jueves, 18 de junio de 2015

UNA VISITA GUIADA HASTA LA LANCHA

     Bastante más tarde de lo que es aconsejable, pasado el medio día, iniciamos Fran, Hada y yo una jornada campera hace un par de días. Y más importante aún es salir pronto, sobre todo si se quiere observar animales, en los últimos días de una primavera que agoniza abrasada por un precoz verano, en los que la tónica habitual es el fuerte calor. Pero nuestra intención solo  era dar un paseo por la sierra, lejos de dedicarnos, pretenciosamente, a tratar de observar nada en concreto. Por suerte para nosotros, justo hasta el día anterior, había llovido, y también refrescado bastante durante la semana, por lo que disfrutamos de unas temperaturas suaves, y hasta se podía soportar estar al sol un rato.
     Hada, que vino de visita a Andújar, fue quien me propuso acompañarlos, y Fran a quien se le ocurrió que fuésemos hasta el Embalse del Jándula. A pesar de la demora con la que salimos, y que yo no iba demasiado atento al entorno, sino más bien integrado en las conversaciones con mis amigos, resultó la jornada más fructífera de lo que esperaba, deparándonos alguna grata sorpresa.
     Hasta llegar a las Viñas, no me percaté de la presencia de ningún ave, que seguro que la hubo, a lo largo del trayecto. Fueron unos rabilargos que cruzaron la carretera. Más adelante un abejaruco posado en un poste, y a continuación nos detuvimos un momento para observar un mochuelo posado en un cable del tendido eléctrico, a pleno sol, totalmente expuesto. Prestaba más atención a un grupo de urracas que a nosotros, de hecho, cambio de posición, posándose sobre el mismo tendido, pero más cerca del coche desde cuyo interior lo observábamos. Las urracas seguían apareciendo en el entorno cuando reanudamos el camino.
     Aunque lo difícil sería no ver ciervos en la Sierra de Andújar, si se tiene un mínimo interés en la fauna, lo menos es dedicarle un vistazo cuando te encuentras con los primeros, y así lo hicimos nosotros. Era una hembra acompañada por la cría del año anterior, y su moteado cervatillo de este año. La simpatía que despiertan las crías del resto de mamíferos en los seres humanos hizo que nos fijásemos más en su belleza salpicada de manchas blancas sobre una brillante librea rojiza, que en las pardas ciervas adultas. No muy lejos de los ciervos, estaba sus próximos parientes los gamos, un grupo de paletos machos que exhibían ya una cornamenta plenamente desarrollada, pero todavía cubierta por el terciopelo. Así pudimos ver las claras diferencias que distinguen fácilmente a ambas especies de cérvidos.
     La tormenta del día anterior debió ser bastante fuerte, pues en algunos tramos de carretera encontramos coladas de barro cubriendo el asfalto. Pero también dejó agua acumulada en las pozas de los arroyos, que aliviará la sed de plantas y animales, aunque solo dure unos días.
     Las tórtolas turcas preferían dejarse ver volando bajo las copas de las encinas, que posadas sobre ellas o sobre algún poste, como también lo hacían urracas y rabilargos. Volvimos encontrarnos con otra área compartida por ciervos y gamos. En esta ocasión fue un pequeño gamo, que con la gracilidad de sus trotes y saltos atrajo nuestra atención. Alguna que otra perdiz que vimos en algún momento de nuestro recorrido, seguida por sus pollos, trepaba ladera arriba, o se movía en zigzag entre las rocas y los lentiscos.
     Pero como de lo que se trataba es de hacerle a Hada una visita guiada, en la que pudiera hacerse una idea de las cosas más pintorescas de nuestro entorno, Fran hizo una parada en las tumbas esculpidas en granito que hay junto al camino. 
Descubrimos aquí, a pesar de su mimetismo, un insecto palo, al que estuvimos mirando con curiosidad.
     En las primeras “curvas de La Lancha” nos detuvimos un rato para ver un alcaudón real posado en un poste, hasta que se fue de allí. Hicimos una parada en las últimas curvas, para probar suerte. Pero tan solo vimos pequeños y dispersos grupos de ciervos sesteando a la sombra de las encinas. De vez en cuando miraba a un cielo, en el que alternaban nubes y claros, tratando de descubrir el vuelo de alguna rapaz. Y en una de estas ocasiones pasó un buitre negro a baja altura, deslizándose por el aire sin aparente esfuerzo.
     La siguiente parada fue en el Mirador del Embalse del Jándula, desde donde además de contemplar las aguas estancadas del pantano, y el paisaje que las contiene, se podía ver el infatigable vuelo de los vencejos y las golondrinas. También pude escuchar las notas del agateador y del pico picapinos, pero sin llegar a verlos.
     Bajando hacia la presa, improvisamos una parada para tratar de identificar un pequeño pájaro que al final no se dejó ver. En cambio no fue necesario parar para asegurarnos que eran perdices unas aves que se dejaron caer en vuelo desde el camino, ladera abajo. Ya íbamos buscando un lugar donde almorzar. Pensé en un pequeño rellano, junto a la orilla del embalse, pero al llegar daba el sol, y además el pasto seco no invitaba a sentarnos en el suelo. Pero desplazarnos hasta aquí nos permitió ver un arrendajo, que también nos dejó escuchar su áspera voz.
     Optamos finalmente por comer en la presa, a la sombra de la bóveda bajo la cual cría una colonia de aviones comunes. Antes de empezar a comer nos asomamos al otro lado de la presa, donde descubrimos un par de hembras de cabra montés, acompañadas por sendos chivos, al fondo del precipicio, a la orilla del río, donde nadaban plácidamente un par de ánades reales. Mientras comíamos, además de ver y entrar salir constantemente a los aviones para cebar a su prole, de escuchar sus continuos reclamos, también se vieron los gorriones comunes por el entorno de la presa. Después de comer nos volvimos a asomar a la presa, y nos dejamos maravillar por el vuelo de los aviones, que pasaban a nuestra altura, o por debajo. La mayoría comunes, pero también algún roquero, lo que nos permitía ver sus patentes diferencias. Ya no vimos las cabras, pero fijándome en los patos, que vestían el discreto plumaje de eclipse, me di cuenta que había cuatro más.
     En las siguientes horas, nos dedicamos a dar un paseo calmadamente, para bajar la comida. En torno a la boca del túnel que hay junto la presa revoloteaban los aviones roqueros, mientras que la hembra del roquero solitario permanecía posada sobre un muro de piedra. Hacia la salida al otro lado del túnel se agolpaban los opiliones en las paredes.
     Decidimos bajar al canal de desembalse previsto para cuando el pantano acumula más agua de la que puede contener. Atravesamos otro túnel que aprovechaban los aviones para construir sus nidos en el techo. En los charcos que había entre las grietas del lecho rocoso que forma el suelo viven las ranas, que no dudaban en refugiarse en sus aguas al acercarnos. Al salir sorprendimos a una lagartija colilarga.
    Nos sentamos al borde del acantilado granítico, donde estuvimos un buen rato, viendo el continuo trasiego de los aviones. Dos cabras, probablemente las de antes, caminaban por el fondo, junto al río, donde en la otra orilla sobre la lisa superficie de los granitos se soleaban un par de galápagos. Se oía el croar de las ranas. La oropéndola intercambiaba su aflautado canto con las ásperas notas de su reclamo, y vimos un par de machos persiguiéndose entre los eucaliptos del río. Se escuchaba también la melodía del roquero solitario, y acabamos viendo al macho sobre la repisa del muro en la que estuvo posada la hembra antes. Un mirlo se movía entre las adelfas y otros arbustos que crecían en la pared rocosa, y un arrendajo pasó volando alto hacia el lado del pantano. Después seguimos caminando por el desaguadero, viendo las ranas saltar a los charcos formados por la lluvia.
     Al regresar por el túnel de la presa, pudimos oír con mucha claridad los agudos chillidos de los murciélagos. Tomamos el camino de vuelta, pero teníamos previsto hacer más paradas. Nos detuvimos para recorrer a pie un corto camino. En un trecho en el que había barro se concentraban las abejas para tomar agua. De nuevo pude oír al pico picapinos, pero al igual que la vez anterior tampoco conseguí verlo. Pero sí vimos otra lagartija colilarga volviendo hacia el coche, más un pájaro que no me dio tiempo a identificar.

Pollos de Golondrina Común en el nido

     La siguiente parada fue para andorrear entre las ruinas del viejo poblado de La Lancha. En la primera de las casas a las que entramos vimos una salamanquesa en el techo. En el resto destacaba la presencia de los nidos de golondrina, sobre todo comunes, y algunos de ellos estaban ocupados con pollos. Los adultos iban y venían, entraban y salían. También vimos alguna que otra golondrina dáurica volando por el entorno del poblado, como también lo hacían las palomas torcaces entre los altos eucaliptos, bajo alguno de los cuales podía oírse el zumbido de las abejas. Y muy altas pasaron una pareja de chovas, a las que primero oímos graznar.

     Antes de llegar de nuevo a las famosas curvas, utilizadas como oteaderos para la observación por los naturalistas, paramos para mirar tres córvidos apostados en lo alto de unas rocas, que no puedo asegurar que fueran grajillas. Pararnos a mirar a las negras aves, me llevó a descubrir bajo ellas a un muflón macho que asomaba la cabeza entre las piedras, dotado de grandes cuernos, pero sin que le viéramos el cuerpo.
     Paramos un rato en otra “curva” diferente de donde estuvimos a la ida. Con la caída de la tarde, pudimos ver más ciervos, que ya empezaban a moverse. Pero yo seguía mirando al cielo, ya prácticamente despejado, extrañado por la ausencia de buitres, o alguna otra rapaz. Así mismo también estuvimos echando en falta los conejos. El pito real cantó desde alguna parte del inmenso paisaje que se abría a nuestros ojos. Un paisaje adehesado con pastos agostados y raquíticas encinas que lejanamente, contemplado bajo las luces anaranjadas del atardecer, nos recordaba a las sabanas africanas. También se oían los rabilargos, pero no las urracas. Pude ver un arrendajo en uno de los momentos que rodeé la mirada hacia el monte que se elevaba a nuestras espaldas. También vi un mamífero que no pude identificar, pero que por su silueta y su apresurada forma de moverse me recordó a un tejón, que antes que me diese tiempo a llevarme los prismáticos a los ojos, ya se había ocultado entre los lentiscos de la vaguada.
     Cogimos el coche ya con la idea de volver a Andújar, aunque íbamos despacio, casi parando a ver algún ciervo o gamo que nos llamase la atención. Y entre las muchas urracas, una cabalgaba a lomos de un ciervo usándolo como atalaya móvil para capturar los insectos  que espantara el ciervo a su paso, mientras pacía. El posible beneficio que el ciervo sacaría de portar una urraca sería una huída a tiempo en caso de que córvido se alertara. Un pito real, que voló desde un poste de madera al encinar. Los mirlos comenzaban su actividad crepuscular. Y por fin vemos conejos, aunque solo fueron cuatro. Y tras ver al cuarto, pude ver a una abubilla posarse sobre una piedra, y desplegando su cresta.
     Pues como digo, no teníamos prevista ninguna parada más, pero vi un pequeño animal que brincaba sobre el pasto, en la penumbra, que atrajo mi atención como un imán. Esos aires gatunos que gastaba al moverse me dispararon todas las alarmas en una fracción de segundo, y a grito de ¡lince!, aún sin estar seguro completamente, hice parar el coche. Ya no tardamos en confirmar que estábamos viendo un precioso cachorro de lince ibérico, cubierto por esa especie de borra que le da un aspecto rechoncho tan diferente del apretado y moteado pelaje que estiliza el aspecto de los adultos. Pero, ¿solo? Nuestra pregunta tampoco tardó en responderse, pues pronto localicé a la madre, prácticamente invisible, tumbada en el pasto. La ligera inclinación del terreno, la hierba seca y la tenue luz, nos dificultaban verlos con claridad a pesar de estar a menos de 50 metros. Pero los saltos y las carreras del cachorro nos brindaron un espectáculo inolvidable.
     Al rato, cuando llegó otro coche que se paró poco más adelante de nosotros, se levantó la madre, y se marchó monte arriba, seguida por la cría que iba trotando con enérgicos saltos que contrastaban con el pausado andar su progenitora, perdiéndose enseguida de vista, bajo las copas de las encinas. A pesar de la escasa inclinación del terreno, apenas había fondo. Después de ese rato de emoción contenida, nos quedamos allí mismo para liberarla, hablando de lo sucedido, sin deparar en que había un tercer lince adulto, que solo vimos cuando asomó media cabeza por encima del pasto, enseñándonos sus puntiagudas orejas rematadas en los pinceles. Pero después de un tiempo, también acabó largándose por donde se lo hicieron la madre y el cachorro. Es posible que pudiera tratarse de una cría del año pasado.

     En ese intermedio que hubo entre la observación de la madre y la cría con la del tercer lince, deparé en una tórtola turca posada en un poste, una hembra de pinzón sobre el camino, y un alcaudón, probablemente el común, parado en la alambrada, que enfrascado en la tertulia, no aseguré su identificación. Y volviendo a aquel símil, quizás no muy acertado, sobre dehesas ibéricas y sabanas, las encinas serían como las acacias, los ciervos jugarían el papel de los antílopes, y el lince se asemejaría al leopardo en nuestras “sabanas mediterráneas”.
     Para Hada y Fran fueron sus primeros linces, nada más y nada menos que ¡un triple bimbo lincero! Para mí, un avistamiento igualmente emocionante, fue la primera vez que veo linces en un mes de Junio. También la primera vez que veo tres juntos. Y además la primera vez que consigo ver un cachorro de la última fiera mediterránea, que representa una esperanza de supervivencia para la especie de felino más amenazada del mundo.
     En el coche seguimos hablando del extraordinario acontecimiento que acabábamos de vivir. No obstante eso no me impedía reconocer la hermosa silueta de los ciervos contra el cielo del anochecer, o distinguir aún a otro pito real que salió volando desde otro poste donde estaba posado, o escuchar los maullidos de los mochuelos a través de la ventanilla. Más adelante pude ver un mochuelo levantar el vuelo desde una piedra, y casi inmediatamente, nos detuvimos a ver a uno que salió volando desde la carretera para posarse sobre un chaparro, desde el que se cambio a un poste de la valla del camino, situándose con este movimiento aún más cerca. Y mientras se dejó ver este último mochuelo, pude llegar a escuchar al chotacabras pardo.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Conejo Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
  • Lince Ibérico (Lynx pardinus)
  • Muflón (Ovis orientalis)
  • Cabra Montés (Capra pyrenaica hispanica)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Gamo (Dama dama)
  • Ánade Azulón (Anas platyrhynchos)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Tórtola Turca (Streptopelia decaocto)
  • Mochuelo Europeo (Athene noctua vidalii)
  • Chotacabras Cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis)
  • Vencejo Común (Apus apus)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Abejaruco Europeo (Merops apiaster)
  • Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Golondrina Común (Hirundo rustica)
  • Golondrina Dáurica (Cecropis daurica)
  • Avión Común (Delichon urbicum)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Roquero Solitario (Monticola solitarius)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Agateador Común (Certhia brachydactyla)
  • Alcaudón Real (Lanius meridionalis)
  • Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Galápago Leproso (Mauremys leprosa)
  • Salamanquesa Común (Tarentola mauritanica)
  • Lagartija Colilarga (Psammodromus algirus)
  • Rana Verde Ibérica (Pelophylax perezi)

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