martes, 21 de junio de 2016

SUBIDA A LOS LAVADEROS DE LA REINA, DESDE LA DEHESA DEL CAMARATE

     De nuestra estancia en Sierra Nevada, la jornada más significativa en lo que a observación de fauna se refiere, fue el día 13, cuando, guiados por Javier Plana, guía-interprete del Parque, y por David Sánchez, subimos hasta los Lavaderos de la Reina desde la Dehesa del Camarate. Y todavía fueron más observaciones de las que aquí cuento, pues he omitido la avifauna urbana, que pudimos ver desde que salimos de La Calahorra, así como por los pueblos por los que pasamos, tanto de ida como a la vuelta.

Mostajo en flor
     A pesar de su nombre, nada tiene que ver con un bosque aclarado de matorral y de suaves pendientes la Dehesa del Camarate, punto de quedada y lugar de inicio de nuestra ruta, una parte coche, la otra andando. Todo lo contrario, un frondoso bosque de mostajos, robles y cerezos, mezclados con las densidades de arces y majuelos que componen el sotobosque, trepa por la umbría del valle del Río Alhama, donde también se pueden encontrar algunos abedules junto al río, y hasta tejos en los lugares más secretos de este “Bosque Encantado”. Un exuberante vergel de cuyas entrañas se manifestaban sonoramente el chochín y la curruca capirotada, mientras por las ramas superiores se paseaba, cantando, el herrerillo común. Toda una joya botánica, conservada en su estado primigenio de las alteraciones humanas, y sin duda uno de los rincones más hermosos que atesora Sierra Nevada.



Tejo

     Hicimos algunas paradas a lo largo del trayecto, en algunos puntos significativos de la Dehesa del Camarate, donde nuestros guías acompañantes nos aportaban datos relevantes del lugar. En un tentadero, pues el nombre de Dehesa de esta finca ahora incorporada al Parque Nacional le viene porque criaban vacas bravas, de las que todavía quedan algunas, pudimos ver lavanderas blancas por el entorno, y en el cielo descubrir los cicleos de una pareja de águilas calzadas. La primera que vimos, de fase oscura, me desconcertó un poco hasta poder identificarla, despejándome todas las dudas al aparecer su conyugue, del morfo más habitual, el claro. A cierta altura ya, en otra parada donde el bosque se va aclarando paulatinamente, dejando entrever las verdes manchas de hierbazales, se elevó en el cielo una ruidosa congregación de chovas piquirrojas.

Chovas Piquirrojas, evolucionando en el azul cielo

     Dejamos los coches en la difusa frontera donde robles y mostajos van progresivamente desapareciendo, ganándole terreno los prados al arbolado. A lo lejos podía oírse el cuco, pero más cerca teníamos el cacareo de las urracas, revoloteando entre los escaramujos y majuelos. También entonaba su armoniosa estrofa la totovía. A nuestro alrededor se movían infinidad de mariposas, atraídas por el suelo empapado de aquellos prados montanos, donde la primavera aún vive su apogeo, resistiéndose a la inminente llegada del estío. Entre esos lepidópteros diurnos destacaba la vistosa Iphiclides podalirius que gratamente me sorprendió por su relativa abundancia.
     Nueve kilómetros de marcha a pie, principalmente ascendente, nos separaban hasta llegar a los Lavaderos de la Reina, paseo que discurría entre piornos almohadillados y enebros y sabinas rastreras, y en el que cruzamos por arroyos de aguas cristalinas que se precipitaban por los barrancos, alimentándose del deshielo en las rocosas cumbres donde todavía perduraba algo de nieve. No pasaron desapercibidos los buitres leonados a lo largo nuestra andanza, que aunque volaban altos eran bastante visibles, y al principio también se dejó ver alguna que otra tarabilla común. Interrumpimos la caminata para mirar a un grupo de jabalíes, avanzando entre los piornos y los enebros de una soleada ladera. Piara mixta en cuanto a la edad pues estaba compuesta por adultos, bermejos y rayones. Estampa inédita a mis ojos, pues acostumbrado a descubrirlos emboscados, me sorprendió verlos rompiendo monte entre esos arbustos de montaña, desprotegidos por completo de árboles.

Escribano Hortelano

     Pero mi atención fue captada por un pájaro que surgió casi simultáneamente que los jabalíes junto al camino y que volando paralelamente a este, se posó un poco más abajo, sobre un arbusto del borde. Volando de espaldas a nosotros, por las bandas blancas laterales de su cola, delató que se trataba de un emberizido. Por los tonos marrones, salpicado de negro, del dorso, pensé que sería un escribano montesino, pero al posarse al descubierto me llevé la grata sorpresa de poder comprobar que se trataba nada más y nada menos que de un escribano hortelano. Entonces caí en la cuenta que el sonido que se repetía en los alrededores era su monosilábico canto. Este ejemplar en concreto se mostró bastante confiado, y estuvo revoloteando a nuestro alrededor, posándose siempre en puntos bien visibles, y relativamente cercanos. Todo un lujo poder contemplar en tan buenas condiciones a este pájaro.

Una alfombra de diversas flores tapizaba el entorno del camino



Collalba Gris































     Las notas del escribano hortelano no cesaron de oírse por el área contigua al camino, y aunque lo seguíamos viendo cuando salía volando, se ocultaban de nuestra vista al posarse de nuevo. Se le suma con su incesante repertorio musical la alondra, y entre otros pájaros que pudimos ver por el camino aparecen las collalbas grises entre las rocas, al escalar cotas, y algún colirrojo tizón entre las grandes piedras por las que desfilaban algunos de los arroyos que atravesamos, recorridos por la lavandera cascadeña. Pudimos ver a pasar también por una de estas vaguadas por las que corrían los arroyos, otra piara de jabalíes. Entre la hierba de las orillas se desplazaban aceiteras (Berberomeloe majalis) de lustrosa capa negra brillante. En otros herbazales, también bastante húmedos, pero ya alejados de los arroyos, encontramos algún ejemplar de Eumigus monticola. Pasábamos junto a una sucesión de cascadas y saltos de agua del tramo alto del Río Maitena, cerca ya de las primeras nieves. En este abrupto paisaje vimos las primeras cabras monteses, resguardadas a la sobra de las grandes rocas.

Aceiteras
Eumigus monticola

La flor lila de Pinguicola nevadensis
     La primavera nos brindó la oportunidad de observar en flor algunas especies que salpicaban de color los verdes prados de montaña, como las azules gitanillas (Gentiana verna) o el amarillo cuernecillo (Lotus corniculatus glacialis/carpetanus), o las endémicas violetas (Viola crassiuscula) y la tiraña de Sierra Nevada (Pinguicula nevadensis). Y asociadas a ellas se dan multitud de insectos, como las mariquitas de los siete puntos (Coccinella septempunctata) y mariposas, entre ellas la moteada Issoria lathonia. En las pedreras aparecían cubriendo el suelo como blancos copos caídos, la estrella de las nieves (Plantago nivalis), también en flor.

Gentiana verna














Issoria lathonia

     Almorzamos junto al borreguil de una laguna de acorazonada forma. A nuestras espaldas, quedaban las oscuras y desnudas cimas de los Tajos Negros, cubiertos aún por blancas manchas de nieve. Durante la comida, y el descanso que allí hicimos, se acercaron algunas cabras, mientras otras se dejaron ver en la lejanía. De vez en cuando se levantaba un ingente bando de escandalosas chovas. Altos, también podíamos divisar a los buitres en vuelo. Y además se estuvo escuchando un rato el canto del bisbita campestre. Las chorreras y surgencias de agua en este antiguo circo glacial en el que nos hallamos por encima de los 2.600 metros de altitud, conforman los llamados Lavaderos de la Reina, que junto al deshielo en la falda norte de los Tajos Negros de Cobatillas originan la escorrentía que ve nacer al Río Maitena. Nuestra compañera Lorena aprovechó también el descanso para entrevistar a Javier, sobre el paraje en el que nos encontrábamos, y sobre Sierra Nevada en general.

Saltos de agua del tramo alto del Río Maitena. Al fondo, Tajos Negros de Cobatillas
Cabra Montés, hembra pastando en un prado de montaña

     Después de comer seguimos subiendo un poco más hasta llegar a la primera mancha de nieve, que sacó nuestro lado más infantil. Y como si estuviera confinado a la nieve, vimos allí a una de las reliquias glaciales de Sierra Nevada. Una pareja de acentores alpinos moviéndose por las rocas. De vuelta, siguiendo el cauce del río para disfrutar de la espectacularidad de sus saltos de agua, desmantelamos los restos de una corraleta que encontramos. Y haciendo honor a su nombre, en estos saltos de agua vimos de nuevo a un par de lavanderas de las cascadas.
     Los nueve kilómetros que nos quedaban de vuelta sobre nuestros pasos nos permitieron volver a ver collalbas grises, buitres y escribanos hortelanos, además de pardillos y un cernícalo vulgar que se suman a la lista de avistamientos. Las cabras monteses se mostraban más activas al atardecer, y se dejaron ver con más facilidad a nuestro regreso. Y de nuevo nos topamos con los jabalíes. Primero con una hembra que conducía ella sola a cuatro rayones, y que no deparó en nosotros, por lo que la vimos moverse tranquilamente por los piornales. Y después nos encontramos con otra piara mixta, que probablemente sería alguna de las que habíamos visto a la ida. Cerca ya de los coches, donde los arbustos tenían ya cierto porte, se nos cruzó un macho de cabra montés.

Jabalina, acompañada de sus rayones, entre piornos y enebros

     Pero nuestras observaciones continúan durante el trayecto de bajada por la Dehesa del Camarate, improvisando breves paradas. Una pequeña cabra montés que cruzó el camino, y otra manada de jabalíes avanzando por el robledal fueron los motivos. Además también pude ver a una pareja de oropéndolas en vuelo, cruzando un barranco de lado a lado. Y hasta una cierva para rematar nuestra visita, a las puertas de la Dehesa del Camarate, especie esta, introducida en algunas fincas aledañas a Sierra Nevada para su caza, por donde va colonizando poco a poco algunas áreas.

(*) Fotografías: gentileza de David Sánchez.                                                                              


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):                                        

  • Jabalí (Sus scrofa)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Cabra Montés (Capra pyrenaica hispanica)
  • Buitre Leonado (Gyps fulvus)
  • Aguililla Calzada (Aquila pennata)
  • Cernícalo Vulgar (Falco tinnunculus)
  • Cuco Común (Cuculus canorus)
  • Alondra Común (Alauda arvensis)
  • Totovía (Lullula arborea)
  • Bisbita Campestre (Anthus campestris)
  • Lavandera Blanca (Motacilla alba alba)
  • Lavandera Cascadeña (Motacilla cinerea)
  • Chochín Común (Troglodytes troglodytes)
  • Acentor Alpino (Prunella collaris)
  • Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
  • Tarabilla Europea (Saxicola rubicola)
  • Collalba Gris (Oenanthe oenanthe)
  • Curruca Capirotada (Sylvia atricapilla)
  • Herrerillo Común (Cyanistes caeruleus)
  • Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
  • Pardillo Común (Carduelis cannabina)
  • Escribano Hortelano (Emberiza hortulana)

lunes, 20 de junio de 2016

VIVAC EN LAGUNA SECA

     El jueves 9 y la mañana del viernes 10 los dedicamos a labores de señalización y acondicionamiento del GR 7, con la peculiaridad que la noche que trascurre entre ambos días la pasamos en la montaña. Fue una de las dos noches que no dormimos en el hotel (la siguiente, algunos días después, dormimos en una choza de pastores rehabilitada en el Sulayr), pero solo esa fue la que hicimos vivac, durmiendo a la intemperie. El lugar que Pedro había previsto fue Laguna Seca, muy cerca del Chullo, en la Sierra Nevada almeriense.
     El trabajo realizado el jueves fue en una zona que a mí particularmente me gustó bastante, y que me sorprendió mucho y para bien. Se trataba de un barranco por el que discurría un arroyo de pobre caudal, pero que botánicamente albergaba alisos, cerezos, castaños y serbales, que componían un relíctico bosque atlántico. Algunas de estas especies nos fue posible identificarlas gracias a Loyola, una gran entendida en plantas. Pero más allá de los grandes árboles, de porte imponente, fue muy grato descubrir pies muy jóvenes, de pocas savias, que indican que sigue existiendo regeneración natural, al menos por ahora, de un tipo de formación vegetal tan escasa en Andalucía. Más allá de la galería en la que desarrolla este bosque, asociado a la umbría y al agua presentes a lo largo de la hondonada del valle, se extienden los pinares por sus alrededores.

Pyronia bathseba

     Una explosión de mariposas y libélulas se daban cita en aquella pequeña vaguada, en la que la primavera se resiste al verano, atraídas por las favorables condiciones que brinda la cercanía al agua, del arroyo, y también de una acequia por la que pasamos. Las mariposas se hacinaban en la tierra empapada para libar agua, o bien se concentraban en torno a las flores. Entre ellas, resulta llamativa por ser relativamente frecuente y de gran tamaño, además de ser muy atractiva y fácil de identificar, la que llaman podalirios o chupaleches (Iphiclides podalirus), de alas anteriores con diseño acebrado y posteriores formando dos “colas”. También aparecían ejemplares de Pyronia bathseba, con vistosos ocelos negros pintando sus alas pardas y anaranjadas, y de Aporia crataegi, de alas blancas surcadas por nervios negros, entre una gran diversidad.

Aporia crataegi

     Al Puerto de la Ragua, paso que comunica la comarca granadina del Marquesado del Zenete (al norte), con Las Alpujarras, tanto la granadina como la almeriense (al sur), solíamos acudir para descansar a medio día, para almorzar o para recargar de agua las cantimploras por la cercanía al lugar de trabajo. Pero aquel jueves fue el lugar donde cenamos. La penumbra que iba envolviendo al bosque de pinos silvestres con la caída de la tarde, propició que sonara la llamada del cárabo. Pero a pesar de la tenue luz aún estaban activos los pinzones, carboneros garrapinos y algún arrendajo que prospectaba con cierta confianza la zona.
     En plena oscuridad nos dirigimos con el coche hacia Laguna Seca. Con las luces vimos una liebre, que estuvo un rato siguiendo nuestro camino, y más adelante un grupo de cabras monteses que cruzaron la pista forestal. Desde donde dejamos el coche, al borde de los últimos pinares, había muy poca distancia a pie hasta llegar al sitio donde dormimos. El recorrido era descendente, y cerca del sitio donde echamos los esterillos aislantes y los sacos al suelo, encontramos una pareja de Pycnogaster inermis, conocido como grillo del matorral. De las tres especies de ortópteros endémicos que alberga Sierra Nevada, este era él último que me faltaba por ver. De manera que he ido bimbando una por voluntariado. Cómodamente desde nuestros sacos, dedicamos un rato antes de dormir a observar las estrellas, aunque la reverberación producida por el calor y la luz de la luna no nos lo pusieron fácil.
     La cascada incesante de notas producidas por la alondra anunciando la mañana fue nuestro despertador Y aunque tampoco le hicimos demasiado caso, algunas de mis compañeras sí que se levantaron antes y fueron a pasear. Como si estuviésemos en el interior de un cráter, o un cuenco, alrededor nuestra se alzaban las paredes o bordes que contendrían el agua de esa laguna. La vegetación del fondo, comparada los piornos de los bordes, atestigua la presencia temporal de agua, que probablemente por filtración del suelo, le dé ese marcado carácter estacional que hace que se seque tan rápidamente.

Hembra de Pycnogaster inermis

     Además de las alondras, volando a la vez que cantando sobre nosotros, por el perímetro de la laguna se dejó ver alguna que otra collalba gris. Verdecillos y pardillos pasaron por allí en pequeño número, cantando y de forma rauda. Revoloteaban mariposas por allí, y me encontré con negras aceiteras (Berberomeloe majalis) y una hembra de Pycnogaster inermis. El calor apretaba desde por la mañana, estando expuestos al sol. Nos fuimos a desayunar al coche, aprovechando la sombra de los pinos. Se oían a los pinzones por el bosque, y mientras desayunábamos acudió a un pino cercano una pareja de carboneros garrapinos.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Liebre Ibérica (Lepus granatensis)
  • Cabra Montés (Capra pyrenaica hispanica)
  • Cárabo Común (Strix aluco sylvatica)
  • Alondra Común (Alauda arvensis)
  • Collalba Gris (Oenanthe oenanthe)
  • Carbonero Garrapinos (Periparus ater)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Verdecillo Común (Serinus serinus)
  • Pardillo Común (Carduelis cannabina)

domingo, 19 de junio de 2016

PASEO MATUTINO POR LOS ALREDEDORES DEL CASTILLO DE LA CALAHORRA

     Entre los días 4 y 17 de Junio he vuelto a participar en el Voluntariado organizado por Amigos de la Tierra y EcoCampus UAM en Sierra Nevada, donde de nuevo he coincido con Pedro, que como monitor ha conducido el grupo para desempeñar las actividades (principalmente señalización del tramo del GR 7 comprendido entre Ferreira y el Puerto de la Ragua), rutas, visitas y excursiones, y también me he reencontrado con Cris, compañera de Daimiel del año pasado, con quien no han faltado las risas y buenos ratos. El resto del grupo lo integraron Lorena, Loyola, Nátalia y Rosalia, a quienes he tenido oportunidad de conocer allí, y compartir una intensa vivencia durante esas casi dos semanas.
     Pero no todo en Sierra Nevada han sido montañas. En La Calahorra, pequeño pueblo del Marquesado del Zenete, donde hemos estado alojados, conocido por su castillo levantado sobre un cerro, dominando visualmente el paisaje aledaño, y en cuyo entorno se congrega un curioso elenco de aves pertenecientes al hábitat urbano, a los roquedos y a los páramos abiertos. Quizás no sean circunstancias que exclusivamente sucedan en La Calahorra, pero en cualquier caso me llamó la atención descubrirlo en un paseo en la primera mañana que allí desperté.

Castillo de La Calahorra

     Me levanté pronto, tal vez debido a que las emociones contenidas por poder estar allí, asistiendo otra vez en un nuevo voluntariado, no me dejaron conciliar un sueño profundo. Salí antes del desayuno, y con la idea de llegar al castillo, me adentré en el pueblo. Los aviones comunes estaban muy activos, volando en los alrededores del edificio del colegio que está frente al hotel. Sobre ellos también pasaban los vencejos comunes, que también vi por el pueblo, además de algunos gorriones comunes y estorninos negros. Pero la verdad es que tampoco les presté mucha atención. Fue subiendo las empedradas callejas de las faldas del castillo donde ya me entretuve un poco más en tratar de descubrir a los gorriones chillones, que se podían escuchar por las últimas casas antes de salir a terreno abierto. También allí escuche al colirrojo tizón, que fácilmente se dejó observar.
     Por los alrededores del castillo volaban los vencejos y los aviones roqueros, pero eran particularmente llamativas las chovas piquirrojas, por poder verse y oírse tan de cerca. Los muros del castillo también son utilizados por estorninos negros y los gorriones comunes y chillones, que se movían por el lugar. Mientras iba rodeando el castillo con mi paseo, también vi algunas cogujadas por la zona, y cuando bajaba para hacia el pueblo para encaminarme hacia el hotel descubrí a la collalba negra.
     No fue este el único paseo hasta el castillo, aunque sí en el que pude realizar el inventario más completo de aves. Muchas noches, después de cenar, nuestras caminatas nocturnas grupales culminaban en la colina sobre la que se alza el castillo, donde las estrellas y las constelaciones solían acaparar buena parte de nuestras conversaciones. También pudimos visitarlo un día por dentro. El castillo pues, se acabó convirtiendo en un importante referente de nuestro Voluntariado.


Lista de las Aves Observadas (Orden Sistemático):

  • Vencejo Común (Apus apus)
  • Cogujada Común (Galerida cristata)
  • Avión Común (Delichon urbicum)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros)
  • Collalba Negra (Oenanthe leucura)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Gorrión Chillón (Petronia petronia)