martes, 7 de enero de 2014

ENCUENTROS CON EL LINCE

     Prometía un día espléndido, una vez pasada la borrasca que estuvo barriendo la sierra y que nos dejó la tan necesaria lluvia en los primeros días de enero. Así sucedió hace dos días, el primero del año en el que brilló el sol, y bajo su luz, se manifestó una enorme actividad de vida animal que parecía haber despertado repentinamente de un sueño letárgico. Ello convirtió el día en una reseñable jornada naturalista, que sin desmerecer a ninguna especie, estuvo marcada por la presencia del mítico lince ibérico.
     Era un día de trabajo. Momentos antes había dejado a Paco y a Lola, unos clientes, en el muladar. La oscuridad previa al amanecer aún ensombrecía el paisaje mientras Miryam y yo recorríamos lentamente los carriles en los que nos encontrábamos a los pájaros más madrugadores que ya comenzaban su jornada. Un zorzal común, y más adelante un petirrojo, así como unas perdices que vimos a un lado del camino.
     Llegamos a un oteadero desde donde controlábamos todo el barranco. Además del sonido del agua correr, a nuestros oídos llegaban los reclamos del petirrojo, procedentes de los arbustos de las inmediaciones, y los potentes pitidos del pito real, desde algún remoto lugar. Desde nuestra ubicación, en una ladera de umbría, mirábamos con cierta envidia las cimas de los cerros más altos, bañadas por los primeros rayos del sol. La claridad iba desterrando las sombras, y nos descubría unos montes por fin reverdecidos, agostados hace apenas un mes. Unos ciervos se movían por la cuerda de los colinas, mientras otros trotaban más abajo, por sus laderas. En los pequeños prados del fondo del valle no era difícil descubrir a las urracas. Las torcaces las veíamos pasar en vuelo. En la lejanía, el águila imperial emitía su canto, pero no podíamos verla. Los carboneros también cantaban, y uno viró bruscamente y modificó su trayectoria de vuelo al toparse bruscamente con nosotros.
     Después de algún tiempo de observación, de esperar sin movernos del sitio, la sensación de frío nos empujó a desplazarnos. Bajando a la vaguada, un conejo se apresuró a cobijarse bajo un lentisco. El arroyo portaba un generoso caudal. Recorriendo despacio el camino a través de pequeños prados alternados con manchas de bosque, íbamos descubriendo multitud de pájaros. Al pasar de un prado a otro, cambiaban las urracas por los rabilargos. En solitario aparecía el colirrojo tizón y la abubilla. En bandos se movían los gorriones, los pinzones y las totovías, que se levantaban al acercarnos con el coche. Los estorninos tomaban baños en los charcos del camino que atravesaban una dehesa. Al parar para observarlos un momento, también descubrimos un pico picapinos en la base del tronco de una encina, y a un lado de la pista, las grajillas se mezclaban con otro grupo de estorninos.
     Llegando a la última pradera, un mirlo macho levanta el vuelo para refugiarse en la espesura de unas zarzas, mientras que resultaba muy llamativo un petirrojo que se asomaba en un lentisco, delatado por su vistosa mancha pectoral roja. Paramos un rato para contemplar un gazapo que permanecía inmóvil, erguido sobre sus extremidades posteriores. En cuanto reiniciamos la marcha, corrió a ocultarse. Más adelante ya estaba el río, que sobrevoló una garza real.
     Pero la Naturaleza a veces nos obliga a improvisar. Cuando nos disponíamos a dar la vuelta para dirigirnos a otro oteadero, una silueta en el contraluz llamó poderosamente mi atención. Se trataba de un lince que avanzaba sobre el terreno en intervalos de cortas carreras que interrumpía con breves paradas en las que se agazapaba. De vez en cuando agitaba su corta cola con cierto nerviosismo. Tras una de sus paradas, cambió el ritmo de su marcha y ya entonces solo caminó despacio hasta volver a detenerse. Una vez que comprobamos que estaba dedicándose a acechar conejos, ignorándonos por completo, fue cuando decidimos bajar de coche, y acercarnos un poco más con suma cautela. Era un ejemplar de mota intermedia. Se amagó y dormitó unos minutos. Cuando abrió los ojos, se incorporó, se sentó, bostezó y se acicaló. Durante sus escasos paseos comprobamos que era un macho. Y al igual que a nosotros, parecía gustarle el sonido de los pájaros, moviendo sus blanquinegras orejas y girando la cabeza en su dirección, cuando el silencio lo rompía el mirlo o el herrerillo capuchino. Cuando a lo lejos oía a las urracas, incluso movía algo más que las orejas y levantaba la cabeza, buscándolas. Todo esto transcurrió en apenas unos 10 minutos, pasados los cuales se quedó Miryam vigilando al confiado gato moteado, y sin más demora, yo salí a buscar a Paco y Lola, cuyo principal motivo de su visita era poder fotografiar al lince.


     Durante el trayecto, entre ir y volver, debí pasar por alto muchas cosas, pero aunque solo fuera de pasada, no pude ignorar algún ciervo cercano al camino, o las perdices, urracas y rabilargos que volaban cuando pasaba corriendo a su lado. Pero sí hubo un animal que nos hizo detenernos a la vuelta. Lola había visto otro lince a un lado del camino. Iba andando con la parsimonia que caracteriza a la especie cuando no se la molesta. Era un ejemplar de mota fina, y aunque estaba algo más alejado que el lince que nos esperaba un poco más adelante, pudieron fotografiarlo, y ver que se trataba de una hembra. Interrumpió su tranquilo andar para sentarse un momento, antes de continuar su camino y que dejásemos de verla.
     Cuando llegamos al pequeño prado donde se había quedado Miryam, allí aún permanecía también el lince. Paco y Lola fueron quienes más lo disfrutaron sin duda, sobre los 20 minutos que el lince decidió seguir en nuestra compañía. Durante ese rato, el perezoso lince seguía repitiendo el comportamiento ya descrito, dormitar y lamerse tranquilamente, hasta que nos abandonó.


     Nosotros volvimos hacia atrás, pasando despacio por la explanada donde habíamos visto a la lincesa, por si la suerte volvía sonreírnos, pero no fue así. Despedimos a Myriam, que debía irse, y nosotros decimos volver hacia la pradera donde habíamos estado viendo al macho. Inevitablemente nuestra atención mientras íbamos en el interior del coche la centraban conversaciones sobre el lince. Al pasar por los prados adehesados se veían las totovías que volaban en pequeños bandos. El cielo se había tornado grisáceo. Por un instante vimos la silueta del águila imperial. En el prado aguardamos, esperando durante unas horas, hasta después de comer, pero el lince no volvió a campear por allí. De lejos, de vez en cuando se veía pasar algún cormorán sobre el río.
     Metidos en la tarde, retornamos al mirador desde el que controlábamos el valle por donde discurría el arroyo. La actividad de la fauna había mermado bastante con respecto a la mañana. Por el camino, ya con poca frecuencia, se dejaron ver los pinzones, al pasar por el valle algún que otro conejo, y subiendo hacia el punto de observación paramos para ver un mochuelo que no tardó mucho tiempo en abandonar las rocas entre las que se guarnecía. Pasamos el tiempo en nuestro elevado lugar de observación, viendo los pocos ciervos que o bien desfilaban marchando en fila, o bien se descubrían cuando asomaban a los claros, así como las palomas que pasaban o las urracas que revoloteaban por allí.
     Pasado este tiempo de espera, y antes de anochecer, volvimos al muladar. Yendo por la pista que hasta el muladar conducía, se levantaron las perdices a nuestro paso, y acercándonos al mismo ya podíamos contemplar los buitres que lo custodiaban, unos pocos todavía en vuelo, muchos aposentados en rocas y árboles del entorno, y hasta sobre el mismo suelo, que aguardaban con paciencia el momento de dejarse caer. Entre la multitud de leonados, se podía encontrar algún negro. Y habiendo visto que los grandes carroñeros alados estaban allí, nos marchamos siguiendo el carril por donde habíamos venido, donde, una vez dejado atrás el muladar, nos cruzamos con una manada de ciervas que se quedaron próximas al camino, mirándonos pasar.

(*) Fotografías: gentileza de Miryam Lara.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Conejo Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
  • Lince Ibérico (Lynx pardinus)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo)
  • Garza Real (Ardea cinerea)
  • Buitre Leonado (Gyps fulvus)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Águila Imperial Ibérica (Aquila adalberti)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Mochuelo Europeo (Athene noctua vidalii)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Pito Real (Picus viridis sharpei)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Totovía (Lullula arborea)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Zorzal Común (Turdus philomelos)
  • Carbonero Común (Parus major)
  • Herrerillo Capuchino (Lophophanes cristatus)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Grajilla Común (Corvus monedula)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)

6 comentarios:

  1. Menuda jornada... ¡de las que hacen afición!. Tu prosa es igual de buena que las fotos de Miryam; un placer leerte, Pedro.
    Un saludo.

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  2. Mejor Parque Natural y mejor fauna, pero sobretodo, mejor compañía. No he sentido tanta envidia porque con el texto has logrado transportarme alli con vosotros, gracias!
    Un abrazo!

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  3. Qué bonito Pedro!! Muchas Gracias por hacer posible uno de nuestros sueños y contarlo con este gran relato.

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  4. Impresionante Pedro!! Que gran jornada y que pasada de fotos.
    Por unos momentos pensaba estar a pié de campo, allí con vosotros. Ya me hubiera gustado pero el texto, me lo hizo imaginar tal cual.
    Un saludo enorme y mi admiración a vuestro trabajo cracks

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  5. Muy bonito Pedro! Hablar contigo, o en este caso leerte, siempre te hace aprender cosas nuevas. Enhorabuena! !

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