Llevábamos ya tiempo con la idea de ir a
las Tablas de Daimiel, y por fin hoy, Elena, Fran y yo conseguimos escaparnos. Y
como de costumbre, en las Tablas siempre aguardan sorpresas. Cada vez que allí he ido he
tenido oportunidad de contemplar distintas cosas. Las poblaciones de aves
fluctúan al ritmo que lo hace el nivel del agua, y los acentuados cambios
estacionales.
Mientras esperábamos a Fran para partir en
la temprana mañana, Elena y yo nos entreteníamos con las aves urbanas, tórtolas
turcas, estorninos, golondrinas y gorriones comunes, mirándolos y escuchándolos.
Aunque por la carretera no íbamos muy pendientes de mirar, no escaparon a
nuestra atención las urracas, los abundantes estorninos y alguna cogujada, más
otros que nos fue imposible determinar que eran. Circunvalando ya Daimiel vimos
un cernícalo al borde de la autovía, pero nos resultó más llamativo el paso
migratorio de los milanos negros, que en un disgregado grupo, escalaban cotas
en el espacio aéreo describiendo espirales.
Llegando al Río Guadiana, cruzado por el puente
del Molino de Molemocho, destacaban en sus aguas un ingente número de fochas, y
las cigüeñas, ocupando los nidos sobre los viejos chopos. Fue nuestra primera
escala. Al bajarnos del coche llegan a nuestros oídos los crotoreos de las
cigüeñas, y la repetitiva estrofa del ruiseñor bastardo. Las golondrinas
revoloteaban por los alrededores, y el pequeño zampullín común nadaba y se
sumergía cerca de las ojeras del puente, donde por la despejada orilla se movía
la inquieta lavandera blanca. Pasaban de vez en cuando algún cormorán, cigüeña
o gaviota sombría cruzando el cielo, y mientras observábamos las fochas, a
nuestras espaldas cantó con fuerza un cercano ruiseñor bastardo que tuvo la
amabilidad de asomar de su escondite entre las apretadas eneas y permitirnos
que lo contemplásemos.
Las someras aguas de las Tablas de Daimiel |
Dirigiéndonos hacia los aparcamientos, junto a las oficinas del Parque Nacional, pude ver estorninos y alguna cogujada, más un bando mixto de pájaros poco antes de llegar, entre los que estaban los inconfundibles jilgueros, reconocidos por la banda alar amarilla. Entre los tarajes de las inmediaciones podía verse urracas y palomas torcaces.
Nuestro primer objetivo fue la Laguna Permanente.
En nuestras andaduras, nos vimos envueltos por nubes de mosquitos en más de una
ocasión. En el paseo hasta llegar a los observatorios, escuchamos al buitrón, y
localizamos entre las desnudas ramas de los chopos y los tarajes, gracias a sus
cantos, al carbonero y al herrerillo común. Antes de entrar en los
observatorios, ya habíamos divisado en un pequeño cerro de la otra orilla a los
ánsares pastando sobre el césped. Desde el interior del observatorio, pudimos
verlos mejor, y además, a un par de cormoranes, posados en un pequeño islote, y
de entre los pequeños bandos de grullas, diseminados por el cielo, uno de ellos
compuesto por cinco, que se precipitó tras la colina donde estaban los ánsares.
Descubrimos también, buscando en la profundidad del horizonte, a unas gaviotas
sombrías, unas nadando, otras volando, un par de somormujos lavancos, una garza
real en una orilla, bastante disimulada entre los tallos de la jungla de espadañas y carrizos secos, y un pequeño grupo de avefrías que pasaron volando.
La siguiente meta fue ir hasta la Isla del Pan, pero haciendo
el recorrido a la inversa a lo que usualmente hacen los visitantes, desde la Isla del Maturro, en lugar
desde la
Entradilla. Empelamos bastante rato en completar el corto
itinerario. La razón, las múltiples paradas que nos obligaban las aves a
improvisar. Destacaban sobre las someras aguas de la Tabla de la Hita los patos, los
llamativos machos blancos del pato cuchara, y junto a ellos, las pequeñas
cercetas, que compartían con alguna focha.
Las lavanderas blancas se movían por las cenagosas orillas, y mientras las mirábamos se descubre desde el carrizal un pájaro de mayor porte, con el dorso gris pardusco, que irresistiblemente atrajo mi atención como imán sobre él. A menudo, estos pájaros de plumaje discreto, que pocas veces se dejan ver tan claramente, constituyen todo un desafío identificarlos. Mi sorpresa vino, cuando al girarse me muestra su pecho teñido parcialmente de azul, dibujándole una especie de collar, característica por la cual recibe su nombre. Se trataba de un pechiazul, bien de una hembra, bien de un macho del primer año, que aun carecía de la amplia mancha de intenso azul que colorea todo el pecho, a veces interrumpida por una pequeña mancha central blanca o roja, de los adultos de su sexo. Y aunque no es la primera vez que veo a esta especie, no pude ocultar el entusiasmo que sentí al verlo, recogiendo así mi premio particular con el que me obsequiaron las Tablas de Daimiel en esta visita aquí descrita.
Las lavanderas blancas se movían por las cenagosas orillas, y mientras las mirábamos se descubre desde el carrizal un pájaro de mayor porte, con el dorso gris pardusco, que irresistiblemente atrajo mi atención como imán sobre él. A menudo, estos pájaros de plumaje discreto, que pocas veces se dejan ver tan claramente, constituyen todo un desafío identificarlos. Mi sorpresa vino, cuando al girarse me muestra su pecho teñido parcialmente de azul, dibujándole una especie de collar, característica por la cual recibe su nombre. Se trataba de un pechiazul, bien de una hembra, bien de un macho del primer año, que aun carecía de la amplia mancha de intenso azul que colorea todo el pecho, a veces interrumpida por una pequeña mancha central blanca o roja, de los adultos de su sexo. Y aunque no es la primera vez que veo a esta especie, no pude ocultar el entusiasmo que sentí al verlo, recogiendo así mi premio particular con el que me obsequiaron las Tablas de Daimiel en esta visita aquí descrita.
No tardamos mucho en afinar más, y
descubrir unos cuantos pechiazules más. Uno se dejó ver posado en una alta rama
que se elevaba sobre el nivel de los carrizos, pero la mayoría aparecían por
las orillas, compartiéndolas con las lavanderas, un petirrojo que también salió
por allí, y algún bisbita. Gaviotas y cormoranes podían verse en vuelo, pero
más nos atraían los bandos de grullas, con su ensordecedor trompeteo mientras
surcaban el firmamento. Cantaba el ruiseñor bastardo, y también podía oírse a veces al
mosquitero. Más adelante acabamos viendo alguno, cuando asomaba entre las eneas
y carrizos exteriores de las orillas. También vimos algunos ánades reales, y al
aguilucho lagunero sobrevolar las tablas.
Estaban bastante concurrido el Parque hoy
por la mañana, a pesar de ser lunes. Caminando bajo el bosque de tarajes de la Isla del Pan escuchamos y
pudimos ver unos gorriones morunos. Se oía también al ruiseñor bastardo, pero
no lo vimos. Poco antes de llegar al observatorio pudimos ver un buitrón sobre
una mata. Tras unos momentos en que pudimos mirarlo a placer, el diminuto
pájaro desafió la corriente de aire, alzando el vuelo, a la vez que emitía su
monótono canto, hasta dejarse caer en el suelo, un poco más allá de donde lo
habíamos visto. Y seguimos viendo grullas pasar durante el tiempo que allí
permanecimos, y apenas si le echamos cuentas a los aviones que también
sobrevolaban la zona.
Grullas en vuelo |
De camino entre las Islas del Descanso y la Entradilla , vimos un
par de fochas, y unas cercetas, y de nuevo, el vuelo rasante del aguilucho
lagunero sobre la vegetación palustre. Escuchamos al ruiseñor bastardo y al
buitrón mientras nos dirigíamos al observatorio de la Laguna de Aclimatación,
lugar que elegimos para comer, desde donde además de los anátidos y rálidos que
allí mantienen en condiciones controladas, vimos un bisbita caminado por la
orilla, el único ave completamente silvestre, que puede entrar y salir
libremente a través de la malla metálica que cubre la laguna. Yo salí antes, a
llevar algunas cosas al coche, lo que me permitió advertir a una pareja de
tarabillas, posadas en las puntas más altas de los arbustos del entorno, y
poder oírlas cantar.
Pareja de Fochas |
Después de comer, fuimos hacia la Torre de Prado Ancho,
parando en cada uno de los observatorios que había en el camino. La actividad
de las aves parecía haber menguado a primeras horas de la tarde. Al iniciar el
camino, pudimos ver un carbonero entre los tarajes del principio. Algunas
urracas y palomas más adelante, y el paso de algún que otro cormorán. Nos fue fácil
ver al macho de tarabilla posado en una señal. En las breves estancias en los
observatorios tampoco conseguimos ver gran cosa. Tan solo un ánsar, dos ánades
reales, un par de parejas de cercetas, además unas pocas fochas y cormoranes. Entre
ellos había uno muy llamativo, que pudimos observarlo no muy lejos, que ya
lucía el plumaje de celo, con la cabeza blanca, y desplegaba sus alas mientras
nadaba. Cerca ya de la torre, volvemos a dedicar unos momentos para levantar la
vista al cielo, y no dejar de mirar con cierto asombro las escuadras de las
vociferantes grullas.
Desde lo alto de la torre observamos un
grupo de machos de patos cuchara, entre los que se movía una cigüeñuela. No muy
lejos también nadaban unos ánades reales. Más al fondo había cormoranes sobre
el agua, o bien pasaban volando, como también lo hizo un pequeño grupo de
ánsares. Mientras tanto el aguilucho lagunero seguía sus prospecciones, dando
pasadas sobre las tablas. Y en el borde de una de las junglas de carrizos y
eneas que circundan las tablas, descubrimos a la garza real.
Tabla de Prado Ancho |
La vuelta la hicimos por un camino
paralelo, entre barbechos restaurados con vegetación forestal mediterránea. Se
oía el triguero y el buitrón en aquellos parajes, y podían verse alguna bandada
jilgueros, gorriones y estorninos, así como a las solitarias tarabillas posadas
en los tallos más altos de los pastos y a las cogujadas corretear por el camino.
Además de las grullas, pudimos ver en el aire evolucionar una disgregada
columna de milanos negros a lo lejos. Algunos pasaron más cerca. También
pasaron unas grajillas, que graznaban de cuando en cuando. Llegando casi al Centro de Visitantes, saltó una liebre
de donde se encontraba encamada. Lo más curioso es que salió corriendo después
de haber pasado cerca de ella, y ni nos habíamos dado cuenta.
En la parcela donde se encuentran los
merenderos, junto a las oficinas del Parque, había tórtolas turcas, y también
fui capaz de ver una abubilla en la linde, donde pronto pasó desapercibida
entre los chaparros. Sobre las leñosas matas pudimos ver también una tarabilla
macho, pero atrajo más nuestra atención poder ver al descubierto una curruca
rabilarga, pequeña en comparación con la tarabilla, ya que por unos instantes
la inquieta curruca nos permitió verla cerca de la tranquila tarabilla.
Faltaba poco más de una hora para la
puesta de sol, y mi idea era que antes que oscureciese, poder ir a la Laguna de Navaseca. Iba con
cierto nerviosismo, por querer abarcarlo todo. Las numerosas fochas que nadaban
cerca del puente del Molino del Molemocho, avanzaban ahora por tierra, como si
de gallinas se tratara, dirigiéndose hacia el corral para recogerse.
Avifauna de la Laguna de Navaseca: fochas y flamencos |
Comprobé con satisfacción las actuaciones
de mejora llevadas a cabo en el entorno de la laguna procedente de la estación
depuradora, observatorios en su perímetro, y señalización limitando la velocidad
a su alrededor por el paso de fauna. Y no es para menos, pues la vida bulle
allí, concentrada como en un oasis. No nos detuvimos demasiado tiempo. De
entrada nos da la bienvenida la algarabía formada por las gaviotas reidoras, y conseguimos
ver con suma facilidad los flamencos, las gallinetas, las cigüeñulelas y los
zampullines que no pudimos encontrar en las Tablas de Daimiel. Tampoco faltaban
aquí las fochas, ni los ánsares ni los ánades reales. Además, en una de
nuestras breves paradas, conseguimos ver una agachadiza común, que alzó el
vuelo desde la orilla junto a la que pasamos. Las golondrinas también volaban
por el entorno de la laguna, papando mosquitos. En nuestro ligero recorrido
perimetral, además de parar para ver las aves acuáticas, también lo hicimos
para observar un par de trigueros posados en una valla.
De vuelta a las Tablas, pudimos ver la
puesta de sol antes de cruzar el Guadiana. Aprovechamos para disfrutar del
incandescente atardecer desde la carretera, cuyas últimas luces irisaban el
cielo, reflejado también en el espejo del agua.
Atardecer en las Tablas de Daimiel |
Sin más demora, dejamos el coche en los
aparcamientos, junto a las oficinas, y a un ritmo ligero andamos hacia la Isla del Pan. Nuestra
intención era ver la llegada de las grullas a sus dormideros antes que se fuera
la luz. Pero quedamos gratamente sorprendidos nada más llegar con otro
espectáculo pocas veces observable, la jornada de caza vespertina de un búho
chico. Con vuelo inaudible se deslizaba aleteando a ras de los matorrales de
bajo porte que cubren la isla, efectuando quiebros y cortos cernidos justo antes de dejarse
caer a tierra. Enseguida volvía a despegar y continuaba con su actividad,
alejándose poco a poco, hasta desvanecerse entre tinieblas. Lejanos bandos de
grullas se desplazaban por el aire, de las cuales solo podíamos ver sus
siluetas contra el anaranjado horizonte del poniente. Hasta nuestros oídos
llegaban sus voces. Yéndonos de Daimiel, un enclave que nunca decepciona mis
expectativas, cruzó la carretera un ratón.
Lista
de Especies Observadas (Orden Sistemático):
- Ratón de
Campo (Apodemos sylvaticus)
- Liebre
Ibérica (Lepus granatensis)
- Zampullín
Chico (Tachibaptus ruficollis)
- Somormujo
Lavanco (Podiceps cristatus)
- Cormorán
Grande (Phalacrocorax carbo)
- Garza Real (Ardea cinerea)
- Cigüeña
Blanca (Ciconia ciconia)
- Flamenco
Común (Phoenicopterus ruber)
- Ánsar Común
(Anser anser)
- Ánade Azulón
(Anas platyrhynchos)
- Cuchara
Común (Anas clypeata)
- Cerceta
Común (Anas crecca)
- Milano Negro
(Milvus migrans)
- Aguilucho
Lagunero Occidental (Circus
aeruginosus)
- Cernícalo
Vulgar (Falco tinnunculus)
- Gallineta
Común (Gallinula chloropus)
- Focha Común
(Fulica atra)
- Grulla Común
(Grus grus)
- Cigüeñuela
Común (Himantopus himantopus)
- Avefría
Europea (Vanellus vanellus)
- Agachadiza
Común (Gallinago gallinago)
- Gaviota
Reidora (Chroicocephalus ridibundus)
- Gaviota
Sombría (Larus fuscus)
- Paloma
Torcaz (Columba palumbus)
- Tórtola
Turca (Streptopelia decaocto)
- Búho Chico (Asio otus)
- Abubilla (Upupa epops)
- Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
- Cogujada Común (Galerida cristata)
- Golondrina Común (Hirundo rustica)
- Avión Común (Delichon
urbicum)
- Bisbita Común (Anthus pratensis)
- Lavandera
Blanca (Motacilla alba alba)
- Petirrojo
Europeo (Erithacus rubecula)
- Pechiazul (Luscinia svecica)
- Tarabilla Europea (Saxicola rubicola)
- Ruiseñor
Bastardo (Cettia cetti)
- Buitrón (Cisticola juncidis)
- Curruca
Rabilarga (Sylvia undata)
- Mosquitero
Común (Phylloscopus collybita)
- Carbonero
Común (Parus major)
- Herrerillo
Común (Cyanistes caeruleus)
- Urraca (Pica pica melanotos)
- Grajilla Occidental (Corvus monedula)
- Estornino
Negro (Sturnus unicolor)
- Gorrión
Común (Passer domesticus)
- Gorrión
Moruno (Passer hispaniolensis)
- Jilguero (Carduelis carduelis)
- Triguero (Miliaria calandra)