sábado, 4 de abril de 2009

SESIÓN FOTOGRÁFICA EN LA SIERRA DE ANDÚJAR

     Ayer quedamos José y yo para salir de campo, para bichear. Concretamente José quería que lo llevase a algún sitio que él no conociera, así que fuimos a La Ropera, donde desemboca el Río Jándula en el Guadalquivir, y a un par de lugares por la zona de las Viñas de Peñallana. Pero lo que empezó siendo una ruta por la sierra acabó convirtiéndose en una doble sesión fotográfica: una espera improvisada en el hide en un comedero de pájaros, que nos deparó alguna agradable sorpresa, y una jornada nocturna buscando batracios.
     Bien entrada la mañana llegó José a Andújar, y sin entretenernos mucho salimos hacia La Ropera. De camino, entre los campos vimos gorriones y estorninos, y volando sobre ellos, aviones. En cuanto llegamos, aparcamos en la anchura de un cruce de caminos y salimos a pasear, paralelos al río, corriente abajo. Ya se respiraba un ambiente primaveral, con olor a tierra húmeda. Los reclamos de los mirlos y los rabilargos resultaban muy patentes. Entre los escasos huecos de las zarzas, que nos permitían ver el turbio río, descubrimos también una garza real posada entre las resecas eneas del año pasado, y las nuevas y verdes que empiezan ahora a rebrotar.
    Llegamos a hasta una pequeña laguna, formada por el agua del río, de la que salieron algunos ánades reales al acercarnos. Entre los sauces nos asomamos a la orilla del río, y en frente descubrimos unas gallinetas que nadaban en un remanso del río, pero que no tardan en ocultarse entre la vegetación de la otra orilla. Y por el aire vemos venir, siguiendo el cauce del río, un pequeño bando de garcillas bueyeras, que antes de llegar a nuestra altura, describen una curva, haciéndonos un arco. Era patente que no pasábamos desapercibidos para las aves, a pesar de estar bajo las espesas copas de los sauces.
     Cuando llegamos al coche, antes de marcharnos, cruzamos el río por el viejo puente y nos asomamos a contemplar el Río Jándula desde el último cañón antes de su final. La luminosidad del día nos permitió disfrutar de una bella vista de la sierra, del verde primaveral de sus pastos. En este lugar las aguas de río bajaban transparentes y sobre ellas nadaban algunos patos y un par de cormoranes, y sobre ellos, cicleaba alto un ratonero en la lejanía del cielo.
     En lugar de subir a la sierra por la carretera que lleva a Puertollano, lo hicimos por la Carretera de la Cadena, alternativa que no conocía José. En este recorrido, por los cerrillos desprovistos de vegetación arbustiva donde pastan las vacas, vimos en su compañía garcillas bueyeras, además de algún triguero posado en las alambradas. Más adelante, según ascendemos, esas lomas se cubren de un denso monte bajo de encinas de porte arbustivo mezcladas con jaras, que termina en pinares aclarados donde empiezan las primeras “viñas”. Entre estas casas de campo abundaban las tórtolas turcas y los estorninos negros.
    Cuando llegamos al sitio donde tenía previsto, aparcamos bajo un pino, y nos acercamos a una casa abandonada, en cuya piscina se acumula agua en la parte más profunda durante todo el año y permite que vivan allí ranas y tritones. Pero las últimas lluvias han provocado que el nivel del agua haya subido hasta ocupar todo el fondo. De las tablas, troncos, y algunos plásticos que allí flotan, saltaron algunas ranas a sumergirse en el agua cuando llegamos. En cambio había otras que no parecían tener esa facilidad para la inmersión, y por el contrario eran mucho más confiadas, permitiéndonos acercarnos al borde de la piscina. Cuando nos acercamos pudimos ver que se trataban de ranitas meridionales.
     Siguiendo con nuestro paseo, atravesamos un pequeño pinar aledaño a la vieja casa, y salimos a un camino desde donde se divisa una amplia panorámica de la sierra, que llega hasta Madrona y desde donde se ve el Embalse del Encinarejo. Allí almorzamos. Un grupo de mitos y las notas sonoras del agateador, procedentes del interior del pinar, nos amenizaron la comida mientras disfrutábamos contemplando el paisaje.
     Después de comer retomamos nuestro camino por la Carretera de la Alcaparrosa. A estas horas el calor apretaba y la actividad de la fauna había mermado hasta desaparecer, haciéndonos muy monótono el recorrido. Antes de llegar a la carretera general, le sugerí a José llegarnos por otro lugar que conozco, que al menos ofrece buenas vistas. Fuimos a un balcón natural, formado por grandes rocas graníticas, ante el que se abre un valle encajonado por un canchal, en la ladera de la solana, y por una loma cubierta por la vegetación, en la ladera de la umbría. Pero salvo unos pinzones que levantaron el vuelo al llegar, no vimos ningún otro animal.
     Entonces fue José quien me propuso a mí un cambio en nuestra ruta, y me propuso acercarnos a un comedero de aves para tratar de hacer unas fotos. Contaba con la pertinente autorización para poder acceder a aquel lugar. Cuando llegamos al sitio rápidamente montamos el hide y nos metimos en su interior, aguardando la llegada de los pájaros atraídos por las migas que habíamos depositado disimuladamente en las oquedades de una roca. No tardó mucho en llegar un rabilargo que se posó en la horquilla de una encina y temíamos que bajase a comerse la comida de los pájaros, pero por fortuna para nosotros los córvidos son aves muy astutas, desconfío del hide y rápidamente se fue.
     A continuación empezaron a oírse las estrofas musicales de los paridos, y poco a poco se fueron posando en la roca y en las ramas que sirven como estandarte para los fotógrafos que allí acuden, los herrerillos común y capuchino. Entraban y salían alternativamente de comedero, y a veces coincidían durante cortos intervalos de tiempo. El carbonero también hizo acto de presencia en las inmediaciones, pero sin embargo no entró al comedero.

Herrerillo Común

Herrerillo Capuchino

























Macho de
Curruca Cabecinegra
     Esta misma dinámica de alternancia de entradas y salidas, la estuvieron llevando a cabo una pareja de currucas cabecinegras, que llegaron a coincidir con un petirrojo que también se acercó a comer, aunque más tímidamente.

Hembra de Curruca Cabecinegra












Petirrojo

     La tarde había avanzado y empezábamos a aburrirnos, cuando de repente descubrimos al pie de la roca que un astuto ratón se había atrevido a robarnos un papel de envoltorio de la magdalena que habíamos desmenuzado. Nos habíamos dejado la bolsa fuera del hide, y abierta. Pronto abandonó el ratoncillo aquel papel, más grande que él mismo, y trepó a lo más alto de la roca a apurar lo que se habían dejado los pájaros, donde llegó un segundo ratón a compartir el festín.

Ratón de Campo

Joven Lirón Careto
     Pero también se marcharon repentinamente los ratones, quizás porque encima de la roca debían sentirse demasiados expuestos a algún posible depredador. Y efectivamente no tardó en aparecer un enemigo ocasional de los ratones: el lirón careto. Algo desconfiado e inquieto al principio, exploraba todo a su alrededor. Se escondía a menudo entre las grietas de la roca, y solo asomaba la cabeza, intentando descubrir nuestra presencia, olisqueando el aire en busca de algún olor que nos delatara, moviendo sus pabellones auditivos en todas direcciones persiguiendo detectar algún sonido, mirándolo todo con sus saltones ojos negros. Poder contemplar tan cerca a este enmascarado roedor supuso una enorme satisfacción para nosotros, y el descubrimiento de un nuevo comensal de aquel comedero. Pero seguidamente salieron a escena otros lirones, y por turnos, continuaron con sus andanzas y prospecciones del terreno. Haciendo gala de su habilidad trepadora, se atrevieron a subir a alguna de las ramas utilizadas como perchas para los pájaros. Y por supuesto terminaron con los restos de comida que quedaban, mientras casi había anochecido.

Pareja de Lirones Caretos
















     Pero la sesión fotográfica no terminó aquí. Estábamos eufóricos por el largo rato de observación que nos permitieró aquella familia de lirones, un animal que normalmente es huidizo y difícil de ver, y con el entusiasmo del momento, en vez de volver, decidimos continuar nuestra jornada campera. Y así nos desplazamos hasta el Encinarejo.
     La noche primaveral nos ofreció un concierto de ranas y sapos en este paraje cuando llegamos, y precisamente nos dedicamos a buscar a sus autores. Mientras el canto de la rana común provenía del río, la ranita meridional y el sapo corredor parecían croar alejados del mismo. Con un poco de paciencia, mirando en los charcos, no tardamos en descubrir a las primeras ranitas, que parecían ser relativamente frecuentes. En cambio nos costó más encontrar algunos sapos corredores, los cuales, más activos que sus verdes primas, trataban de escapar en cuanto nos aproximábamos. Pero siempre con paciencia, la mejor aliada de un naturalista, conseguimos observar con calma a estos anuros y fotografiarlos, concluyendo así nuestra salida campera.

Ranita Meridional

Sapo Corredor

























(*) Fotografías: gentileza de José Rico.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Ratón de Campo (Apodemus sylvaticus)
  • Lirón Careto (Eliomys quercinus lusitanicus)
  • Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo)
  • Garcilla Bueyera (Bubulcus ibis)
  • Garza Real (Ardea cinerea)
  • Ánade Azulón (Anas platyrhynchos)
  • Busardo Ratonero (Buteo buteo)
  • Gallineta Común (Gallinula chloropus)
  • Tórtola Turca (Streptopelia decaocto)
  • Avión Común (Delichon urbicum)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Curuca Cabecinegra (Sylvia melanocephala)
  • Mito Común (Aegithalos caudatus irbii)
  • Carbonero Común (Parus major)
  • Herrerillo Común (Parus caeruleus)
  • Herrerillo Capuchino (Parus cristatus)
  • Agateador Común (Certhia brachydactyla)
  • Rabilargo (Cyanopica cyanus cooki)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Triguero (Emberiza calandra)
  • Sapo Corredor (Bufo calamita)
  • Ranita Meridional (Hyla meridionalis)
  • Rana Verde Ibérica (Rana perezi)