río, avanzando aguas abajo, y que seguidamente desaparece bajo el líquido elemento. Justo en ese preciso instante, me atrevo a decirle a Raimundo que acabo de ver una nutria, aun cuando el margen de la duda, por la fugacidad del acontecimiento, estaba en mi cabeza.
Deliberábamos los dos sin quitarle la vista al río. Cada segundo pasaba lentamente, y me hacía perder a pasos agigantados la esperanza de que volviera a emerger la señora del río. Pero lo hizo, dándome tiempo a señalársela a Raimundo. Ahora iba vadeando las aguas de tal manera que también podíamos apreciar la parte dorsal del alargado cuerpo del mustélido acuático. Y con los prismáticos, descubrimos que lleva un enorme pez atrapado entre sus fauces. Raimundo cae en la cuenta sobre la autoría en la nutria de esos repetitivos y silbantes sonidos que llevábamos oyendo desde hacía rato. Y efectivamente comprobamos que dejábamos de oírlos cada vez que se sumergía, y que nuevamente escuchábamos cada vez que asomaba la cabeza. Curso abajo se fue, hasta que la perdimos de vista y dejamos de oírla.
Continuamos un rato más por las inmediaciones. Por aquel tramo del río se movían ahora un par de lavanderas cascadeñas. Los cormoranes estaban aguas arriba, y aguas abajo una garza real que de vez en cuando lanzaba al aire su graznido mientras volaba. Un mirlo, dando su voz de alarma, salió al descubierto desde unos sauces de la orilla. Y descubrimos un galápago sobre una piedra en medio del ya umbrío río por la caída de la luz. Pero la nutria era la protagonista del reciente recuerdo en nuestra memoria y en nuestro intercambio de impresiones.
Los ciervos se volvieron más activos con
la caída de la tarde, que vimos en mayor número al volver. Incluso paramos para
ser testigos de una pelea entre machos. Aún luchan y aún berrean los señores
del bosque en pleno Noviembre. Mientras los contemplábamos, un petirrojo que
salió de un lentisco, se interpuso en mi campo visual. Pude ver otro más cuando
íbamos circulando, y también una perdiz que se nos cruzó por la carretera.
(*)
Fotografías: gentileza de Raimundo Gómez.
Lista
de Especies Observadas (Orden Sistemático):
- Nutria
Paleártica (Lutra lutra)
- Cabra Montés
(Capra pyrenaica hispanica)
- Ciervo Rojo
(Cervus elaphus)
- Cormorán
Grande (Phalacrocorax carbo)
- Garza Real (Ardea cinerea)
- Buitre
Leonado (Gyps fulvus)
- Buitre Negro
(Aegypius monachus)
- Perdiz Roja
(Alectoris rufa)
- Andarríos
Grande (Tringa ochropus)
- Paloma
Torcaz (Columba palumbus)
- Pito Real (Picus
viridis sharpei)
- Pico
Picapinos (Dendrocopos major)
- Avión
Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
- Lavandera
Cascadeña (Motacilla cinerea)
- Petirrojo
Europeo (Erithacus rubecula)
- Mirlo Común
(Turdus merula)
- Zorzal Común
(Turdus philomelos)
- Ruiseñor
Bastardo (Cettia cetti)
- Herrerillo
Común (Cyanistes caeruleus)
- Trepador
Azul (Sitta europaea caesia)
- Arrendajo
Común (Garrulus glandarius)
- Rabilargo
Ibérico (Cyanopica cooki)
- Urraca (Pica pica melanotos)
- Grajilla Común (Corvus monedula)
- Estornino
Negro (Sturnus unicolor)
- Pinzón
Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
- Galápago
Leproso (Mauremys leprosa)
- Rana Verde
Ibérica (Pelophylax perezi)
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