Prometía un día espléndido, una vez pasada
la borrasca que estuvo barriendo la sierra y que nos dejó la tan necesaria
lluvia en los primeros días de enero. Así sucedió hace dos días, el primero del
año en el que brilló el sol, y bajo su luz, se manifestó una enorme actividad de
vida animal que parecía haber despertado repentinamente de un sueño letárgico.
Ello convirtió el día en una reseñable jornada naturalista, que sin desmerecer
a ninguna especie, estuvo marcada por la presencia del mítico lince ibérico.
Era un día de trabajo. Momentos antes había dejado a Paco y a Lola, unos clientes, en el muladar. La oscuridad previa al amanecer aún ensombrecía el paisaje mientras Miryam y yo recorríamos lentamente los carriles en los que nos encontrábamos a los pájaros más madrugadores que ya comenzaban su jornada. Un zorzal común, y más adelante un petirrojo, así como unas perdices que vimos a un lado del camino.
Era un día de trabajo. Momentos antes había dejado a Paco y a Lola, unos clientes, en el muladar. La oscuridad previa al amanecer aún ensombrecía el paisaje mientras Miryam y yo recorríamos lentamente los carriles en los que nos encontrábamos a los pájaros más madrugadores que ya comenzaban su jornada. Un zorzal común, y más adelante un petirrojo, así como unas perdices que vimos a un lado del camino.
Llegamos a un oteadero desde donde
controlábamos todo el barranco. Además del sonido del agua correr, a nuestros
oídos llegaban los reclamos del petirrojo, procedentes de los arbustos de las
inmediaciones, y los potentes pitidos del pito real, desde algún remoto lugar. Desde
nuestra ubicación, en una ladera de umbría, mirábamos con cierta envidia las
cimas de los cerros más altos, bañadas por los primeros rayos del sol. La claridad iba
desterrando las sombras, y nos descubría unos montes por fin reverdecidos,
agostados hace apenas un mes. Unos ciervos se movían por la cuerda de los
colinas, mientras otros trotaban más abajo, por sus laderas. En los pequeños
prados del fondo del valle no era difícil descubrir a las urracas. Las torcaces
las veíamos pasar en vuelo. En la lejanía, el águila imperial emitía su canto,
pero no podíamos verla. Los carboneros también cantaban, y uno viró bruscamente
y modificó su trayectoria de vuelo al toparse bruscamente con nosotros.
Después de algún tiempo de observación, de
esperar sin movernos del sitio, la sensación de frío nos empujó a desplazarnos.
Bajando a la vaguada, un conejo se apresuró a cobijarse bajo un lentisco. El arroyo
portaba un generoso caudal. Recorriendo despacio el camino a través de pequeños
prados alternados con manchas de bosque, íbamos descubriendo multitud de
pájaros. Al pasar de un prado a otro, cambiaban las urracas por los rabilargos.
En solitario aparecía el colirrojo tizón y la abubilla. En bandos se movían los
gorriones, los pinzones y las totovías, que se levantaban al acercarnos con el
coche. Los estorninos tomaban baños en los charcos del camino que atravesaban
una dehesa. Al parar para observarlos un momento, también descubrimos un pico
picapinos en la base del tronco de una encina, y a un lado de la pista, las
grajillas se mezclaban con otro grupo de estorninos.
Llegando a la última pradera, un mirlo
macho levanta el vuelo para refugiarse en la espesura de unas zarzas, mientras
que resultaba muy llamativo un petirrojo que se asomaba en un lentisco, delatado
por su vistosa mancha pectoral roja. Paramos un rato para contemplar un gazapo
que permanecía inmóvil, erguido sobre sus extremidades posteriores. En cuanto
reiniciamos la marcha, corrió a ocultarse. Más adelante ya estaba el río, que
sobrevoló una garza real.
Pero la Naturaleza a veces nos
obliga a improvisar. Cuando nos disponíamos a dar la vuelta para dirigirnos a otro oteadero, una silueta
en el contraluz llamó poderosamente mi atención. Se trataba de un lince que
avanzaba sobre el terreno en intervalos de cortas carreras que interrumpía con
breves paradas en las que se agazapaba. De vez en cuando agitaba su corta cola
con cierto nerviosismo. Tras una de sus paradas, cambió el ritmo de su marcha y
ya entonces solo caminó despacio hasta volver a detenerse. Una vez que
comprobamos que estaba dedicándose a acechar conejos, ignorándonos por
completo, fue cuando decidimos bajar de coche, y acercarnos un poco más con
suma cautela. Era un ejemplar de mota intermedia. Se amagó y dormitó unos
minutos. Cuando abrió los ojos, se incorporó, se sentó, bostezó y se acicaló. Durante
sus escasos paseos comprobamos que era un macho. Y al igual que a nosotros,
parecía gustarle el sonido de los pájaros, moviendo sus blanquinegras orejas y
girando la cabeza en su dirección, cuando el silencio lo rompía el mirlo o el herrerillo
capuchino. Cuando a lo lejos oía a las urracas, incluso movía algo más que las
orejas y levantaba la cabeza, buscándolas. Todo esto transcurrió en apenas unos
10 minutos, pasados los cuales se quedó Miryam vigilando al confiado gato
moteado, y sin más demora, yo salí a buscar a Paco y Lola, cuyo principal motivo
de su visita era poder fotografiar al lince.
Durante el trayecto, entre ir y volver, debí pasar por alto muchas cosas, pero aunque solo fuera de pasada, no pude ignorar algún ciervo cercano al camino, o las perdices, urracas y rabilargos que volaban cuando pasaba corriendo a su lado. Pero sí hubo un animal que nos hizo detenernos a la vuelta. Lola había visto otro lince a un lado del camino. Iba andando con la parsimonia que caracteriza a la especie cuando no se la molesta. Era un ejemplar de mota fina, y aunque estaba algo más alejado que el lince que nos esperaba un poco más adelante, pudieron fotografiarlo, y ver que se trataba de una hembra. Interrumpió su tranquilo andar para sentarse un momento, antes de continuar su camino y que dejásemos de verla.
Durante el trayecto, entre ir y volver, debí pasar por alto muchas cosas, pero aunque solo fuera de pasada, no pude ignorar algún ciervo cercano al camino, o las perdices, urracas y rabilargos que volaban cuando pasaba corriendo a su lado. Pero sí hubo un animal que nos hizo detenernos a la vuelta. Lola había visto otro lince a un lado del camino. Iba andando con la parsimonia que caracteriza a la especie cuando no se la molesta. Era un ejemplar de mota fina, y aunque estaba algo más alejado que el lince que nos esperaba un poco más adelante, pudieron fotografiarlo, y ver que se trataba de una hembra. Interrumpió su tranquilo andar para sentarse un momento, antes de continuar su camino y que dejásemos de verla.
Cuando llegamos al pequeño prado donde se
había quedado Miryam, allí aún permanecía también el lince. Paco y Lola fueron
quienes más lo disfrutaron sin duda, sobre los 20 minutos que el lince decidió
seguir en nuestra compañía. Durante ese rato, el perezoso lince seguía
repitiendo el comportamiento ya descrito, dormitar y lamerse tranquilamente,
hasta que nos abandonó.
Nosotros volvimos hacia atrás, pasando despacio por la explanada donde habíamos visto a la lincesa, por si la suerte volvía sonreírnos, pero no fue así. Despedimos a Myriam, que debía irse, y nosotros decimos volver hacia la pradera donde habíamos estado viendo al macho. Inevitablemente nuestra atención mientras íbamos en el interior del coche la centraban conversaciones sobre el lince. Al pasar por los prados adehesados se veían las totovías que volaban en pequeños bandos. El cielo se había tornado grisáceo. Por un instante vimos la silueta del águila imperial. En el prado aguardamos, esperando durante unas horas, hasta después de comer, pero el lince no volvió a campear por allí. De lejos, de vez en cuando se veía pasar algún cormorán sobre el río.
Metidos en la tarde, retornamos al mirador desde el que controlábamos el valle por donde discurría el arroyo. La actividad de la fauna había mermado bastante con respecto a la mañana. Por el camino, ya con poca frecuencia, se dejaron ver los pinzones, al pasar por el valle algún que otro conejo, y subiendo hacia el punto de observación paramos para ver un mochuelo que no tardó mucho tiempo en abandonar las rocas entre las que se guarnecía. Pasamos el tiempo en nuestro elevado lugar de observación, viendo los pocos ciervos que o bien desfilaban marchando en fila, o bien se descubrían cuando asomaban a los claros, así como las palomas que pasaban o las urracas que revoloteaban por allí.
Pasado este tiempo de espera, y antes de anochecer, volvimos al muladar. Yendo por la pista que hasta el muladar conducía, se levantaron las perdices a nuestro paso, y acercándonos al mismo ya podíamos contemplar los buitres que lo custodiaban, unos pocos todavía en vuelo, muchos aposentados en rocas y árboles del entorno, y hasta sobre el mismo suelo, que aguardaban con paciencia el momento de dejarse caer. Entre la multitud de leonados, se podía encontrar algún negro. Y habiendo visto que los grandes carroñeros alados estaban allí, nos marchamos siguiendo el carril por donde habíamos venido, donde, una vez dejado atrás el muladar, nos cruzamos con una manada de ciervas que se quedaron próximas al camino, mirándonos pasar.
Nosotros volvimos hacia atrás, pasando despacio por la explanada donde habíamos visto a la lincesa, por si la suerte volvía sonreírnos, pero no fue así. Despedimos a Myriam, que debía irse, y nosotros decimos volver hacia la pradera donde habíamos estado viendo al macho. Inevitablemente nuestra atención mientras íbamos en el interior del coche la centraban conversaciones sobre el lince. Al pasar por los prados adehesados se veían las totovías que volaban en pequeños bandos. El cielo se había tornado grisáceo. Por un instante vimos la silueta del águila imperial. En el prado aguardamos, esperando durante unas horas, hasta después de comer, pero el lince no volvió a campear por allí. De lejos, de vez en cuando se veía pasar algún cormorán sobre el río.
Metidos en la tarde, retornamos al mirador desde el que controlábamos el valle por donde discurría el arroyo. La actividad de la fauna había mermado bastante con respecto a la mañana. Por el camino, ya con poca frecuencia, se dejaron ver los pinzones, al pasar por el valle algún que otro conejo, y subiendo hacia el punto de observación paramos para ver un mochuelo que no tardó mucho tiempo en abandonar las rocas entre las que se guarnecía. Pasamos el tiempo en nuestro elevado lugar de observación, viendo los pocos ciervos que o bien desfilaban marchando en fila, o bien se descubrían cuando asomaban a los claros, así como las palomas que pasaban o las urracas que revoloteaban por allí.
Pasado este tiempo de espera, y antes de anochecer, volvimos al muladar. Yendo por la pista que hasta el muladar conducía, se levantaron las perdices a nuestro paso, y acercándonos al mismo ya podíamos contemplar los buitres que lo custodiaban, unos pocos todavía en vuelo, muchos aposentados en rocas y árboles del entorno, y hasta sobre el mismo suelo, que aguardaban con paciencia el momento de dejarse caer. Entre la multitud de leonados, se podía encontrar algún negro. Y habiendo visto que los grandes carroñeros alados estaban allí, nos marchamos siguiendo el carril por donde habíamos venido, donde, una vez dejado atrás el muladar, nos cruzamos con una manada de ciervas que se quedaron próximas al camino, mirándonos pasar.
(*)
Fotografías: gentileza de Miryam Lara.
Lista
de Especies Observadas (Orden Sistemático):
- Conejo
Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
- Lince
Ibérico (Lynx pardinus)
- Ciervo Rojo
(Cervus elaphus)
- Cormorán
Grande (Phalacrocorax carbo)
- Garza Real (Ardea cinerea)
- Buitre
Leonado (Gyps fulvus)
- Buitre Negro
(Aegypius monachus)
- Águila
Imperial Ibérica (Aquila adalberti)
- Perdiz Roja
(Alectoris rufa)
- Paloma
Torcaz (Columba palumbus)
- Mochuelo
Europeo (Athene noctua vidalii)
- Abubilla (Upupa epops)
- Pito Real (Picus viridis sharpei)
- Pico
Picapinos (Dendrocopos major)
- Totovía (Lullula arborea)
- Petirrojo
Europeo (Erithacus rubecula)
- Colirrojo
Tizón (Phoenicurus ochruros)
- Mirlo Común
(Turdus merula)
- Zorzal Común
(Turdus philomelos)
- Carbonero
Común (Parus major)
- Herrerillo
Capuchino (Lophophanes cristatus)
- Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
- Urraca (Pica pica melanotos)
- Grajilla Común (Corvus monedula)
- Estornino
Negro (Sturnus unicolor)
- Gorrión
Común (Passer domesticus)
- Pinzón
Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
Menuda jornada... ¡de las que hacen afición!. Tu prosa es igual de buena que las fotos de Miryam; un placer leerte, Pedro.
ResponderEliminarUn saludo.
Mejor Parque Natural y mejor fauna, pero sobretodo, mejor compañía. No he sentido tanta envidia porque con el texto has logrado transportarme alli con vosotros, gracias!
ResponderEliminarUn abrazo!
Qué bonito Pedro!! Muchas Gracias por hacer posible uno de nuestros sueños y contarlo con este gran relato.
ResponderEliminarImpresionante Pedro!! Que gran jornada y que pasada de fotos.
ResponderEliminarPor unos momentos pensaba estar a pié de campo, allí con vosotros. Ya me hubiera gustado pero el texto, me lo hizo imaginar tal cual.
Un saludo enorme y mi admiración a vuestro trabajo cracks
Muy bonito Pedro! Hablar contigo, o en este caso leerte, siempre te hace aprender cosas nuevas. Enhorabuena! !
ResponderEliminarInteresante descripción......enjorabuena.....
ResponderEliminar