De nuestra estancia en Sierra Nevada, la
jornada más significativa en lo que a observación de fauna se refiere, fue el
día 13, cuando, guiados por Javier Plana, guía-interprete del Parque, y por
David Sánchez, subimos hasta los Lavaderos de la Reina desde la Dehesa del Camarate. Y
todavía fueron más observaciones de las que aquí cuento, pues he omitido la
avifauna urbana, que pudimos ver desde que salimos de La Calahorra, así como por
los pueblos por los que pasamos, tanto de ida como a la vuelta.
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Mostajo en flor |
A pesar de su nombre, nada tiene que ver
con un bosque aclarado de matorral y de suaves pendientes la Dehesa del Camarate, punto
de quedada y lugar de inicio de nuestra ruta, una parte coche, la otra andando.
Todo lo contrario, un frondoso bosque de mostajos, robles y cerezos, mezclados
con las densidades de arces y majuelos que componen el sotobosque, trepa por la
umbría del valle del Río Alhama, donde también se pueden encontrar algunos
abedules junto al río, y hasta tejos en los lugares más secretos de este
“Bosque Encantado”. Un exuberante vergel de cuyas entrañas se manifestaban
sonoramente el chochín y la curruca capirotada, mientras por las ramas
superiores se paseaba, cantando, el herrerillo común. Toda una joya botánica,
conservada en su estado primigenio de las alteraciones humanas, y sin duda uno
de los rincones más hermosos que atesora Sierra Nevada.
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Tejo |
Hicimos algunas paradas a lo largo del
trayecto, en algunos puntos significativos de la Dehesa del Camarate, donde
nuestros guías acompañantes nos aportaban datos relevantes del lugar. En un
tentadero, pues el nombre de Dehesa de esta finca ahora incorporada al Parque
Nacional le viene porque criaban vacas bravas, de las que todavía quedan
algunas, pudimos ver lavanderas blancas por el entorno, y en el cielo descubrir
los cicleos de una pareja de águilas calzadas. La primera que vimos, de fase
oscura, me desconcertó un poco hasta poder identificarla, despejándome todas
las dudas al aparecer su conyugue, del morfo más habitual, el claro. A cierta
altura ya, en otra parada donde el bosque se va aclarando paulatinamente,
dejando entrever las verdes manchas de hierbazales, se elevó en el cielo una
ruidosa congregación de chovas piquirrojas.
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Chovas Piquirrojas, evolucionando en el azul cielo |
Dejamos los coches en la difusa frontera
donde robles y mostajos van progresivamente desapareciendo, ganándole terreno
los prados al arbolado. A lo lejos podía oírse el cuco, pero más cerca teníamos
el cacareo de las urracas, revoloteando entre los escaramujos y majuelos. También
entonaba su armoniosa estrofa la totovía. A nuestro alrededor se movían
infinidad de mariposas, atraídas por el suelo empapado de aquellos prados
montanos, donde la primavera aún vive su apogeo, resistiéndose a la inminente
llegada del estío. Entre esos lepidópteros diurnos destacaba la vistosa Iphiclides podalirius que gratamente me
sorprendió por su relativa abundancia.
Nueve kilómetros de marcha a pie,
principalmente ascendente, nos separaban hasta llegar a los Lavaderos de la Reina, paseo que discurría
entre piornos almohadillados y enebros y sabinas rastreras, y en el que
cruzamos por arroyos de aguas cristalinas que se precipitaban por los
barrancos, alimentándose del deshielo en las rocosas cumbres donde todavía
perduraba algo de nieve. No pasaron desapercibidos los buitres leonados a lo
largo nuestra andanza, que aunque volaban altos eran bastante visibles, y al
principio también se dejó ver alguna que otra tarabilla común. Interrumpimos la
caminata para mirar a un grupo de jabalíes, avanzando entre los piornos y los
enebros de una soleada ladera. Piara mixta en cuanto a la edad pues estaba
compuesta por adultos, bermejos y rayones. Estampa inédita a mis ojos, pues
acostumbrado a descubrirlos emboscados, me sorprendió verlos rompiendo monte entre
esos arbustos de montaña, desprotegidos por completo de árboles.
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Escribano Hortelano |
Pero mi atención fue captada por un pájaro que
surgió casi simultáneamente que los jabalíes junto al camino y que volando
paralelamente a este, se posó un poco más abajo, sobre un arbusto del borde.
Volando de espaldas a nosotros, por las bandas blancas laterales de su cola, delató
que se trataba de un emberizido. Por los tonos marrones, salpicado de negro,
del dorso, pensé que sería un escribano montesino, pero al posarse al
descubierto me llevé la grata sorpresa de poder comprobar que se trataba nada
más y nada menos que de un escribano hortelano. Entonces caí en la cuenta que
el sonido que se repetía en los alrededores era su monosilábico canto. Este
ejemplar en concreto se mostró bastante confiado, y estuvo revoloteando a
nuestro alrededor, posándose siempre en puntos bien visibles, y relativamente
cercanos. Todo un lujo poder contemplar en tan buenas condiciones a este
pájaro.
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Una alfombra de diversas flores tapizaba el entorno del camino |
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Collalba Gris |
Las notas del escribano hortelano no
cesaron de oírse por el área contigua al camino, y aunque lo seguíamos viendo
cuando salía volando, se ocultaban de nuestra vista al posarse de nuevo. Se le
suma con su incesante repertorio musical la alondra, y entre otros pájaros que
pudimos ver por el camino aparecen las collalbas grises entre las rocas, al
escalar cotas, y algún colirrojo tizón entre las grandes piedras por las que
desfilaban algunos de los arroyos que atravesamos, recorridos por la lavandera
cascadeña. Pudimos ver a pasar también por una de estas vaguadas por las que
corrían los arroyos, otra piara de jabalíes. Entre la hierba de las orillas se
desplazaban aceiteras (Berberomeloe
majalis) de lustrosa capa negra brillante. En otros herbazales, también
bastante húmedos, pero ya alejados de los arroyos, encontramos algún ejemplar
de Eumigus monticola. Pasábamos junto
a una sucesión de cascadas y saltos de agua del tramo alto del Río Maitena,
cerca ya de las primeras nieves. En este abrupto paisaje vimos las primeras
cabras monteses, resguardadas a la sobra de las grandes rocas.
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Issoria lathonia |
Almorzamos junto al borreguil de una
laguna de acorazonada forma. A nuestras espaldas, quedaban las oscuras y
desnudas cimas de los Tajos Negros, cubiertos aún por blancas manchas de nieve.
Durante la comida, y el descanso que allí hicimos, se acercaron algunas cabras,
mientras otras se dejaron ver en la lejanía. De vez en cuando se levantaba un
ingente bando de escandalosas chovas. Altos, también podíamos divisar a los
buitres en vuelo. Y además se estuvo escuchando un rato el canto del bisbita
campestre. Las chorreras y surgencias de agua en este antiguo circo glacial en
el que nos hallamos por encima de los 2.600 metros de
altitud, conforman los llamados Lavaderos de la Reina, que junto al deshielo
en la falda norte de los Tajos Negros de Cobatillas originan la escorrentía que
ve nacer al Río Maitena. Nuestra compañera Lorena aprovechó también el descanso
para entrevistar a Javier, sobre el paraje en el que nos encontrábamos, y sobre
Sierra Nevada en general.
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Saltos de agua del tramo alto del Río Maitena. Al fondo, Tajos Negros de Cobatillas |
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Cabra Montés, hembra pastando en un prado de montaña |
Después de comer seguimos subiendo un poco
más hasta llegar a la primera mancha de nieve, que sacó nuestro lado más
infantil. Y como si estuviera confinado a la nieve, vimos allí a una de las
reliquias glaciales de Sierra Nevada. Una pareja de acentores alpinos
moviéndose por las rocas. De vuelta, siguiendo el cauce del río para disfrutar
de la espectacularidad de sus saltos de agua, desmantelamos los restos de una
corraleta que encontramos. Y haciendo honor a su nombre, en estos saltos de
agua vimos de nuevo a un par de lavanderas de las cascadas.
Los nueve kilómetros que nos quedaban de
vuelta sobre nuestros pasos nos permitieron volver a ver collalbas grises,
buitres y escribanos hortelanos, además de pardillos y un cernícalo vulgar que
se suman a la lista de avistamientos. Las cabras monteses se mostraban más
activas al atardecer, y se dejaron ver con más facilidad a nuestro regreso. Y
de nuevo nos topamos con los jabalíes. Primero con una hembra que conducía ella
sola a cuatro rayones, y que no deparó en nosotros, por lo que la vimos moverse
tranquilamente por los piornales. Y después nos encontramos con otra piara
mixta, que probablemente sería alguna de las que habíamos visto a la ida. Cerca
ya de los coches, donde los arbustos tenían ya cierto porte, se nos cruzó un
macho de cabra montés.
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Jabalina, acompañada de sus rayones, entre piornos y enebros |
Pero nuestras observaciones continúan
durante el trayecto de bajada por la
Dehesa del Camarate, improvisando breves paradas. Una pequeña
cabra montés que cruzó el camino, y otra manada de jabalíes avanzando por el
robledal fueron los motivos. Además también pude ver a una pareja de
oropéndolas en vuelo, cruzando un barranco de lado a lado. Y hasta una cierva
para rematar nuestra visita, a las puertas de la Dehesa del Camarate,
especie esta, introducida en algunas fincas aledañas a Sierra Nevada para su
caza, por donde va colonizando poco a poco algunas áreas.
(*) Fotografías: gentileza de David Sánchez.
Lista de Especies Observadas (Orden
Sistemático):
- Jabalí (Sus scrofa)
- Ciervo Rojo
(Cervus elaphus)
- Cabra Montés
(Capra pyrenaica hispanica)
- Buitre
Leonado (Gyps fulvus)
- Aguililla
Calzada (Aquila pennata)
- Cernícalo
Vulgar (Falco tinnunculus)
- Cuco Común (Cuculus canorus)
- Alondra
Común (Alauda arvensis)
- Totovía (Lullula arborea)
- Bisbita
Campestre (Anthus campestris)
- Lavandera
Blanca (Motacilla alba alba)
- Lavandera
Cascadeña (Motacilla cinerea)
- Chochín
Común (Troglodytes troglodytes)
- Acentor
Alpino (Prunella collaris)
- Colirrojo
Tizón (Phoenicurus ochruros)
- Tarabilla Europea (Saxicola rubicola)
- Collalba
Gris (Oenanthe oenanthe)
- Curruca
Capirotada (Sylvia atricapilla)
- Herrerillo
Común (Cyanistes caeruleus)
- Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
- Urraca (Pica pica melanotos)
- Chova
Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
- Pardillo
Común (Carduelis cannabina)
- Escribano
Hortelano (Emberiza hortulana)
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