No siempre los espacios naturales gozan de
una figura de protección que haga justicia a sus valores ambientales. En las
sierras situadas al sur de Jaén hay un buen ejemplo de ello, un amplio espacio
natural de media montaña, bien conservado pese a no gozar de ninguna categoría
de protección ambiental que en compañía de Esteban, he tenido la oportunidad de
conocer este fin de semana.
Salí para Torre del Campo el viernes
después de comer. Habíamos quedado a media tarde para que el calor fuese
disminuyendo mientras íbamos de camino a la sierra, pero también poder
aprovechar la luz. Dejamos el coche en una vaguada, y empezamos a trepar por
una empinada ladera. Al principio de nuestro ascenso no encontramos con la
lamentable escena de un enorme lagarto ocelado que yacía ahogado en el interior
de una bañera que los pastores utilizan como abrevadero para el ganado, una
trampa mortal de la que no pueden salir estos y otros animales por no tener
sujeción en la que agarrarse.
Pasamos las horas a la sombra, mirando el
farallón rocoso de en frente, mientras escuchábamos cantar de vez en cuando a
la oropéndola en nuestro lado. En aquella pared de piedra vimos a unas lejanas
cabras, pero lo más apasionante fue ver el vuelo del águila perdicera, hasta
detenerse sobre una roca, donde la pudimos ver a placer gracias al telescopio
de Esteban.
Oscureciendo, bajamos hacia el coche. Entre escaramujos y majuelos se intuía la silueta de los escandalosos mirlos cuando volaban de un arbusto a otro. Cenamos donde habíamos dejado el coche, y cuando casi nos íbamos a montar para irnos, Esteban me hizo apreciar el canto del chotacabras gris, que yo no conocía.
Oscureciendo, bajamos hacia el coche. Entre escaramujos y majuelos se intuía la silueta de los escandalosos mirlos cuando volaban de un arbusto a otro. Cenamos donde habíamos dejado el coche, y cuando casi nos íbamos a montar para irnos, Esteban me hizo apreciar el canto del chotacabras gris, que yo no conocía.
Seguimos recorriendo la Sierra Sur de noche. Por un
camino bordeado de grandes pinos salió volando un ave grande, de gris librea,
que afortunadamente para nosotros, se paró en una rama sobre el camino,
iluminada por los faros del coche con claridad más que de sobra para comprobar
que se trataba de un cárabo. Además permaneció allí, sin quitarnos ojo, un rato
considerable. Y solo cuando el cárabo se fue, reanudamos la marcha nosotros.
Ya había superado con creces mis
expectativas, pero aún nos aguardaba otra sorpresa. Esteban descubrió unos ojos
brillar en una higuera pegada al camino. Se trataba de una garduña, que no
pudimos ver con claridad, moviéndose entre el ramaje del árbol. No habíamos
podido verla en las mejores condiciones, pero era mi primera garduña y estaba
más que satisfecho.
Lo que no esperaba para nada es llegar a
ver más garduñas aquella misma noche, y disfrutar viéndolas con toda la nitidez
que nos daban las luces del coche. Fuimos a la Cañada de las Hazadillas,
un área recreativa a la que acuden a buscar restos de comida en la basura que
deja la gente en los contenedores, y al llegar, no tardaron en desperdigarse
correteando por todas partes. Pero la curiosidad de estos mustélidos, hizo que
algunas se detuvieran en sus carreras, para mirarnos con atención, momentos en
los cuales también nosotros podíamos observarlas con detenimiento. Algunas de
estas curiosas garduñas, que no hacían sino estimar el riesgo que podíamos
suponer para ellas, lo hacían levantándose sobre sus patas traseras, y una,
demostrando sus dotes para trepar árboles, lo hizo encaramada al tronco de un
pino, por el que no tardo mucho en seguir subiendo para quitarse de nuestra
vista.
Llegada la calma, tras la gran espantada,
oímos algunos gritos producidos por ellas. En un principio pensamos que se
trataría de alguna pelea puntual entre ellas, pero dado que se repetían cada
cierto tiempo, nos acercamos cautelosamente esperando descubrir la causa. Los
gritos cesaron. Probablemente las garduñas se habrían percatado de nuestro
acercamiento antes de llegar y habrían huido. Pero en las inmediaciones había
un contenedor, y también podrían estar ahí. Esperamos un poco, haber que
pasaba, pero nada sucedía. Entonces Esteban cogió una lata vacía del suelo, y
la dejó caer dentro. Procedió así por precaución, ya que de estar dentro y
verse sorprendidas, pueden saltar y morder para defenderse. Al hacer esto,
confirmamos que había alguna dentro, pues volvió a chillar, pero lo que nos
pareció más curioso es que no hubiera saltado, y salido huyendo. Repetimos la
prueba, dos veces más, y sucedió igual. Entonces decidimos asomarnos, para
averiguar que pasaba, y descubrimos dos jóvenes garduñas en el fondo del
contenedor. No eran capaces de trepar ni podían saltar hasta el borde desde
tanta profundidad. Afortunadamente para ellas, bastó con que cada uno de
nosotros desde un lateral, inclinásemos el contenedor, para que pudiesen volver
a estar libres.
Para el sábado por la mañana teníamos
previsto recorrer un tramo de río, buscando indicios de nutria. Bajando de la
casería de Esteban, donde habíamos pasado la noche, nos paramos para ver una
ardilla en el claro de un bosquete. Llegando al río, pudimos ver unas garzas
reales en la orilla, pero lo más llamativo fue ver también un águila calzada
posada no muy lejos de las garzas. No encontramos huellas ni excrementos de
nutria a lo largo de la caminata por el cauce del río, aunque ello tampoco
quiere decir que este ausente. Simplemente no los encontramos. Sí que pudimos
ver ranas y culebras de agua, y también una garza real más en el punto donde
decidimos volver.
Lista
de Especies Observadas (Orden Sistemático):
- Ardilla Roja
(Sciurus vulgaris)
- Garduña (Martes foina)
- Cabra Montés
(Capra pyrenaica hispanica)
- Garza Real (Ardea cinerea)
- Águila
Perdicera (Hieraaetus fasciatus)
- Aguililla
Calzada (Hieraaetus pennatus)
- Cárabo Común
(Strix aluco sylvatica)
- Chotacabras
Europeo (Caprimulgus europeaus)
- Mirlo Común
(Turdus merula)
- Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
- Culebra
Viperina (Natrix maura)
- Rana Verde
Ibérica (Rana perezi)