Subimos a la sierra a primeras horas de la tarde hace un par de días
David y yo a recorrer un tramo del Arroyo del Gallo hasta llegar al conocido
Salto del Gallo, donde se precipita el agua desde más de 20 metros de altura por
una pared de granito. Aunque el día fue soleado y algo cálido, afortunadamente
las últimas lluvias han propiciado que se mantenga la corriente de agua. Veníamos de haber echado la mañana en La Ropera, buscando espárragos, y como íbamos con la furgoneta, nos quedamos a dormir por La Lancha.
Las urracas y los estorninos volaban por las
verdes praderas donde pastan las vacas, que vimos al pasar por el paraje de Los
Cerrillos. Más adelante, donde el denso monte bajo de chaparros abarca el
paisaje desde los márgenes de la carretera hasta casi donde llega la vista, aparecen
los grupos de rabilargos en nuestro camino.
Antes de empezar nuestra marcha, nos cargamos de energía con un delicioso cocido montañés que había traído David de su casa, y que calentamos en la cocina de la furgo. Un petirrojo moviéndose entre las ramas de un pequeño pino inaugura nuestra caminata poco antes de llegar al arroyo. Nos fijamos en los renacuajos de sapo partero que vimos en las primeras pozas. La escorrentía del agua apenas podía silenciar al chochín, que entonaba con fuerza su voz entre la vegetación circundante al arroyo. Frondosos pinares crecen en ambas laderas que definen el cauce, por donde avanzaban nuestros pasos, que albergaban agateadores, trepadores y verdecillos, delatados por sus cantos, así como pinzones y carboneros, que además de oírlos, podíamos ver alguno que otro deambulando entre los claros del bosque. En algunas áreas el pinar está siendo aclarado selectivamente, para permitir el desarrollo de las encinas. Una abubilla se internó en el pinar, que había emprendido el vuelo desde las inmediaciones del arroyo. De vez en cuando pasaba alguna paloma torcaz volando sobre las copas, y también se podían oír sus arrullos mezclarse con otros sonidos del bosque. Altos, divisamos dos ratoneros volando sobre nosotros. Al llegar al Sato del Gallo unos aviones roqueros sobrevolaban la zona, y se descubrió una pareja de mirlos, saliendo entre los labiérnagos. Allí nos quedamos un rato, contemplando un paisaje, que hasta donde la vista alcanzaba, no había ninguna intervención humana que perturbara su esencia natural. Antes de marcharnos, David pudo ver una rana saltar al agua de una poza.
Antes de empezar nuestra marcha, nos cargamos de energía con un delicioso cocido montañés que había traído David de su casa, y que calentamos en la cocina de la furgo. Un petirrojo moviéndose entre las ramas de un pequeño pino inaugura nuestra caminata poco antes de llegar al arroyo. Nos fijamos en los renacuajos de sapo partero que vimos en las primeras pozas. La escorrentía del agua apenas podía silenciar al chochín, que entonaba con fuerza su voz entre la vegetación circundante al arroyo. Frondosos pinares crecen en ambas laderas que definen el cauce, por donde avanzaban nuestros pasos, que albergaban agateadores, trepadores y verdecillos, delatados por sus cantos, así como pinzones y carboneros, que además de oírlos, podíamos ver alguno que otro deambulando entre los claros del bosque. En algunas áreas el pinar está siendo aclarado selectivamente, para permitir el desarrollo de las encinas. Una abubilla se internó en el pinar, que había emprendido el vuelo desde las inmediaciones del arroyo. De vez en cuando pasaba alguna paloma torcaz volando sobre las copas, y también se podían oír sus arrullos mezclarse con otros sonidos del bosque. Altos, divisamos dos ratoneros volando sobre nosotros. Al llegar al Sato del Gallo unos aviones roqueros sobrevolaban la zona, y se descubrió una pareja de mirlos, saliendo entre los labiérnagos. Allí nos quedamos un rato, contemplando un paisaje, que hasta donde la vista alcanzaba, no había ninguna intervención humana que perturbara su esencia natural. Antes de marcharnos, David pudo ver una rana saltar al agua de una poza.
Procesionaria del Pino (Thaumetopoea pityocampa) |
Prosiguen los pájaros del bosque inundándolo
con su repertorio melódico en nuestro paseo a la vuelta. Pero me llama la
atención el chochín, que pasa del canto al reclamo, y David no tarda en
descubrir al diminuto pájaro en una retama cercana. Nos permite el normalmente
inquieto pajarillo observarlo a placer, sin cesar su reclamo mientras tanto.
Por unos instantes se oyó a la chova piquirroja, que aunque debió pasar cerca,
no logramos ver. Aunque la falsa primavera, adelantada por las suaves
temperaturas invernales, ya ha hecho que desfilen precozmente por el suelo las
columnas de procesionaria (Thaumetopoea
pityocampa), todavía se pueden ver alguna oruga en los bolsones que tejen
en la punta de las ramas de los pinos piñoneros.
Bañándose con los últimos rayos de sol de
la tarde, sobre el verde césped que le da su nombre con la que es conocida en
lengua inglesa, descubrimos una culebra de collar, una de nuestras especies de
serpientes más difíciles de observar. Y digo nuestra, con todas sus
consecuencias, pues mientras me dedico a escribir estas líneas, dos días
después de esta andanza aquí descrita, me llega la noticia que justo hoy ha
sido catalogada como especie propia, separada de la del resto de Europa, al
existir la barrera de la reproducción cruzada en áreas de simpatría en el sur
de Francia, donde coexisten lo que hasta ahora eran meramente dos subespecies
de Natrix natrix. Esta rara culebra
de agua que carecía del típico collar negro alrededor del cuello que le da su
nombre común en castellano, no dudo en poner en práctica todos sus recursos
defensivos. Primero se quedó quieta, tratando de pasar inadvertida entre la
hierba, hasta el punto que David la pasó por encima sin advertir su presencia.
Después produjo una secreción olorosa maloliente, y a continuación se enroscó
haciéndose la muerta, hasta que encontró un agujero bajo una pequeña piedra en
el que se introdujo. Decidimos ya dejarla en paz, pues la habíamos estado
contemplando durante el tiempo suficiente.
Culebra de Collar Ibérica |
Cogimos la furgoneta y nos dirigimos a un
prado no muy lejano. Íbamos a comprobar una charca temporal en la que
encontramos múltiples puestas de sapo corredor. Y aunque no dudamos que
aquellos cordones gelatinosos de huevos negros pertenecían al sapo corredor, lo
verificamos, al encontrar algunos adultos por la zona aledaña. En nuestras
prospecciones también encontramos un escorpión, miriápodos, babosas, una
culebrilla ciega y una salamanquesa rosada. Pero lo que más abundaba en el
césped del prado eran las peludas orugas de los prados (Ocnogyna baetica), un endemismo ibérico, a veces confundido con la
procesionaria, que ni siquiera es urticante.
Oruga de Ocnogyna baetica |
Repetimos el paseo por el arroyo antes de anochecer. La umbría vaguada por la que baja el agua ya estaba sumida en la penumbra. Los pájaros que cantaban por la tarde estaban ahora callados, sustituidos de vez en cuando por mirlos y algún petirrojo que interrumpían el silencio. Pudimos ver a un par de gamos habían salido a pastar de la espesura del pinar al claro cercano al cauce del arroyo, sin que se percataran de nuestra presencia. Más adelante también pudimos ver un par de agateadores en una encina, avanzando tronco arriba. Tenía la esperanza de poder escuchar retumbar el eco de la voz del cárabo en aquellos bosques, pero no acompañó la suerte.
Cuando volvimos a la furgoneta, nos fuimos
hacia La Lancha. La
idea era en esta ruta nocturna encontrarnos con animales cruzando el camino que
pudiéramos observar. Nada nuevo bajo el sol, o mejor dicho, bajo la luna, casi
llena. Tan solo se nos cruzaron un par de sapos corredores, un conejo y un ratón,
más un par de ciervos que vimos junto al camino, en tan largo trayecto. Estacionamos nuestra "casa" con ruedas en una de las curvas de La Lancha, con vistas a las lomas serranas en las que campea el lince entre encinas y lentiscos, donde tras cenar una tortilla de huevos camperos con los espárragos que recolectamos por la mañana, nos quedamos a pasar la noche, y ver si el nuevo día nos depararía alguna sorpresa mañanera. El silencio imperante en la noche, envolvía el ambiente montaraz en una profunda soledad.
Lista
de Especies de Observadas (Orden Sistemático):
- Ratón de
Campo (Apodemus sylvaticus)
- Conejo
Europeo (Oryctolagus cuniculus
algirus)
- Ciervo Rojo
(Cervus elaphus)
- Gamo (Dama dama)
- Busardo
Ratonero (Buteo buteo)
- Paloma
Torcaz (Columba palumbus)
- Abubilla (Upupa epops)
- Avión
Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
- Chochín
Común (Troglodytes troglodytes)
- Petirrojo
Europeo (Erithacus rubecula)
- Mirlo Común
(Turdus merula)
- Carbonero
Común (Parus major)
- Trepador
Azul (Sitta europaea caesia)
- Agateador
Común (Certhia brachydactyla)
- Rabilargo
Ibérico (Cyanopica cooki)
- Urraca (Pica pica melanotos)
- Chova
Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
- Estornino
Negro (Sturnus unicolor)
- Pinzón
Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
- Verdecillo
Común (Serinus serinus)
- Culebrilla
Ciega (Blanus cinereus)
- Salamanquesa
Rosada (Hemidactylus turcicus)
- Culebra de
Collar Mediterránea (Natrix astreptophora)
- Sapo Partero
Ibérico (Alytes cisternasii)
- Sapo
Corredor (Epidalea calamita)
Coño siempre me sorprende el detalle con que ilustras tus narraciones que hace que afloren los recuerdos de aquel día como si mi memoria no fuese poco más que la de un grillo.
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