A propuesta de Raimundo, volvimos por la Sierra de Andújar hace dos
días. Frente al pleno al seis de Raimundo en lo que a observaciones de lince se
refiere por salida, esta fue mi cuarta salida y la tercera en la tengo la inmensa
fortuna de poder no solo ver, sino también de escuchar los potentes maullidos
del gran gato rabón. El lugar elegido, como en las ocasiones anteriores fueron
“las curvas” de La Lancha ,
donde había más gente de lo que esperábamos.
Tras el anterior día de lluvia, la jornada
fue soleada y de temperatura más agradable de lo que debiera para estas fechas.
La atmósfera limpia y la luz le otorgaban pureza y brillo a los colores del
paisaje que nos envolvían. Por la carretera se dejaron ver una abubilla que
salió volando de la cuneta al pasar junto a ella, algún mirlo, y unas perdices
en vuelo, cuando superamos el tramo de niebla cercano a Andújar. Más adelante,
vimos urracas y pinzones, antes de detenernos unos momentos a contemplar el algodonoso
mar de nubes que se extendía sobre el Valle del Jándula, del que solo
despuntaba el santuario a lo lejos a modo de isla, como un castillo flotante en
las densas nubes de un mundo mágico. Esta parada también me permitió ver tres
colirrojos tizones que revoloteaban por los alrededores, y me entretenían con
sus flexiones.
Valle del Río Jándula, inundado por el mar de nubes |
Paramos otra vez para ver un mochuelo
apostado en los bolos graníticos de una dehesa. Al rato voló a refugiarse en el
ramaje de una encina cercana. Estaban también presentes en las cercanías del
camino donde estábamos parados la lavandera blanca y el buitrón, y un poco más
adelante nos aguardaba la tarabilla. Destacaba en el prado verde la blancuzca
silueta del zorzal charlo entre los negros estorninos que comisqueaban entre la
hierba. Entre otros bolos resaltaban las ramificadas cornamentas de un par de
ciervos. En el resto del bacheado camino vimos algunos pinzones más, unos mitos
y un arrendajo.
Al llegar a las primeras curvas nos
encontramos con el banco de niebla que nos privaba del amplio campo visual que
abarca los dominios del lince. Nos enfrentamos a una sensación contradictoria.
Por un lado experimentamos cierto alivio por no haber llegado más temprano,
pero por otro lado sentimos temor que pasado el medio día no hubiesen abierto aún
las nieblas, y nos quedamos sin ver nada. A pesar de todo no teníamos más
opción que resignarnos, y esperar. Mientras me entretenía observando las
numerosas currucas capirotadas, y algún que otro pinzón, moviéndose entre la
vegetación próxima. Y la niebla poco a poco, no tardó en disiparse.
En un paseo me encontré con Armando, que
había venido con unos amigos suyos de Málaga. Mientras charlábamos, después de
algunos años desde la última vez que nos habíamos visto, nos entreteníamos con
las currucas rabilargas que de vez en cuando asomaban entre los romeros y
lentiscos desde los que emitían sus reclamos, con urracas y rabilargos que de
vez en cuando nos ponían en alerta cuando graznaban, con el paso de alguna
paloma torcaz y los buitres leonados que empezaron a remontar en vuelo. Junto a
un conejo que se soleaba en un claro, maullaron una pareja de mochuelos
cercanos que también tomaban el sol apostados en una roca de granito. También
se escuchaba a la curruca cabecinegra. Pero fue el águila imperial la que tuvo
un mayor protagonismo cuando pasó sobre nuestras cabezas.
Entre tanto, habíamos tenido noticia que un lince había cruzado el camino cerca de donde estábamos, pero solo lo había visto una persona, y rápidamente se perdió de vista. Yo me disponía a enfocar con los prismáticos a un escribano montesino, posado sobre una jara pringosa al otro lado del camino, cuando Armando me advirtió que un lince estaba cruzando el camino delante de nosotros. Fueron solo unos momentos los que se dejó ver, pero suficientes para que se concentrara gran número de personas en la zona. Justo después de cruzar llegó Rafa, que también hacía tiempo que no veía, y le dije que se acababa de cruzar justo donde él y otro compañero suyo habían dejado el coche. Pudimos ver a aquel macho unos instantes más, caminando entre la espesa vegetación, pero enseguida lo perdimos de vista, y nunca más supimos de su paradero. Al parecer se trataba de un joven macho.
Entre tanto, habíamos tenido noticia que un lince había cruzado el camino cerca de donde estábamos, pero solo lo había visto una persona, y rápidamente se perdió de vista. Yo me disponía a enfocar con los prismáticos a un escribano montesino, posado sobre una jara pringosa al otro lado del camino, cuando Armando me advirtió que un lince estaba cruzando el camino delante de nosotros. Fueron solo unos momentos los que se dejó ver, pero suficientes para que se concentrara gran número de personas en la zona. Justo después de cruzar llegó Rafa, que también hacía tiempo que no veía, y le dije que se acababa de cruzar justo donde él y otro compañero suyo habían dejado el coche. Pudimos ver a aquel macho unos instantes más, caminando entre la espesa vegetación, pero enseguida lo perdimos de vista, y nunca más supimos de su paradero. Al parecer se trataba de un joven macho.
Pero no tardamos mucho en recibir la
noticia que también estaban viendo otro lince en otra curva. Me lo tomé con
calma y fui el último de mis compañeros en llegar al lugar. Al llegar encontré
un ingente número de objetivos de cámaras y prismáticos apuntando desde el
borde del camino hacia abajo. Y abajo se encontraba una lincesa dedicada a su
aseo, acicalándose sobre una roca expuesta al sol. Al rato empezó a caminar
pausadamente hacia abajo, alejándose del camino. De vez en cuando se perdía
entre los lentiscos y los acebuches. En su ruta, iba marcando con orina algunos
puntos. Según se iba alejando, llegaba el momento en el que me parecía más
interesante observar a una pareja de buitres negros que habían aparecido por la
zona. Esta hembra probablemente fuera aquel primer ejemplar de lince del que
supimos que había cruzado el camino.
Cuando dejó de verse, Raimundo y yo nos
fuimos a comer. Mientras almorzábamos escuchábamos al pito real y a la perdiz, y
me distraía con las currucas capirotadas que revoloteaban entre los lentiscos
cercanos. También lo hizo algún pinzón, y además una hembra de mirlo sobre una
jara, me permitió descubrir al más discreto acentor común que había junto a
ella. Y en unas rocas descubrí al azul roquero solitario macho.
Cerca de donde comimos había gente que
había seguido a la lincesa, ya muy lejos. Mientras la pareja de águilas
imperiales empezó a volar junta, mientras lanzaban sus graznidos al aire por el
que se deslizaban. ¡Todo un espectáculo! Más cercanos que la lincesa, podía
verse algún que otro ciervo deambular tranquilamente por los montes.
Águila Imperial Ibérica |
Nos acercamos a reunirnos nuevamente con
mis amigos de Málaga. En el corto paseo escuchaba los reclamos de la curruca
rabilarga y cabecinegra. Pude ver aparecer un macho de la cabecinegra surgir
del interior de un mirto. También veía las acrobacias de un par de chovas en el
cielo, mientras graznaban. Pero comprobamos que no graznaban para mantener el
contacto entre ellas, que tanto revuelo se debía a la presencia de un gavilán
que perturbaba su tranquilidad. No dudaron los ágiles córvidos en lanzarse en
un furioso ataque contra la pequeña rapaz forestal hasta expulsarla de su
territorio.
El rato que estuve con los malagueños
vimos a otra pareja de chovas, aposentadas sobre otras grandes piedras. Más
abajo se movía algún ciervo, y sobre la roca en que había una pareja de
mochuelos al medio día, había ahora un par de perdices.
Raimundo se volvió un poco antes que yo
adonde habíamos comido y desde donde tenían localizada a la lincesa. Cuando
llegué me dijo que la habían vuelto a ver. Mientras caía la tarde vimos un par
de conejos corretear en un claro y el vuelo de las perdices precipitándose
ladera abajo. El cacareo de una urraca atrajo nuestra atención, pero enseguida
comprobamos que se trataba de un pequeño grupo de cuatro de estos córvidos
comunicándose entre ellos sobre el área descubierta de un cortafuegos. Escuché
un par de notas del pico picapinos, y algo más tarde lo localicé sobre un poste
de madera. Algo más lejos, también localicé al alcaudón real posado sobre una
encina.
Pico Picapinos |
Recogimos las sillas, y al guardar el
trípode de su cámara, Raimundo me comentó que seguro que volvíamos a ver otro
lince ya que lo había guardado. Caminábamos hacia donde estaban mis amigos de Málaga,
ya para despedirnos de ellos. Poco antes de llegar adonde estaban ellos iba con
la mirada perdida en el fondo del barranco, donde me daba la impresión de estar
viendo un animal, sobre la divisoria de aguas de un pequeño promontorio, en la
frontera entre las sombras y las luces de la tarde. Hay momentos en los que la
vista, ayudada por la imaginación, juega malas pasadas a los naturalistas, y
vemos algún animal donde solo hay una piedra o un tronco, así que confieso
haber cometido el error de no comprobarlo. Ciertamente fue un fallo, porque
apenas un instante tras verlo y tomar esa equivocada decisión en mi cabeza,
aquel tronco muerto cobró vida, y empezó a emitir unos potentes maullidos que
hicieron las delicias de todos quienes se acercaron atraídos por la
desgarradora voz del lince.
Aquel lince, que en la distancia parecía de mayor tamaño que los otros dos de las primeras horas de la tarde, empezó a ascender por la ladera envuelta en las sombras crepusculares. A lo largo de su aparentemente errática trayectoria, en la que llegó a volver sobre sus pasos, orinó, marcando su territorio, y también posó sentado, como si contemplase el área de sierra que controla. Y la fiera del monte mediterráneo volvió a romper el silencio en la sierra con sus maullidos, o quizás más bien rugidos, deleitándonos a todos los oyentes allí presentes la jornada vespertina. ¡Todo un regalo dela
Naturaleza , la experiencia vivida en este día!
Aquel lince, que en la distancia parecía de mayor tamaño que los otros dos de las primeras horas de la tarde, empezó a ascender por la ladera envuelta en las sombras crepusculares. A lo largo de su aparentemente errática trayectoria, en la que llegó a volver sobre sus pasos, orinó, marcando su territorio, y también posó sentado, como si contemplase el área de sierra que controla. Y la fiera del monte mediterráneo volvió a romper el silencio en la sierra con sus maullidos, o quizás más bien rugidos, deleitándonos a todos los oyentes allí presentes la jornada vespertina. ¡Todo un regalo de
Lince Ibérico |
La jornada la completan un ciervo que
vimos volviendo por la noche, y una liebre que se nos cruzó en la carretera.
(*)
Fotografías: gentileza de Raimundo Gómez.
Lista
de Especies Observadas (Orden Sistemático):
- Liebre
Ibérica (Lepus granatensis)
- Conejo
Europeo (Oryctolagus cuniculus
algirus)
- Lince
Ibérico (Lynx pardinus)
- Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
- Buitre
Leonado (Gyps fulvus)
- Buitre Negro
(Aegypius monachus)
- Gavilán
Común (Accipiter nisus)
- Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti)
- Perdiz Roja
(Alectoris rufa)
- Paloma
Torcaz (Columba palumbus)
- Mochuelo
Europeo (Athene noctua vidalii)
- Abubilla (Upupa epops)
- Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
- Pico Picapinos (Dendrocopos major)
- Lavandera
Blanca (Motacilla alba alba)
- Acentor
Común (Prunella modularis)
- Colirrojo
Tizón (Phoenicuros ochruros)
- Tarabilla Europea (Saxicola rubicola)
- Roquero Solitario (Monticola solitarius)
- Mirlo Común (Turdus
merula)
- Zorzal
Charlo (Turdus viscivorus)
- Buitrón (Cisticola junciduis)
- Curruca Rabilarga (Sylvia undata)
- Curruca Cabecinegra (Sylvia melanocephala)
- Curruca
Capirotada (Sylvia atricapilla)
- Mito Común (Aegithalos caudatus irbii)
- Alcaudón
Real (Lanius meridionalis)
- Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
- Rabilargo
Ibérico (Cyanopica cooki)
- Urraca (Pica pica melanotos)
- Chova
Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
- Estornino
Negro (Sturnus unicolor)
- Pinzón
Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
- Escribano
Montesino (Emberiza cia)
No hay comentarios:
Publicar un comentario