lunes, 29 de febrero de 2016

ESCAPADA A LAS TABLAS DE DAIMIEL

     Llevábamos ya tiempo con la idea de ir a las Tablas de Daimiel, y por fin hoy, Elena, Fran y yo conseguimos escaparnos. Y como de costumbre, en las Tablas siempre aguardan sorpresas. Cada vez que allí he ido he tenido oportunidad de contemplar distintas cosas. Las poblaciones de aves fluctúan al ritmo que lo hace el nivel del agua, y los acentuados cambios estacionales.
     Mientras esperábamos a Fran para partir en la temprana mañana, Elena y yo nos entreteníamos con las aves urbanas, tórtolas turcas, estorninos, golondrinas y gorriones comunes, mirándolos y escuchándolos. Aunque por la carretera no íbamos muy pendientes de mirar, no escaparon a nuestra atención las urracas, los abundantes estorninos y alguna cogujada, más otros que nos fue imposible determinar que eran. Circunvalando ya Daimiel vimos un cernícalo al borde de la autovía, pero nos resultó más llamativo el paso migratorio de los milanos negros, que en un disgregado grupo, escalaban cotas en el espacio aéreo describiendo espirales.
     Llegando al Río Guadiana, cruzado por el puente del Molino de Molemocho, destacaban en sus aguas un ingente número de fochas, y las cigüeñas, ocupando los nidos sobre los viejos chopos. Fue nuestra primera escala. Al bajarnos del coche llegan a nuestros oídos los crotoreos de las cigüeñas, y la repetitiva estrofa del ruiseñor bastardo. Las golondrinas revoloteaban por los alrededores, y el pequeño zampullín común nadaba y se sumergía cerca de las ojeras del puente, donde por la despejada orilla se movía la inquieta lavandera blanca. Pasaban de vez en cuando algún cormorán, cigüeña o gaviota sombría cruzando el cielo, y mientras observábamos las fochas, a nuestras espaldas cantó con fuerza un cercano ruiseñor bastardo que tuvo la amabilidad de asomar de su escondite entre las apretadas eneas y permitirnos que lo contemplásemos.


Las someras aguas de las Tablas de Daimiel

































     Dirigiéndonos hacia los aparcamientos, junto a las oficinas del Parque Nacional, pude ver estorninos y alguna cogujada, más un bando mixto de pájaros poco antes de llegar, entre los que estaban los inconfundibles jilgueros, reconocidos por la banda alar amarilla. Entre los tarajes de las inmediaciones podía verse urracas y palomas torcaces.
     Nuestro primer objetivo fue la Laguna Permanente. En nuestras andaduras, nos vimos envueltos por nubes de mosquitos en más de una ocasión. En el paseo hasta llegar a los observatorios, escuchamos al buitrón, y localizamos entre las desnudas ramas de los chopos y los tarajes, gracias a sus cantos, al carbonero y al herrerillo común. Antes de entrar en los observatorios, ya habíamos divisado en un pequeño cerro de la otra orilla a los ánsares pastando sobre el césped. Desde el interior del observatorio, pudimos verlos mejor, y además, a un par de cormoranes, posados en un pequeño islote, y de entre los pequeños bandos de grullas, diseminados por el cielo, uno de ellos compuesto por cinco, que se precipitó tras la colina donde estaban los ánsares. Descubrimos también, buscando en la profundidad del horizonte, a unas gaviotas sombrías, unas nadando, otras volando, un par de somormujos lavancos, una garza real en una orilla, bastante disimulada entre los tallos de la jungla de espadañas y carrizos secos, y un pequeño grupo de avefrías que pasaron volando.
     La siguiente meta fue ir hasta la Isla del Pan, pero haciendo el recorrido a la inversa a lo que usualmente hacen los visitantes, desde la Isla del Maturro, en lugar desde la Entradilla. Empelamos bastante rato en completar el corto itinerario. La razón, las múltiples paradas que nos obligaban las aves a improvisar. Destacaban sobre las someras aguas de la Tabla de la Hita los patos, los llamativos machos blancos del pato cuchara, y junto a ellos, las pequeñas cercetas, que compartían con alguna focha.
     Las lavanderas blancas se movían por las cenagosas orillas, y mientras las mirábamos se descubre desde el carrizal un pájaro de mayor porte, con el dorso gris pardusco, que irresistiblemente atrajo mi atención como imán sobre él. A menudo, estos pájaros de plumaje discreto, que pocas veces se dejan ver tan claramente, constituyen todo un desafío identificarlos. Mi sorpresa vino, cuando al girarse me muestra su pecho teñido parcialmente de azul, dibujándole una especie de collar, característica por la cual recibe su nombre. Se trataba de un pechiazul, bien de una hembra, bien de un macho del primer año, que aun carecía de la amplia mancha de intenso azul que colorea todo el pecho, a veces interrumpida por una pequeña mancha central blanca o roja, de los adultos de su sexo. Y aunque no es la primera vez que veo a esta especie, no pude ocultar el entusiasmo que sentí al verlo, recogiendo así mi premio particular con el que me obsequiaron las Tablas de Daimiel en esta visita aquí descrita.
     No tardamos mucho en afinar más, y descubrir unos cuantos pechiazules más. Uno se dejó ver posado en una alta rama que se elevaba sobre el nivel de los carrizos, pero la mayoría aparecían por las orillas, compartiéndolas con las lavanderas, un petirrojo que también salió por allí, y algún bisbita. Gaviotas y cormoranes podían verse en vuelo, pero más nos atraían los bandos de grullas, con su ensordecedor trompeteo mientras surcaban el firmamento. Cantaba el ruiseñor bastardo, y también podía oírse a veces al mosquitero. Más adelante acabamos viendo alguno, cuando asomaba entre las eneas y carrizos exteriores de las orillas. También vimos algunos ánades reales, y al aguilucho lagunero sobrevolar las tablas.
     Estaban bastante concurrido el Parque hoy por la mañana, a pesar de ser lunes. Caminando bajo el bosque de tarajes de la Isla del Pan escuchamos y pudimos ver unos gorriones morunos. Se oía también al ruiseñor bastardo, pero no lo vimos. Poco antes de llegar al observatorio pudimos ver un buitrón sobre una mata. Tras unos momentos en que pudimos mirarlo a placer, el diminuto pájaro desafió la corriente de aire, alzando el vuelo, a la vez que emitía su monótono canto, hasta dejarse caer en el suelo, un poco más allá de donde lo habíamos visto. Y seguimos viendo grullas pasar durante el tiempo que allí permanecimos, y apenas si le echamos cuentas a los aviones que también sobrevolaban la zona.

Grullas en vuelo

     De camino entre las Islas del Descanso y la Entradilla, vimos un par de fochas, y unas cercetas, y de nuevo, el vuelo rasante del aguilucho lagunero sobre la vegetación palustre. Escuchamos al ruiseñor bastardo y al buitrón mientras nos dirigíamos al observatorio de la Laguna de Aclimatación, lugar que elegimos para comer, desde donde además de los anátidos y rálidos que allí mantienen en condiciones controladas, vimos un bisbita caminado por la orilla, el único ave completamente silvestre, que puede entrar y salir libremente a través de la malla metálica que cubre la laguna. Yo salí antes, a llevar algunas cosas al coche, lo que me permitió advertir a una pareja de tarabillas, posadas en las puntas más altas de los arbustos del entorno, y poder oírlas cantar.

Pareja de Fochas

     Después de comer, fuimos hacia la Torre de Prado Ancho, parando en cada uno de los observatorios que había en el camino. La actividad de las aves parecía haber menguado a primeras horas de la tarde. Al iniciar el camino, pudimos ver un carbonero entre los tarajes del principio. Algunas urracas y palomas más adelante, y el paso de algún que otro cormorán. Nos fue fácil ver al macho de tarabilla posado en una señal. En las breves estancias en los observatorios tampoco conseguimos ver gran cosa. Tan solo un ánsar, dos ánades reales, un par de parejas de cercetas, además unas pocas fochas y cormoranes. Entre ellos había uno muy llamativo, que pudimos observarlo no muy lejos, que ya lucía el plumaje de celo, con la cabeza blanca, y desplegaba sus alas mientras nadaba. Cerca ya de la torre, volvemos a dedicar unos momentos para levantar la vista al cielo, y no dejar de mirar con cierto asombro las escuadras de las vociferantes grullas.
     Desde lo alto de la torre observamos un grupo de machos de patos cuchara, entre los que se movía una cigüeñuela. No muy lejos también nadaban unos ánades reales. Más al fondo había cormoranes sobre el agua, o bien pasaban volando, como también lo hizo un pequeño grupo de ánsares. Mientras tanto el aguilucho lagunero seguía sus prospecciones, dando pasadas sobre las tablas. Y en el borde de una de las junglas de carrizos y eneas que circundan las tablas, descubrimos a la garza real.

Tabla de Prado Ancho

     La vuelta la hicimos por un camino paralelo, entre barbechos restaurados con vegetación forestal mediterránea. Se oía el triguero y el buitrón en aquellos parajes, y podían verse alguna bandada jilgueros, gorriones y estorninos, así como a las solitarias tarabillas posadas en los tallos más altos de los pastos y a las cogujadas corretear por el camino. Además de las grullas, pudimos ver en el aire evolucionar una disgregada columna de milanos negros a lo lejos. Algunos pasaron más cerca. También pasaron unas grajillas, que graznaban de cuando en cuando. Llegando casi al Centro de Visitantes, saltó una liebre de donde se encontraba encamada. Lo más curioso es que salió corriendo después de haber pasado cerca de ella, y ni nos habíamos dado cuenta.
     En la parcela donde se encuentran los merenderos, junto a las oficinas del Parque, había tórtolas turcas, y también fui capaz de ver una abubilla en la linde, donde pronto pasó desapercibida entre los chaparros. Sobre las leñosas matas pudimos ver también una tarabilla macho, pero atrajo más nuestra atención poder ver al descubierto una curruca rabilarga, pequeña en comparación con la tarabilla, ya que por unos instantes la inquieta curruca nos permitió verla cerca de la tranquila tarabilla.
     Faltaba poco más de una hora para la puesta de sol, y mi idea era que antes que oscureciese, poder ir a la Laguna de Navaseca. Iba con cierto nerviosismo, por querer abarcarlo todo. Las numerosas fochas que nadaban cerca del puente del Molino del Molemocho, avanzaban ahora por tierra, como si de gallinas se tratara, dirigiéndose hacia el corral para recogerse.

Avifauna de la Laguna de Navaseca: fochas y flamencos

     Comprobé con satisfacción las actuaciones de mejora llevadas a cabo en el entorno de la laguna procedente de la estación depuradora, observatorios en su perímetro, y señalización limitando la velocidad a su alrededor por el paso de fauna. Y no es para menos, pues la vida bulle allí, concentrada como en un oasis. No nos detuvimos demasiado tiempo. De entrada nos da la bienvenida la algarabía formada por las gaviotas reidoras, y conseguimos ver con suma facilidad los flamencos, las gallinetas, las cigüeñulelas y los zampullines que no pudimos encontrar en las Tablas de Daimiel. Tampoco faltaban aquí las fochas, ni los ánsares ni los ánades reales. Además, en una de nuestras breves paradas, conseguimos ver una agachadiza común, que alzó el vuelo desde la orilla junto a la que pasamos. Las golondrinas también volaban por el entorno de la laguna, papando mosquitos. En nuestro ligero recorrido perimetral, además de parar para ver las aves acuáticas, también lo hicimos para observar un par de trigueros posados en una valla.
     De vuelta a las Tablas, pudimos ver la puesta de sol antes de cruzar el Guadiana. Aprovechamos para disfrutar del incandescente atardecer desde la carretera, cuyas últimas luces irisaban el cielo, reflejado también en el espejo del agua.

Atardecer en las Tablas de Daimiel

     Sin más demora, dejamos el coche en los aparcamientos, junto a las oficinas, y a un ritmo ligero andamos hacia la Isla del Pan. Nuestra intención era ver la llegada de las grullas a sus dormideros antes que se fuera la luz. Pero quedamos gratamente sorprendidos nada más llegar con otro espectáculo pocas veces observable, la jornada de caza vespertina de un búho chico. Con vuelo inaudible se deslizaba aleteando a ras de los matorrales de bajo porte que cubren la isla, efectuando quiebros y cortos cernidos justo antes de dejarse caer a tierra. Enseguida volvía a despegar y continuaba con su actividad, alejándose poco a poco, hasta desvanecerse entre tinieblas. Lejanos bandos de grullas se desplazaban por el aire, de las cuales solo podíamos ver sus siluetas contra el anaranjado horizonte del poniente. Hasta nuestros oídos llegaban sus voces. Yéndonos de Daimiel, un enclave que nunca decepciona mis expectativas, cruzó la carretera un ratón.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Ratón de Campo (Apodemos sylvaticus)
  • Liebre Ibérica (Lepus granatensis)
  • Zampullín Chico (Tachibaptus ruficollis)
  • Somormujo Lavanco (Podiceps cristatus)
  • Cormorán Grande (Phalacrocorax carbo)
  • Garza Real (Ardea cinerea)
  • Cigüeña Blanca (Ciconia ciconia)
  • Flamenco Común (Phoenicopterus ruber)
  • Ánsar Común (Anser anser)
  • Ánade Azulón (Anas platyrhynchos)
  • Cuchara Común (Anas clypeata)
  • Cerceta Común (Anas crecca)
  • Milano Negro (Milvus migrans)
  • Aguilucho Lagunero Occidental (Circus aeruginosus)
  • Cernícalo Vulgar (Falco tinnunculus)
  • Gallineta Común (Gallinula chloropus)
  • Focha Común (Fulica atra)
  • Grulla Común (Grus grus)
  • Cigüeñuela Común (Himantopus himantopus)
  • Avefría Europea (Vanellus vanellus)
  • Agachadiza Común (Gallinago gallinago)
  • Gaviota Reidora (Chroicocephalus ridibundus)
  • Gaviota Sombría (Larus fuscus)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Tórtola Turca (Streptopelia decaocto)
  • Búho Chico (Asio otus)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
  • Cogujada Común (Galerida cristata)
  • Golondrina Común (Hirundo rustica)
  • Avión Común (Delichon urbicum)
  • Bisbita Común (Anthus pratensis)
  • Lavandera Blanca (Motacilla alba alba)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Pechiazul (Luscinia svecica)
  • Tarabilla Europea (Saxicola rubicola)
  • Ruiseñor Bastardo (Cettia cetti)
  • Buitrón (Cisticola juncidis)
  • Curruca Rabilarga (Sylvia undata)
  • Mosquitero Común (Phylloscopus collybita)
  • Carbonero Común (Parus major)
  • Herrerillo Común (Cyanistes caeruleus)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Grajilla Occidental (Corvus monedula)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Gorrión Moruno (Passer hispaniolensis)
  • Jilguero (Carduelis carduelis)
  • Triguero (Miliaria calandra)

lunes, 22 de febrero de 2016

PASEO POR EL ARROYO DEL GALLO

     Subimos a la sierra a primeras horas de la tarde hace un par de días David y yo a recorrer un tramo del Arroyo del Gallo hasta llegar al conocido Salto del Gallo, donde se precipita el agua desde más de 20 metros de altura por una pared de granito. Aunque el día fue soleado y algo cálido, afortunadamente las últimas lluvias han propiciado que se mantenga la corriente de agua. Veníamos de haber echado la mañana en La Ropera, buscando espárragos, y como íbamos con la furgoneta, nos quedamos a dormir por La Lancha.
     Las urracas y los estorninos volaban por las verdes praderas donde pastan las vacas, que vimos al pasar por el paraje de Los Cerrillos. Más adelante, donde el denso monte bajo de chaparros abarca el paisaje desde los márgenes de la carretera hasta casi donde llega la vista, aparecen los grupos de rabilargos en nuestro camino.
     Antes de empezar nuestra marcha, nos cargamos de energía con un delicioso cocido montañés que había traído David de su casa, y que calentamos en la cocina de la furgo. Un petirrojo moviéndose entre las ramas de un pequeño pino inaugura nuestra caminata poco antes de llegar al arroyo. Nos fijamos en los renacuajos de sapo partero que vimos en las primeras pozas. La escorrentía del agua apenas podía silenciar al chochín, que entonaba con fuerza su voz entre la vegetación circundante al arroyo. Frondosos pinares crecen en ambas laderas que definen el cauce, por donde avanzaban nuestros pasos, que albergaban agateadores, trepadores y verdecillos, delatados por sus cantos, así como pinzones y carboneros, que además de oírlos, podíamos ver alguno que otro deambulando entre los claros del bosque. En algunas áreas el pinar está siendo aclarado selectivamente, para permitir el desarrollo de las encinas. Una abubilla se internó en el pinar, que había emprendido el vuelo desde las inmediaciones del arroyo. De vez en cuando pasaba alguna paloma torcaz volando sobre las copas, y también se podían oír sus arrullos mezclarse con otros sonidos del bosque. Altos, divisamos dos ratoneros volando sobre nosotros. Al llegar al Sato del Gallo unos aviones roqueros sobrevolaban la zona, y se descubrió una pareja de mirlos, saliendo entre los labiérnagos. Allí nos quedamos un rato, contemplando un paisaje, que hasta donde la vista alcanzaba, no había ninguna intervención humana que perturbara su esencia natural. Antes de marcharnos, David pudo ver una rana saltar al agua de una poza.

Procesionaria del Pino
(Thaumetopoea pityocampa)
     Prosiguen los pájaros del bosque inundándolo con su repertorio melódico en nuestro paseo a la vuelta. Pero me llama la atención el chochín, que pasa del canto al reclamo, y David no tarda en descubrir al diminuto pájaro en una retama cercana. Nos permite el normalmente inquieto pajarillo observarlo a placer, sin cesar su reclamo mientras tanto. Por unos instantes se oyó a la chova piquirroja, que aunque debió pasar cerca, no logramos ver. Aunque la falsa primavera, adelantada por las suaves temperaturas invernales, ya ha hecho que desfilen precozmente por el suelo las columnas de procesionaria (Thaumetopoea pityocampa), todavía se pueden ver alguna oruga en los bolsones que tejen en la punta de las ramas de los pinos piñoneros.
     Bañándose con los últimos rayos de sol de la tarde, sobre el verde césped que le da su nombre con la que es conocida en lengua inglesa, descubrimos una culebra de collar, una de nuestras especies de serpientes más difíciles de observar. Y digo nuestra, con todas sus consecuencias, pues mientras me dedico a escribir estas líneas, dos días después de esta andanza aquí descrita, me llega la noticia que justo hoy ha sido catalogada como especie propia, separada de la del resto de Europa, al existir la barrera de la reproducción cruzada en áreas de simpatría en el sur de Francia, donde coexisten lo que hasta ahora eran meramente dos subespecies de Natrix natrix. Esta rara culebra de agua que carecía del típico collar negro alrededor del cuello que le da su nombre común en castellano, no dudo en poner en práctica todos sus recursos defensivos. Primero se quedó quieta, tratando de pasar inadvertida entre la hierba, hasta el punto que David la pasó por encima sin advertir su presencia. Después produjo una secreción olorosa maloliente, y a continuación se enroscó haciéndose la muerta, hasta que encontró un agujero bajo una pequeña piedra en el que se introdujo. Decidimos ya dejarla en paz, pues la habíamos estado contemplando durante el tiempo suficiente.


Culebra de Collar Ibérica


























     Cogimos la furgoneta y nos dirigimos a un prado no muy lejano. Íbamos a comprobar una charca temporal en la que encontramos múltiples puestas de sapo corredor. Y aunque no dudamos que aquellos cordones gelatinosos de huevos negros pertenecían al sapo corredor, lo verificamos, al encontrar algunos adultos por la zona aledaña. En nuestras prospecciones también encontramos un escorpión, miriápodos, babosas, una culebrilla ciega y una salamanquesa rosada. Pero lo que más abundaba en el césped del prado eran las peludas orugas de los prados (Ocnogyna baetica), un endemismo ibérico, a veces confundido con la procesionaria, que ni siquiera es urticante.

Sapos Corredores


Oruga de Ocnogyna baetica

























     Repetimos el paseo por el arroyo antes de anochecer. La umbría vaguada por la que baja el agua ya estaba sumida en la penumbra. Los pájaros que cantaban por la tarde estaban ahora callados, sustituidos de vez en cuando por mirlos y algún petirrojo que interrumpían el silencio. Pudimos ver a un par de gamos habían salido a pastar de la espesura del pinar al claro cercano al cauce del arroyo, sin que se percataran de nuestra presencia. Más adelante también pudimos ver un par de agateadores en una encina, avanzando tronco arriba. Tenía la esperanza de poder escuchar retumbar el eco de la voz del cárabo en aquellos bosques, pero no acompañó la suerte.
     Cuando volvimos a la furgoneta, nos fuimos hacia La Lancha. La idea era en esta ruta nocturna encontrarnos con animales cruzando el camino que pudiéramos observar. Nada nuevo bajo el sol, o mejor dicho, bajo la luna, casi llena. Tan solo se nos cruzaron un par de sapos corredores, un conejo y un ratón, más un par de ciervos que vimos junto al camino, en tan largo trayecto. Estacionamos nuestra "casa" con ruedas en una de las curvas de La Lancha, con vistas a las lomas serranas en las que campea el lince entre encinas y lentiscos, donde tras cenar una tortilla de huevos camperos con los espárragos que recolectamos por la mañana, nos quedamos a pasar la noche, y ver si el nuevo día nos depararía alguna sorpresa mañanera. El silencio imperante en la noche, envolvía el ambiente montaraz en una profunda soledad.


Lista de Especies de Observadas (Orden Sistemático):

  • Ratón de Campo (Apodemus sylvaticus)
  • Conejo Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Gamo (Dama dama)
  • Busardo Ratonero (Buteo buteo)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Chochín Común (Troglodytes troglodytes)
  • Petirrojo Europeo (Erithacus rubecula)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Carbonero Común (Parus major)
  • Trepador Azul (Sitta europaea caesia)
  • Agateador Común (Certhia brachydactyla)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
  • Estornino Negro (Sturnus unicolor)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Verdecillo Común (Serinus serinus)
  • Culebrilla Ciega (Blanus cinereus)
  • Salamanquesa Rosada (Hemidactylus turcicus)
  • Culebra de Collar Mediterránea (Natrix astreptophora)
  • Sapo Partero Ibérico (Alytes cisternasii)
  • Sapo Corredor (Epidalea calamita)