martes, 30 de junio de 2015

RUTA POR EL RÍO CEBOLLÓN

      A propuesta de Lucía, me sumé al grupo que había formado junto a Sergio, un amigo suyo, para hacer una ruta este domingo por el Río Cebollón, en la Sierra de Tejeda, Alhama y Almijara. Además de mí, también iba Toñi por mediación de Lucía, y por parte de Sergio iban su prima Cristina, Gema y Jon. Sin conocernos entre todos de antes, el camino que anduvimos juntos, nos unió en un gran equipo humano. A nivel personal, me sorprendió muy gratamente la variedad de fauna silvestre que pudimos observar, sobre la cual he escrito este relato.
     Salimos pronto de Málaga, hacia la Sierra de Alhama, Tejeda y Almijara, en la que fue mi cuarta visita a este espacio natural. Algunas de las aves que pude reconocer durante el camino por las estribaciones de la sierra fueron el alcaudón real, posado en una visible percha; aviones roqueros, siempre volando cerca de los escalpados peñascos, un pito real que se cruzó por la carretera mientras circulábamos por un encinar; el águila real, cicleando sobre un valle; una abubilla más un par de abejarucos posados en cables de tendido eléctrico; garzas reales en el Embalse de los Bermejales, ánades reales en un pequeño estanque próximo a La Resinera; y el cernícalo, volando cercano a un talud rocoso.
     Aparcamos en La Resinera, donde hay un Punto de Información que visitamos antes de comenzar la caminata. Entre la vegetación del entorno se ocultó un mirlo, y se podían escuchar a los piquituertos y al verderón cantar. Cruzamos el Río Cacín por un puente cercano a La Resinera, y aunque el camino iba paralelo al río, se elevaba poco a poco sobre este, donde podían contemplarse los peces a través de sus cristalinas y amansadas aguas. Antes de llegar al Río Cebollón, pasamos de andar por una chopera al pinar. El calor ya era fuerte entrada la mañana, y eso repercutía en que fueran pocos los animales que manifestaban su actividad. Tan solo un macho de lagartija colilarga, que vino a pararse a nuestros pies en mitad en mitad del polvoriento carril, una pequeña rana y unos cuantos renacuajos en un reguero que cruzaba el camino, y el reclamo de un arrendajo, monte arriba, que después voló, fue todo cuanto vimos antes de empezar a andar por el río.

Macho de Lagartija Colilarga

     Caminamos por el lecho de uno de los pocos ríos andaluces trucheros, donde también vive el mirlo acuático y nuestro cada vez más escaso cangrejo de río autóctono, en medio de una composición paisajística de montañas y pinares. Advertimos la ausencia de bosque en galería formado por especies propiamente riparias, pero la conectividad del río con el entorno era completamente natural. Los pinos llegaban hasta las orillas, de hecho muchos eran los que yacían sobre el cauce, y bajo sus sombras proliferaban los helechos. Supongo que el agua estaría más fría de lo que parecía, pero la sensación térmica resultaba muy agradable, y era la única manera de desafiar el calor, andando bajo el sol.
     Ir andando por un río, sobre cantos rodados, entre rocas y otras posibles dificultades, obliga a poner bastante atención adonde se pisa. Atención que se le resta a la posibilidad de poder observar algún animal, o simplemente contemplar las maravillas que nos brindaba el paraje que nos rodeaba. Además, la corriente acallaba cualquier otro sonido que pudiera oírse en los alrededores. Tan solo era posible advertir alguna rana al saltar en alguna tranquila poza de aguas quietas, que no estuviese influida directamente por la corriente, donde también nadaban zapateros por su superficie. Las arañas tejían sus complejas redes entre los brezos de los márgenes, y allí donde el río se estrechaba, extendían sus trampas de seda de lado a lado. Y entre los insectos voladores destacaban distintas especies de mariposas, libélulas de abdomen rayado y caballitos del diablo de alas negras (Calopterix haemorrhoidalis). Encontramos en algunos someros fondos por los que pasamos las armaduras de los cangrejos de río. Por el fondo también se movían unos pequeños y alargados peces que vimos en algunos puntos, que quizás se tratase de alevines de alguna especie de mayor porte.
     Llegamos hasta un dique donde paramos un rato a bañarnos. Esta parada me sirvió para encontrar un sapo común que iba tratando de vadear el río, haciéndole frente al empuje de la corriente. Y estar allí un rato también me permitió fijarme en los vencejos y en los aviones roqueros que volaban sobre nosotros. Y una de las veces que alcé la mirada, descubrí al águila perdicera, no muy alta, lo que nos permitió contemplarla a placer. Cuando reanudamos la marcha, aguas arriba, todavía cerca del dique, encontré otro sapo común, pero esta vez a bastante profundidad.

Sapo Común Ibérico, recientemente catalogado como especie propia, y
separado taxonómicamente del Sapo Común Europeo

     Antes de parar a almorzar vimos una pareja de lavanderas cascadeñas, a las que también escuchamos, así como algún que otro pinzón. Comimos bajo la sombra de unos pinos, sobre un ramal del río que se encontraba completamente seco. Y es que según nos habían dicho, este año bajaba menos agua, debido a la escasez de lluvia de este año.
     Cuando retomamos el camino vi algún pinzón más, y también logré ver dos chochines en diferentes sitios. Me resultó curioso llegar a verlos, pues más fácil detectarlos por su canto o su reclamo, y en cambio no los escuché. Al que sí pude oír fue al mito, pero no verlo. Aparecían algunos arces cercanos a la orilla. Y por una orilla descubrí un pequeño sapo al moverse entre la hierba, que resultó ser el sapo partero bético, endemismo andaluz que es la primera vez que veo. Más adelante, también en la orilla, pudimos ver un joven lagarto ocelado.

Sapo Partero Bético

     Finalmente llegamos hasta dos pozas muy cerca la una de la otra, con la suficiente profundidad para cubrirnos, donde pasamos un buen rato, tanto por la cantidad de tiempo que pasamos allí como por lo divertido que fue. Eso sí, aquí se nos adhirieron a la piel pequeñas sanguijuelas, pero que tampoco nos ocasionaron ninguna herida. Por encima de los taludes que contenían estas ”piscinas” naturales, crecían unos pequeños olmos de montaña.
     La vuelta fue más rápida, y en lugar de ir todo el tiempo por el río, utilizamos durante un buen trecho la senda que había paralela. Andar más metido en monte que en el río hizo que viésemos algunas lagartijas colilargas. No obstante desde el camino también pude ver algunas lavanderas cascadeñas. Por poco tiempo, seguimos equivocadamente un camino que ascendía por el monte. Esta pequeña confusión nos deleitó con una bonita panorámica del paraje por donde discurría el río. Todavía hacía bastante calor al atardecer, así que después de llevar algún tiempo andando fuera, apetecía volver al río y refrescarse. En una de estas ocasiones en las que volvimos al agua, encontramos un ejemplar adulto de cangrejo de río común o europeo (Austropotamobius pallipes), también llamado cangrejo de patas blancas, nuestra especie autóctona, y que sin embargo resulta más difícil de encontrar que el invasor cangrejo rojo americano, responsable de su rarefacción.

Cangrejo de Río Común o Europeo, o Cangrejo de Patas Blancas

      Antes de salir definitivamente al camino, hicimos una breve parada para observar el alto vuelo de un halcón peregrino. Cerca, también volaban los vencejos. Entre las plantas del camino, vimos el frágil vuelo de hasta tres ejemplares de Nemoptera bipennis, un precioso insecto alado, que lejanamente puede recordar a una mariposa o a una libélula, pero que no tiene ningún parentesco cercano ni con la una ni con la otra.
     Las aves empezaban a mostrarse muy activas con la caída de la tarde, y cerca ya de La Resinera, se oían los pájaros carpinteros, al pito real por el pinar y al pico picapinos por la chopera. El mosquitero papialbo cantó por el río del cual ya nos habíamos salido completamente, y también se oyó el reclamo de la oropéndola por la chopera. Se dejaron ver unos arrendajos; una paloma torcaz, que pasó en vuelo; un pico picapinos, que fue a pararse en la rama de un chopo; un escribano montesino que se cruzo volando por el camino, del cual despegó una abubilla para adentrarse en el bosque. Gema, Jon y yo mismo, que íbamos más rezagados, nos perdimos el ciervo que vieron los demás. No solo traíamos con nosotros los residuos que habíamos generado cuando cominos, si no que además recogimos algunos que encontramos en nuestra andadura.
     De camino a Alhama de Granada, al anochecer, además de observarse perfectamente la proximidad entre Júpiter y Venus, que en unos días coincidirán en el mismo punto en el cielo, levantamos de la carretera a un chotacabras pardo.
     Diez horas de refrescante ruta, dieciocho kilómetros recorridos por un idílico rincón de nuestra Naturaleza que hasta hace un par de días era desconocido para los siete que integramos el grupo, y que desde luego no defraudó nuestras expectativas.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Garza Real (Ardea cinerea)
  • Ánade Azulón (Anas platyrhynchos)
  • Águila Real (Aquila chrysaetos)
  • Águila de Bonelli (Aquila fasciata)
  • Cernícalo Vulgar (Falco tinnunculus)
  • Halcón Peregrino (Falco peregrinus brookei)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Chotacabras Cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis)
  • Vencejo Común (Apus apus)
  • Abejaruco Europeo (Merops apiaster)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Lavandera Cascadeña (Motacilla cinerea)
  • Chochín Común (Troglodytes troglodytes)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Mosquitero Papialbo (Phylloscopus bonelli)
  • Mito Común (Aegithalos caudatus irbii)
  • Alcaudón Real (Lanius meridionalis)
  • Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Verderón Común (Chloris chloris)
  • Piquituerto Común (Loxia curvirostra)
  • Escribano Montesino (Emberiza cia)
  • Lagarto Ocelado (Timon lepidus lepidus)
  • Lagartija Colilarga (Psammodromus algirus)
  • Sapo Partero Bético (Alytes dickhilleni)
  • Sapo Común Ibérico (Bufo spinosus)
  • Rana Verde Ibérica (Pelophylax perezi)

jueves, 18 de junio de 2015

UNA VISITA GUIADA HASTA LA LANCHA

     Bastante más tarde de lo que es aconsejable, pasado el medio día, iniciamos Fran, Hada y yo una jornada campera hace un par de días. Y más importante aún es salir pronto, sobre todo si se quiere observar animales, en los últimos días de una primavera que agoniza abrasada por un precoz verano, en los que la tónica habitual es el fuerte calor. Pero nuestra intención solo  era dar un paseo por la sierra, lejos de dedicarnos, pretenciosamente, a tratar de observar nada en concreto. Por suerte para nosotros, justo hasta el día anterior, había llovido, y también refrescado bastante durante la semana, por lo que disfrutamos de unas temperaturas suaves, y hasta se podía soportar estar al sol un rato.
     Hada, que vino de visita a Andújar, fue quien me propuso acompañarlos, y Fran a quien se le ocurrió que fuésemos hasta el Embalse del Jándula. A pesar de la demora con la que salimos, y que yo no iba demasiado atento al entorno, sino más bien integrado en las conversaciones con mis amigos, resultó la jornada más fructífera de lo que esperaba, deparándonos alguna grata sorpresa.
     Hasta llegar a las Viñas, no me percaté de la presencia de ningún ave, que seguro que la hubo, a lo largo del trayecto. Fueron unos rabilargos que cruzaron la carretera. Más adelante un abejaruco posado en un poste, y a continuación nos detuvimos un momento para observar un mochuelo posado en un cable del tendido eléctrico, a pleno sol, totalmente expuesto. Prestaba más atención a un grupo de urracas que a nosotros, de hecho, cambio de posición, posándose sobre el mismo tendido, pero más cerca del coche desde cuyo interior lo observábamos. Las urracas seguían apareciendo en el entorno cuando reanudamos el camino.
     Aunque lo difícil sería no ver ciervos en la Sierra de Andújar, si se tiene un mínimo interés en la fauna, lo menos es dedicarle un vistazo cuando te encuentras con los primeros, y así lo hicimos nosotros. Era una hembra acompañada por la cría del año anterior, y su moteado cervatillo de este año. La simpatía que despiertan las crías del resto de mamíferos en los seres humanos hizo que nos fijásemos más en su belleza salpicada de manchas blancas sobre una brillante librea rojiza, que en las pardas ciervas adultas. No muy lejos de los ciervos, estaba sus próximos parientes los gamos, un grupo de paletos machos que exhibían ya una cornamenta plenamente desarrollada, pero todavía cubierta por el terciopelo. Así pudimos ver las claras diferencias que distinguen fácilmente a ambas especies de cérvidos.
     La tormenta del día anterior debió ser bastante fuerte, pues en algunos tramos de carretera encontramos coladas de barro cubriendo el asfalto. Pero también dejó agua acumulada en las pozas de los arroyos, que aliviará la sed de plantas y animales, aunque solo dure unos días.
     Las tórtolas turcas preferían dejarse ver volando bajo las copas de las encinas, que posadas sobre ellas o sobre algún poste, como también lo hacían urracas y rabilargos. Volvimos encontrarnos con otra área compartida por ciervos y gamos. En esta ocasión fue un pequeño gamo, que con la gracilidad de sus trotes y saltos atrajo nuestra atención. Alguna que otra perdiz que vimos en algún momento de nuestro recorrido, seguida por sus pollos, trepaba ladera arriba, o se movía en zigzag entre las rocas y los lentiscos.
     Pero como de lo que se trataba es de hacerle a Hada una visita guiada, en la que pudiera hacerse una idea de las cosas más pintorescas de nuestro entorno, Fran hizo una parada en las tumbas esculpidas en granito que hay junto al camino. 
Descubrimos aquí, a pesar de su mimetismo, un insecto palo, al que estuvimos mirando con curiosidad.
     En las primeras “curvas de La Lancha” nos detuvimos un rato para ver un alcaudón real posado en un poste, hasta que se fue de allí. Hicimos una parada en las últimas curvas, para probar suerte. Pero tan solo vimos pequeños y dispersos grupos de ciervos sesteando a la sombra de las encinas. De vez en cuando miraba a un cielo, en el que alternaban nubes y claros, tratando de descubrir el vuelo de alguna rapaz. Y en una de estas ocasiones pasó un buitre negro a baja altura, deslizándose por el aire sin aparente esfuerzo.
     La siguiente parada fue en el Mirador del Embalse del Jándula, desde donde además de contemplar las aguas estancadas del pantano, y el paisaje que las contiene, se podía ver el infatigable vuelo de los vencejos y las golondrinas. También pude escuchar las notas del agateador y del pico picapinos, pero sin llegar a verlos.
     Bajando hacia la presa, improvisamos una parada para tratar de identificar un pequeño pájaro que al final no se dejó ver. En cambio no fue necesario parar para asegurarnos que eran perdices unas aves que se dejaron caer en vuelo desde el camino, ladera abajo. Ya íbamos buscando un lugar donde almorzar. Pensé en un pequeño rellano, junto a la orilla del embalse, pero al llegar daba el sol, y además el pasto seco no invitaba a sentarnos en el suelo. Pero desplazarnos hasta aquí nos permitió ver un arrendajo, que también nos dejó escuchar su áspera voz.
     Optamos finalmente por comer en la presa, a la sombra de la bóveda bajo la cual cría una colonia de aviones comunes. Antes de empezar a comer nos asomamos al otro lado de la presa, donde descubrimos un par de hembras de cabra montés, acompañadas por sendos chivos, al fondo del precipicio, a la orilla del río, donde nadaban plácidamente un par de ánades reales. Mientras comíamos, además de ver y entrar salir constantemente a los aviones para cebar a su prole, de escuchar sus continuos reclamos, también se vieron los gorriones comunes por el entorno de la presa. Después de comer nos volvimos a asomar a la presa, y nos dejamos maravillar por el vuelo de los aviones, que pasaban a nuestra altura, o por debajo. La mayoría comunes, pero también algún roquero, lo que nos permitía ver sus patentes diferencias. Ya no vimos las cabras, pero fijándome en los patos, que vestían el discreto plumaje de eclipse, me di cuenta que había cuatro más.
     En las siguientes horas, nos dedicamos a dar un paseo calmadamente, para bajar la comida. En torno a la boca del túnel que hay junto la presa revoloteaban los aviones roqueros, mientras que la hembra del roquero solitario permanecía posada sobre un muro de piedra. Hacia la salida al otro lado del túnel se agolpaban los opiliones en las paredes.
     Decidimos bajar al canal de desembalse previsto para cuando el pantano acumula más agua de la que puede contener. Atravesamos otro túnel que aprovechaban los aviones para construir sus nidos en el techo. En los charcos que había entre las grietas del lecho rocoso que forma el suelo viven las ranas, que no dudaban en refugiarse en sus aguas al acercarnos. Al salir sorprendimos a una lagartija colilarga.
    Nos sentamos al borde del acantilado granítico, donde estuvimos un buen rato, viendo el continuo trasiego de los aviones. Dos cabras, probablemente las de antes, caminaban por el fondo, junto al río, donde en la otra orilla sobre la lisa superficie de los granitos se soleaban un par de galápagos. Se oía el croar de las ranas. La oropéndola intercambiaba su aflautado canto con las ásperas notas de su reclamo, y vimos un par de machos persiguiéndose entre los eucaliptos del río. Se escuchaba también la melodía del roquero solitario, y acabamos viendo al macho sobre la repisa del muro en la que estuvo posada la hembra antes. Un mirlo se movía entre las adelfas y otros arbustos que crecían en la pared rocosa, y un arrendajo pasó volando alto hacia el lado del pantano. Después seguimos caminando por el desaguadero, viendo las ranas saltar a los charcos formados por la lluvia.
     Al regresar por el túnel de la presa, pudimos oír con mucha claridad los agudos chillidos de los murciélagos. Tomamos el camino de vuelta, pero teníamos previsto hacer más paradas. Nos detuvimos para recorrer a pie un corto camino. En un trecho en el que había barro se concentraban las abejas para tomar agua. De nuevo pude oír al pico picapinos, pero al igual que la vez anterior tampoco conseguí verlo. Pero sí vimos otra lagartija colilarga volviendo hacia el coche, más un pájaro que no me dio tiempo a identificar.

Pollos de Golondrina Común en el nido

     La siguiente parada fue para andorrear entre las ruinas del viejo poblado de La Lancha. En la primera de las casas a las que entramos vimos una salamanquesa en el techo. En el resto destacaba la presencia de los nidos de golondrina, sobre todo comunes, y algunos de ellos estaban ocupados con pollos. Los adultos iban y venían, entraban y salían. También vimos alguna que otra golondrina dáurica volando por el entorno del poblado, como también lo hacían las palomas torcaces entre los altos eucaliptos, bajo alguno de los cuales podía oírse el zumbido de las abejas. Y muy altas pasaron una pareja de chovas, a las que primero oímos graznar.

     Antes de llegar de nuevo a las famosas curvas, utilizadas como oteaderos para la observación por los naturalistas, paramos para mirar tres córvidos apostados en lo alto de unas rocas, que no puedo asegurar que fueran grajillas. Pararnos a mirar a las negras aves, me llevó a descubrir bajo ellas a un muflón macho que asomaba la cabeza entre las piedras, dotado de grandes cuernos, pero sin que le viéramos el cuerpo.
     Paramos un rato en otra “curva” diferente de donde estuvimos a la ida. Con la caída de la tarde, pudimos ver más ciervos, que ya empezaban a moverse. Pero yo seguía mirando al cielo, ya prácticamente despejado, extrañado por la ausencia de buitres, o alguna otra rapaz. Así mismo también estuvimos echando en falta los conejos. El pito real cantó desde alguna parte del inmenso paisaje que se abría a nuestros ojos. Un paisaje adehesado con pastos agostados y raquíticas encinas que lejanamente, contemplado bajo las luces anaranjadas del atardecer, nos recordaba a las sabanas africanas. También se oían los rabilargos, pero no las urracas. Pude ver un arrendajo en uno de los momentos que rodeé la mirada hacia el monte que se elevaba a nuestras espaldas. También vi un mamífero que no pude identificar, pero que por su silueta y su apresurada forma de moverse me recordó a un tejón, que antes que me diese tiempo a llevarme los prismáticos a los ojos, ya se había ocultado entre los lentiscos de la vaguada.
     Cogimos el coche ya con la idea de volver a Andújar, aunque íbamos despacio, casi parando a ver algún ciervo o gamo que nos llamase la atención. Y entre las muchas urracas, una cabalgaba a lomos de un ciervo usándolo como atalaya móvil para capturar los insectos  que espantara el ciervo a su paso, mientras pacía. El posible beneficio que el ciervo sacaría de portar una urraca sería una huída a tiempo en caso de que córvido se alertara. Un pito real, que voló desde un poste de madera al encinar. Los mirlos comenzaban su actividad crepuscular. Y por fin vemos conejos, aunque solo fueron cuatro. Y tras ver al cuarto, pude ver a una abubilla posarse sobre una piedra, y desplegando su cresta.
     Pues como digo, no teníamos prevista ninguna parada más, pero vi un pequeño animal que brincaba sobre el pasto, en la penumbra, que atrajo mi atención como un imán. Esos aires gatunos que gastaba al moverse me dispararon todas las alarmas en una fracción de segundo, y a grito de ¡lince!, aún sin estar seguro completamente, hice parar el coche. Ya no tardamos en confirmar que estábamos viendo un precioso cachorro de lince ibérico, cubierto por esa especie de borra que le da un aspecto rechoncho tan diferente del apretado y moteado pelaje que estiliza el aspecto de los adultos. Pero, ¿solo? Nuestra pregunta tampoco tardó en responderse, pues pronto localicé a la madre, prácticamente invisible, tumbada en el pasto. La ligera inclinación del terreno, la hierba seca y la tenue luz, nos dificultaban verlos con claridad a pesar de estar a menos de 50 metros. Pero los saltos y las carreras del cachorro nos brindaron un espectáculo inolvidable.
     Al rato, cuando llegó otro coche que se paró poco más adelante de nosotros, se levantó la madre, y se marchó monte arriba, seguida por la cría que iba trotando con enérgicos saltos que contrastaban con el pausado andar su progenitora, perdiéndose enseguida de vista, bajo las copas de las encinas. A pesar de la escasa inclinación del terreno, apenas había fondo. Después de ese rato de emoción contenida, nos quedamos allí mismo para liberarla, hablando de lo sucedido, sin deparar en que había un tercer lince adulto, que solo vimos cuando asomó media cabeza por encima del pasto, enseñándonos sus puntiagudas orejas rematadas en los pinceles. Pero después de un tiempo, también acabó largándose por donde se lo hicieron la madre y el cachorro. Es posible que pudiera tratarse de una cría del año pasado.

     En ese intermedio que hubo entre la observación de la madre y la cría con la del tercer lince, deparé en una tórtola turca posada en un poste, una hembra de pinzón sobre el camino, y un alcaudón, probablemente el común, parado en la alambrada, que enfrascado en la tertulia, no aseguré su identificación. Y volviendo a aquel símil, quizás no muy acertado, sobre dehesas ibéricas y sabanas, las encinas serían como las acacias, los ciervos jugarían el papel de los antílopes, y el lince se asemejaría al leopardo en nuestras “sabanas mediterráneas”.
     Para Hada y Fran fueron sus primeros linces, nada más y nada menos que ¡un triple bimbo lincero! Para mí, un avistamiento igualmente emocionante, fue la primera vez que veo linces en un mes de Junio. También la primera vez que veo tres juntos. Y además la primera vez que consigo ver un cachorro de la última fiera mediterránea, que representa una esperanza de supervivencia para la especie de felino más amenazada del mundo.
     En el coche seguimos hablando del extraordinario acontecimiento que acabábamos de vivir. No obstante eso no me impedía reconocer la hermosa silueta de los ciervos contra el cielo del anochecer, o distinguir aún a otro pito real que salió volando desde otro poste donde estaba posado, o escuchar los maullidos de los mochuelos a través de la ventanilla. Más adelante pude ver un mochuelo levantar el vuelo desde una piedra, y casi inmediatamente, nos detuvimos a ver a uno que salió volando desde la carretera para posarse sobre un chaparro, desde el que se cambio a un poste de la valla del camino, situándose con este movimiento aún más cerca. Y mientras se dejó ver este último mochuelo, pude llegar a escuchar al chotacabras pardo.


Lista de Especies Observadas (Orden Sistemático):

  • Conejo Europeo (Oryctolagus cuniculus algirus)
  • Lince Ibérico (Lynx pardinus)
  • Muflón (Ovis orientalis)
  • Cabra Montés (Capra pyrenaica hispanica)
  • Ciervo Rojo (Cervus elaphus)
  • Gamo (Dama dama)
  • Ánade Azulón (Anas platyrhynchos)
  • Buitre Negro (Aegypius monachus)
  • Perdiz Roja (Alectoris rufa)
  • Paloma Torcaz (Columba palumbus)
  • Tórtola Turca (Streptopelia decaocto)
  • Mochuelo Europeo (Athene noctua vidalii)
  • Chotacabras Cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis)
  • Vencejo Común (Apus apus)
  • Abubilla (Upupa epops)
  • Abejaruco Europeo (Merops apiaster)
  • Pito Real Ibérico (Picus sharpei)
  • Pico Picapinos (Dendrocopos major)
  • Golondrina Común (Hirundo rustica)
  • Golondrina Dáurica (Cecropis daurica)
  • Avión Común (Delichon urbicum)
  • Avión Roquero (Ptyonoprogne rupestris)
  • Roquero Solitario (Monticola solitarius)
  • Mirlo Común (Turdus merula)
  • Agateador Común (Certhia brachydactyla)
  • Alcaudón Real (Lanius meridionalis)
  • Oropéndola Europea (Oriolus oriolus)
  • Arrendajo Común (Garrulus glandarius)
  • Rabilargo Ibérico (Cyanopica cooki)
  • Urraca (Pica pica melanotos)
  • Chova Piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax)
  • Gorrión Común (Passer domesticus)
  • Pinzón Vulgar (Fringilla coelebs coelebs)
  • Galápago Leproso (Mauremys leprosa)
  • Salamanquesa Común (Tarentola mauritanica)
  • Lagartija Colilarga (Psammodromus algirus)
  • Rana Verde Ibérica (Pelophylax perezi)